Una ciudad de escritores

Madrid ha sido la ciudad invitada a la Feria del Libro de Guadalajara, y en nuestro número Eñe 52 Ganarás la luz hemos querido rendirle homenaje. Por ello, reunimos a casi medio centenar de escritores para hacer con ellos, a través de sus recuerdos, un diario de la ciudad de Madrid a lo largo de más de cincuenta años.  Es un placer para nosotros hacerte accesible este contenido a través de nuestra web. ¡Esperamos que lo disfrutes! 

 

12 de octubre de 1960, Manuel Vicent

El 12 de octubre de 1960, a las 13.00 horas, llego a Madrid desde Valencia en un avión DC-3 zarandeado por un violento mistral. Se mareó hasta el piloto. El ventarrón seguía soplando en tierra. Por la Gran Vía los hombres corrían detrás de los sombreros; las mujeres se sujetaban las faldas con la mano contra las rodillas para no enseñar las piernas. Ese día por la tarde me di una vuelta por el Café Gijón sin saber que me pasaría media vida en esa gabarra de náufragos. Dudaba entre ser abogado del Estado o escritor. El cielo de Madrid tenía el azul absolutamente bruñido.

1 de julio de 1965, José María Merino

Por fin me aceptó una aseguradora. Me incorporé ese día, y entre las ocho y las tres comprobé lo que me esperaba: distribuir documentos, redactar algunos que a los responsables les parecían gramaticalmente complicados, cambiar de sitio el coche mal aparcado del jefe… Desanimado, sin ganas de comer, me senté en un banco del paseo. En el otro extremo estaba un locutor de radio y periodista conocido en León. En su aspecto encontré una réplica de mi pesadumbre. Sabría años después que también había venido a Madrid para intentar ser escritor: se llamaba Francisco Umbral.

9 de diciembre de 1971, Ernesto Pérez Zúñiga

Salgo en Madrid. Como de una boca de metro. Pero es la madre. La ciudad es la madre donde ha delegado el planeta. De mi infancia recuerdo el jardín de Rosales y el templo egipcio de Debod. Madrid es otros mundos. Duermo en los brazos de la madre, que me cuenta la primera historia. Cumplo cuatro años, despierto en Granada. Pero siempre quiero volver al sueño. Regreso durante veinte siestas. Después de un accidente, despierto en un hospital de Madrid. Tengo otra oportunidad. Estoy vivo y elijo, definitivamente, la ciudad soñada. Salgo por una boca de metro. 20 de julio de 1997.

Julio, 1973 Nuria Barrios

Vivimos en el sexto piso de un edificio blanco con terrazas azules. En el noveno vive Gloria Fuertes. A veces nos la encontramos en la mercería, que también es papelería, donde lleva sus libros para que el dueño los venda a los niños del barrio. Un día, mi hermana y yo coincidimos con ella en el ascensor. Mi hermana es muy pequeña y ella es una mujer muy grande, con pelos largos y finos en los mofletes y una voz rasposa. «¿Cómo te llamas?», le pregunta. «Berta», contesta, y me aprieta asustada la mano. Gloria Fuertes carraspea y declama: «Bertita bonita, carita de sol, su madre le canta: do re mi fa sol». Hemos llegado a nuestro piso. Mi hermana tiene los ojos como platos.

20 de diciembre de 1973, Eduardo Mendicutti

Temprano, mataron a Carrero Blanco. Leí en el ABC que mi primera novela, Tatuaje, era finalista del Premio Sésamo, que se fallaba aquella noche. Conocí en la calle a un muchacho canario que me llevó a su apartamento para conocernos mejor. Cuando terminamos, quedamos en vernos por la noche en las Cuevas de Sésamo. Por la tarde, un antiguo novio me llamó. También quedé con él en las Cuevas. A medianoche, gané el premio. En un reservado me retuvieron como tres horas. Cuando pude salir, el canario y mi antiguo novio se habían ido, supongo que a conocerse mejor. A ellos nunca volví a verlos, y mi novela nunca se publicó por culpa de la censura.

