Miquel Barceló (Felanich, Baleares, 1957) ha hecho de la fugacidad y la trashumancia dos ejes que ayudan a entender su manera de crear y de estar en el mundo. Adaptándose a los cambios vitales, a formatos, técnicas y espacios poco convencionales, Barceló se ha convertido en el artista que ha puesto color (o no), textura y contexto a obras magníficas como la cúpula de la sala de los Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas o la capilla del Santísimo de la Catedral de Palma de Mallorca.
Además de su isla, a donde ha regresado, ha vivido en Nueva York, París o Mali y en todas estas residencias, la obra de este pintor, nacido en un ambiente rural y de pescadores, amante de la lectura diaria y del buceo, ha crecido alimentándose del entorno.
Dibujar es aprender a mirar, una forma de ver el mundo, de entender cómo funcionan las cosas. Y creo que lo he hecho así siempre.
Habla pausado, con una dulce mezcla de los acentos de las lenguas que habla; reflexiona profundamente, con la áspera franqueza del sentido común, el hábito del lector y de quien está acostumbrado a ir al núcleo de sus vivencias. En este documental, Barceló, además de detenerse en su obra, repasa sus inicios en unos estudios artísticos de los que se apartó enseguida, su preocupación por el medioambiente, habla de la literatura —«la mejor inversión posible»—, de la droga, de su paternidad y de su madre, entre otros temas.