20 de diciembre de 1973, David Trueba

Comparto el dormitorio con dos de mis hermanos. Mi cama da contra la pared empapelada con unos árboles pintados en tonos marrones y ocres. No voy al colegio, no sé leer, pero oigo mucho la radio junto a mi madre, mientras la veo planchar o la ayudo a ovillar la lana. Han asesinado de mañana a Carrero Blanco, el presidente del Gobierno de Franco, y mi madre ha rogado a mis hermanos mayores que esa noche se queden todos en casa y no salgan por Madrid. Mi padre está serio. Los locutores también. Mi madre me ha acostado hace rato. Todos tienen miedo.

20 de noviembre de 1975, Manuel Rodríguez Rivero

Nunca pensé que podría alegrarme tanto la muerte de alguien. Fue un sentimiento infantil, primario, que tenía más de alivio que de venganza. Me asaltó la mañana de aquel día frío y luminoso mientras desayunaba en un bar con la mujer que amo y contemplábamos en la televisión el rostro felizmente devastado del presidente del Gobierno que había nombrado al muerto.

6 de enero de 1978, Inma Chacón

El 6 de enero de 1978 amaneció mucho antes de que saliera el sol, como todos los 6 de enero de mi memoria, al son de los gritos de los niños y del tintineo de las luces de los árboles de Navidad y los portalitos de Belén.

A media mañana, las casas ya se habían inundado de cajas vacías y papeles de regalo, y los parques, de bicicletas, balones, patinetes y carritos de muñecas. Mientras, yo viajaba en un taxi que me llevaba a una peluquería improvisada en un apartamento de alquiler, junto a uno de los parques más hermosos de Madrid.

Antes de llegar a nuestro destino, el taxista me hizo la pregunta obligada del día:

—¿Qué te han traído los Reyes?

Y yo, a sabiendas de que iba a sorprenderle, respondí sonriendo feliz:

—Un marido. Me caso esta tarde.

Yo tenía veintitrés años, la inconsciencia de la juventud y un larguísimo futuro por estrenar. Todavía no sabía que el tiempo es arena que se escapa entre los dedos de las manos.

23 de febrero de 1981, Javier Montes

Después de comer bajábamos a jugar a la placita de Juan Bravo con Príncipe de Vergara, que solo meses antes había dejado de llamarse General Mola. Como tantas en Madrid, la hormigonaron en los noventa durante el furor municipal por las «plazas duras». Pero a mis cinco años y a ras de suelo lucía como un paisaje de dunas y torrenteras en miniatura: perfecto para carreras de chapas.

Esa tarde, en cuestión de minutos, todos los niños y madres desaparecieron. Muchos se dejaron tiradas hasta las chapas más valiosas, y encima creo que yo iba ganando. Fue mi padre, cosa rarísima, quien llegó muy serio y me subió a casa en volandas justo cuando iba a quedármelas todas. La radio hablaba de un golpe de Estado pero a mí me costó días perdonarle, y algunas noches todavía sueño con que por fin consigo recogerlas.

Primavera 1981, Elvira Lindo

Llegué a la radio a las seis de la mañana un día de primavera de 1981. Subí a la planta octava en aquel montacargas sin puertas en el que había que montarse en marcha. Allí, en aquel simulacro de redacción donde solo en contadas ocasiones vería escribir a alguien, me esperaba Izaguirre, mi jefe, un viejo exiliado cubano. Tras un parco saludo, me hizo entrega de unas enormes tijeras y, supervisada por él en la tarea, recorté de los periódicos las noticias que luego leeríamos en antena. Por un infantil afán de agradar, me dejé contagiar por su acento y dimos el noticiario local con acento habanero. Cumplida la primera misión informativa de mi vida, bajé a tomar el primer café con porras laboral en el bar El Diario de la calle Huertas. Allí, entre taxistas y repartidores, vi amanecer y me sentí, acodada en la barra de cinc, una gran profesional del periodismo.

8 de mayo de 1981, Javier Olivares

Me han contado que existe en Madrid una tienda dedicada enteramente a los cómics. Además está muy cerca del Ministero del Aire, en Moncloa, donde estoy finalizando el agónico servicio militar. Hoy he salido un poco antes y he callejeado hasta encontrarla. Aún vestido con el uniforme de aviación, cruzo sus puertas y, como en aquella vieja película del mago de Oz, todo se colorea y además se llena de viñetas.

El lugar se llama Camelot y mi vida está a punto de cambiar para siempre.

15 de noviembre de 1981, Fernando Royuela

Era noviembre, domingo, en Madrid, y hacía mucha luz. Quedamos unos cuantos amigos del barrio para tomar unas cañas en Los Charros antes de ir al mitin que había organizado el PSOE en contra del ingreso de España en la OTAN. Bromeábamos, adolescencia, la vida por delante, la inocencia. Fuimos en metro hasta Moncloa y andando desde allí hasta la explanada enfrente de Biológicas, esa que hoy alberga el Jardín Botánico. Mucha luz, mucho sol, polvo levantado, riadas de personas. «OTAN de entrada NO» era el eslogan de los socialistas; «OTAN no, bases fuera», coreaba la multitud, un cuarto de millón de personas allí concentradas. Razón, emoción, confianza. Utilizaron el lenguaje, manipularon a la gente y España entró en la OTAN.

26 de mayo de 1983, Luis García Montero

Viajo en tren de Granada a Madrid. Me acompaña Javier Egea, y en la estación de Atocha nos esperan Benjamín Prado y Rafael Alberti. Mañana presento en el Ateneo mi libro El jardín extranjero, con el que he ganado el Premio Adonais. Lo presentan Rafael, Aurora de Albornoz y Fanny Rubio. En Madrid he estado ya muchas veces, pero ahora tengo la sensación de pisar la historia de Madrid, mi historia de Madrid, la ciudad del Ateneo y la Generación del 27. Todo está vivo, menos Franco, que lleva siete años, seis meses y seis días muerto.

1 de junio de 1985. Marwan

Mis dos mayores momentos de felicidad, dos victorias junto a mi hermano. El 1 de junio de 1985, cuando recibió un premio de literatura entre todos los colegios del barrio. Lloré  entonces de felicidad, sin saber lo que eso significaba, pues jamás lo había experimentado. El otro fue el 11 de julio de 2010, cuando el empeine de Iniesta nos hizo Campeones para siempre. No he sentido jamás una felicidad comparable a esos momentos. Esos dos días fui, junto a mi hermano, Campeón de mi barrio y Campeón del Mundo y, a día de hoy, absolutamente nada lo ha podido igualar.

1 de enero de 1989, Cristina Fallarás

No recuerdo por qué había decidido pasar aquel fin de año en Madrid, quizás para estrenar un coche desvencijado que me tocó en herencia. Madrid era el centro, allí pasaban cosas y el 1 de enero de 1989 amanecí recorriendo la Carrera de San Jerónimo en busca de mi pensión. Tuve que conformarme con el garaje donde había aparcado. Tampoco encontré mi coche. De tal modo me aturdió la presencia de Fernando Rey.

11 de enero de 1989, Almudena Grandes

Hoy ha amanecido un día triste, nublado. He madrugado mucho para ir a trabajar y al volver a casa he abierto el buzón sin muchas esperanzas. Allí estaba el sobre que he esperado en vano durante más de un mes. En su interior, una carta con membrete de Tusquets Editores anuncia escuetamente que el manuscrito titulado Las edades de Lulú ha sido seleccionado como finalista del IX Premio La Sonrisa Vertical. El día sigue siendo triste, nublado, casi noche ya, pero ni siquiera Velázquez supo pintar un cielo tan azul como el que contemplo ahora mismo sobre los tejados de Madrid.

4 de octubre de 1989, Pilar Adón

En la sala Jácara, concierto de Transvision Vamp a las diez de la noche. La entrada nos ha costado mil ochocientas pesetas y meses de ahorro. A Wendy James le han puesto un ventilador delante de la cara y no he visto mucho más que eso, pero he cantado cada canción mientras la gente me empujaba de un lado a otro. He perdido un zapato.

2 de marzo de 1993, Juan Carlos Méndez Guédez

Pude nacer en Madrid hace veintiséis años, pero al final los planes de mi madre cambiaron y no viajó a España.

Hoy cumplo años en esta ciudad y recordé que aquí murió Azorín hace veintiséis años.

Anoche, la perrita de la casa donde duermo se comió mis zapatos. Una amiga me prestó las deportivas de su primo y así estuve paseando hoy.

Idea para un cuento que escribiré en el avión de regreso a Caracas: «Alguien camina por Madrid con los zapatos de Azorín y, aunque no conoce la ciudad, jamás logra perderse en ella».

14 de febrero de 1996, Ana Merino

Ya vivía en América, pero muchas veces me acordaba de mis días en la Universidad Autónoma de Madrid, de ese campus de cielo inmenso donde estudié Historia. En Columbus, Ohio, habían llenado la ciudad de corazones, era el día de San Valentín. Yo me sonreía de los querubines y las flechas. Una noticia me atravesó el corazón. Han matado al profesor Tomás y Valiente en su despacho. Entró un joven asesino etarra de veinticinco años y le dio tres tiros. Desde entonces por San Valentín siempre llevo a Tomás y Valiente en el corazón.

Julio de 1997, Esther Bendahan

Mis hijos eran pequeños. Me escapé a escribir al estudio de mi marido. Caminando por la calle Costa Rica, que tiene aire de final de ciudad, me encontré de frente con un chico y una mujer desaliñada. Preguntaron algo, sentí el temblor del peligro. Pensé en cruzar, no lo hice, en lugar de ir al portal apartado me acerqué a otro. Allí se abalanzaron sobre mí. Me negaba a darles mi anillo de boda. Discutí, pero me amenazaban con una navaja. Finalmente lo entregué.

Al divorciarme pensé: es porque me quitaron el anillo verdadero.

23 de abril de 1998, Luisgé Martín

Es el Día del Libro, un día especial para mí. Hoy, sin embargo, lo importante no es la literatura. He conocido a Axier, un chico de Bilbao que tiene acento sudamericano aunque nunca ha pisado ese continente. Nos hemos encontrado en la Plaza del Callao y hemos ido a tomar algo a Chicote, que está tratando de renacer de sus cenizas. Luego hemos paseado por la Gran Vía y nos hemos separado con buenos propósitos.

Desde ese año, los 23 de abril celebro los libros y el amor. En 2006 elegimos también esa fecha para casarnos. Shakespeare, Cervantes y Axier.

5 de octubre de 1999, Carlos Pardo

Evidentemente mi Madrid no existe. No porque haya desaparecido durante seis años de ausencia, sino porque mi experiencia de la ciudad ha sido demasiado íntima. La ciudad fue el espejo de mis sentimientos en el peor sentido del tópico: me identificaba con los centros comerciales donde pasé la adolescencia. Al crecer yo, mi Madrid se convirtió en un empalago pasajero, una varicela. En el Madrid de ahora me obsesiona la sensación del tiempo que queda para que la vida vuelva a ser interesante, por eso no salgo de casa y fantaseo con ese tiempo prometedor. Lo llamo sensación de istmo.

No me atrevo a empezar nada. Tampoco sé qué empezar. Pero una vez que he sacado el pie de las mantas suficientes veces y piso la moqueta, me siento plenipotenciario. Por eso no digo que esté en un callejón sin salida, sino que lo llamo sensación de istmo.

15 de octubre de 2000, Yolanda García Serrano

Es 15 de octubre del año 2000. Salgo de casa y alguien me detiene. Me pide por favor que espere un minuto porque están rodando una película y un especialista va a lanzarse desde el viaducto que tenemos delante. Me quedo contemplando los más de veinte metros de altura y me dispongo a disfrutar del  salto del joven. Apenas unos segundos después veo cómo se lanza y se estampa contra el suelo. Silencio sepulcral. Dudo. Pienso que es un muñeco de prueba. Pero tras el silencio llegan los gritos desgarrados, la petición de una ambulancia, el caos… Madrid dantesco.

23 de abril de 2001, Manuel Vilas

Piadosamente, la Casa Real me invitó a la recepción de la entrega del Premio Cervantes a Francisco Umbral. Me monté en mi coche y me fui a Madrid. Entré en el Palacio. Me quedé mirando a los camareros, a los guardias. Me asustaron los grandes salones, las escaleras interminables, los techos tan altos. Luego vi a Umbral charlando con los reyes de España. Así que esto era todo, pensé. El sueño de la literatura y de la vida. Como estaba tan nervioso, bebí en exceso cervezas y vinos, que es lo que daban en la recepción. Ahora Umbral está muerto y Juan Carlos I ya no reina.Pero Madrid permanece inalterable. Es el gran misterio de las ciudades. Y también de la vida.

3 de agosto de 2002, Jorge Eduardo Benavides

Desde mi ventana se observa el frondoso verdor de Las Vistillas. Más allá el viaducto, apenas intuido entre la techumbre de tejados añosos y esquinas de edificios decimonónicos. Es pleno verano en Madrid y sube una quietud sedante y llena de chicharras desde la cercana calle de Bailén, esporádicamente surcada por escasos vehículos. Mejor contemplar este nuevo paisaje urbano que desembalar cajas y maletas, ordenar libros y muebles, organizar la mudanza: toda mi vida de los últimos once años en Tenerife, que empiezan ya a quedar atrás.

2 de mayo de 2003, Marcos Giralt Torrente

El 2 de mayo de 2003 regresé a Madrid tras un año y medio becado en Berlín. Mi ambivalencia era mayor que otras veces. Concluida mi vida de rentista, volver significaba poner en marcha la maquinaria de la supervivencia. Dejé las maletas y salí. Las calles estaban repletas. Era primavera y era viernes y era fiesta. Me aturullaba entender lo que se decía a mi alrededor, me incomodaba el volumen de las voces y, al cruzar en un semáforo, sufrí un arrebato de callada ira cuando varios peatones me rozaron. Un muro de hastío anticipado me separaba de la ciudad que creía conocer de memoria. Más tarde, ya de noche, cogí el metro y sentí una sacudida de alegre extrañeza al comprobar que en mi vagón la mayoría del pasaje hablaba un español distinto del mío. Madrid, en mi ausencia, también había cambiado.

11 de marzo de 2004, Ignacio del Moral

En la casa reinaba la calma que seguía a la estampida matinal hacia colegios y trabajos. Café y silencio. Y de pronto, una algarabía de sirenas, cláxones apremiantes… Un cortejo ruidoso e interminable, como no había oído nunca, que se dirigía hacia Atocha. «Algo pasa, algo pasa, algo pasa…». Encendí la televisión.Y así supe del horror. Allí, de pie, solo ante el televisor, lloré.

11 de marzo de 2004, Fernando Marías

Yo vivía junto a la estación de Atocha. La casa tembló por las explosiones. Solo temblor, apenas ruido. No bajé inmediatamente a la calle —tenía más sentido conocer lo sucedido por las noticias— pero cuando al rato lo hice vi cómo desde las ventanas de Méndez Álvaro los vecinos, misteriosamente coordinados, arrojaban mantas a la calle por si podían ser de utilidad. Nunca he visto luego esa imagen entre las muchas difundidas del 11-M. Solo allí, en directo. Tal vez nadie la grabó, tal vez aquella solidaridad instintiva contra la barbarie planificada solo duró unos segundos, tal vez, me he dicho a veces, la imaginé. Sea como sea, quiero recordarla aquí ahora.

12 de marzo de 2004, Jesús Ceberio

Todos los partidos han anulado los actos de cierre de la campaña electoral para sumarse a la manifestación convocada a las siete de la tarde entre la plaza de Colón y la estación de Atocha, donde ayer murieron cerca de doscientas personas por la explosión de una docena de bombas en cuatro trenes de cercanías. La lluvia disimula muchas lágrimas. Más de un millón de personas ocupan todo el espacio urbano para expresar su repudio del terrible atentado, el mayor en un país con una larga historia de atentados. El Gobierno lo atribuye a ETA, pero cada vez hay más indicios que apuntan hacia el terrorismo islamista. Cuando Aznar se incorpora a la manifestación surge un clamor bajo los paraguas: «¿Quién ha sido?». La sospecha de que el Gobierno manipula la información recorre la multitud como un escalofrío. Hace poco más de un año cerca de un millón de madrileños se echaron también a las mismas calles un sábado al mediodía, bajo un tibio sol de invierno, para expresar su rechazo a la guerra de Irak. Aznar prefirió alinearse con su amigo Bush y teme que los ciudadanos castiguen a su partido en las urnas el próximo domingo si se confirma la autoría islamista.

1 – 2 de abril de 2006, Marta Sanz

Mis abuelos vivían en el 8 de la calle Gutenberg. Yo salía a su balcón cuajado de geranios, y veía el agujero que mi padre adolescente había hecho en un ladrillito y el perfil de la chimenea de la Real Fábrica de Tapices. Sucedió así durante mi infancia, juventud y madurez. Mi abuelo murió a los noventa y tres años. Mi abuela, octogenaria. Desmontamos aquella casa que ahora pervive dentro de nuestros hogares. El barrio de Retiro, la retícula urbana en torno al punto en el que habían vivido mis abuelos, se secó como geranio sediento. Dejó de tener significado.

5 de septiembre de 2006, Antonio Lucas

Tuve en Alfonso, el último cerillero del Café Gijón, a un inesperado compañero de juegos. Pasé muchos días de mi infancia dentro de aquella goleta donde naufragaban y triunfaban a cada rato poetas, narradores, dramaturgos,  periodistas, actrices, tuercebotas, espontáneos, turistas y fiscales. Tarde a tarde acompañaba a mi padre a su tertulia. A medio palmo de distancia de Buero Vallejo y de Manuel Alexandre hacía los deberes, enredaba entre las mesas y me sentaba a probar mecheros Bic con Alfonso. Al Gijón, como escribió Raúl del Pozo, no permitían el acceso ni a niños ni a perros, pero conmigo hicieron una excepción. Fueron sacos de horas allí invertidas en las que descifré Madrid por los ventanales, junto a Alfonso. Destacábamos como la pareja más exótica del acuario. Los demás eran damas y caballeros, modernos y modernas, una fauna descuadernada que fondeaba allí sin ancla. Yo quise a Alfonso. Hizo de mis días en el Gijón una extravagancia fabulosa de niño sin parque. El 5 de septiembre de 2006 fui a despedirme de aquella edad párvula. Llevaba en el bolsillo de la parka unos cuantos mecheros Bic comprados en el kiosco de mi barrio. Era mi deuda. Había muerto dos días antes aquel amigo tan mayor de cuando tuve diez o doce años.

29 de mayo de 2008, Arturo Pérez-Reverte

El 29 de mayo de 2008, tras casi veinte años de navegar como patrón de velero e ir consiguiendo las titulaciones correspondientes, conseguí aprobar en Madrid el último y difícil examen de capitán de yate, que me facultaba para recorrer, sin límite de millas o rumbo ni tamaño de la embarcación, todos los mares del mundo. Y en ese momento, cuando al fin tuve en mis manos el carnet azul cruzado en un ángulo por la bandera española, emitido por la Dirección General de la Marina Mercante con mi nombre y mi foto bajo las palabras «Capitán de yate, embarcaciones a motor, habilitado vela», fui el marino más feliz del mundo. Ni siquiera cuando recibí la primera edición de El húsar, mi primera novela, me había sentido así. Por fortuna, la vida nunca me obligó a elegir entre escribir o navegar; entre Madrid, donde vivo y trabajo, y el mar, donde navego. Siempre tuve eso muy claro. Sin la menor duda, el mar habría ganado la partida.

14 de noviembre de 2012, Lola Blasco

Naciste un 14 de noviembre, el día de la huelga general. Siendo como eres hija mía, no podía ser de otra manera. Lola, me repetía entre lágrimas, mientras te cogía en brazos… Lola como tu madre, Lola como tu abuela, Lola como aquella otra, Dolores, la Pasionaria… Ese día en Madrid, los gritos en la calle… «Nos dejan sin futuro», rezaban las pancartas, en español, en inglés, en alemán… Nos dejan sin futuro, decían… ¿Cómo podía no haber futuro si tú estabas en mis brazos?

20 de enero de 2013, Carmen M. Cáceres

Se cumplen mis primeros tres meses en Madrid y todavía no puedo evitar estas ganas de pisotear, destruir, arrancar de raíz esas florcitas perfectas que el Ayuntamiento renueva todas las semanas en las plazas y bulevares importantes de la ciudad. Descubro que soy demasiado sudaca para aceptar con naturalidad esta flora de maqueta, flora de invierno. Habrá que crecer en indiferencia, Carmen. Habrá que aprender que los espacios públicos no siempre son espacios comunes.

13 de marzo de 2013, José Ovejero

Dos metros cúbicos. Están en un palé en esa calle donde solo hay tiendas de ropa al por mayor regentadas por chinos. Treinta años después, he vuelto a Madrid, si es que es posible regresar a algún sitio. La ciudad ha cambiado, yo también. Estoy en Lavapiés, el barrio en el que vivió mi abuela, donde mi madre conoció a mi padre. Nunca he sentido nostalgia de ese barrio. Dos metros cúbicos de objetos me acompañan de una vida a otra. Empiezo a subirlos poco a poco hasta el ático que será mi casa a partir de ahora.

20 de septiembre de 2013, Miguel Ángel Hernández

En los últimos meses, has conocido a escritores que habías leído y cuya obra admirabas. Muchos de ellos se han convertido en grandes amigos con quienes has compartido ya momentos inolvidables. Uno de esos instantes sucede esta  noche. Estáis en el José Alfredo y de repente alguien te pide que te apartes un poco para poder pasar al interior. Te das la vuelta y ves al príncipe Felipe, que viene al bar con Letizia, disfrazado de persona normal. Miras lo que estás bebiendo y piensas inmediatamente que el alcohol que sirven en ese bar es bueno. Después, tus amigos te corroboran que sí es él y que no es una alucinación. Se monta enseguida un revuelo y la monarquía centra todas las conversaciones. Ni siquiera los anarquistas ocultan su excitación. Al salir del bar, Juan Soto y Manuel Astur se hacen una foto con él. Después, llegan más escritores y la noche se alarga algo más. Tú, sin embargo, estás demasiado cansado y te vuelves con Leo al hotel antes de lo habitual. La pizza calzone que has cenado se te va cayendo por el camino y acabas la noche con hambre. Madrid te mata.

14 de junio de 2014, Roberto Santiago

Un bar en medio del océano de bares de Madrid, el N del T, perdido entre la traducción de copas, recitales, conciertos, confidencias y más. En la madrugada del 14 de junio de 2014 un vidente me leyó la mano por primera vez, y su corolario fue una especie de maldición: «Si no vuelves a mentir, todo te irá bien». No creo en esas cosas. Y a pesar de ser escritor, no soy especialmente mentiroso. Sin embargo, desde esa noche, no he vuelto a mentir. Ni una sola vez. Al menos no de forma consciente. No me atrevo. Nota del traductor: mi decisión más importante en los últimos años ni siquiera la he tomado yo.

30 de junio de 2014, Aitor Saraiba

En el Metro un desconocido se me acercó y me dio un minilibrito dentro de una bolsita de plástico diciendo «es un honor poder darte esto y que seas la segunda persona en leerlo, lo acabo de hacer». Lo iba a abrir y me dijo «no, espera que me baje en la siguiente estación». Lo hizo y luego abrí y leí el librito. Que es muy pequeño, pero dentro tiene una historia gigante.

6 de marzo de 2015, Aixa de la Cruz

Hoy mi gata Polka, que no entiende el lujo de vivir en pleno centro, en un ático sin ventanas frente a la Dos de Mayo, ha abierto una grieta en el tragaluz y se ha precipitado desde un quinto piso. Esperaba encontrarme un pegote de chicle en el asfalto, pero seguía viva, tiritando bajo un coche, igual que cuando la adopté. Me la he llevado en brazos de vuelta a casa y al recostarla sobre mi cama ha vomitado un coágulo de sangre. He asumido que se moría y, aunque luego nos la han salvado, en la sala de espera de la clínica veterinaria, mientras temblaba como no había temblado nunca porque tengo veinticinco años y aún no conozco el miedo, le he dicho a mi pareja que jamás seremos padres.

14  de mayo de 2015, Juan Gómez Bárcena

Una carta de amor en mi buzón. Está dirigida «al chico de barba que anoche bebía ginebra en la Plaza del Dos de Mayo». Solo que anoche no salí de casa y no bebo ginebra. Escribo al número de teléfono que figura en la nota: aclaro el malentendido. La chica se disculpa: he debido de equivocarme de piso, admite. Me dice que era muy guapo, el chico de la ginebra. Yo soy feo y no bebo ginebra, tecleo. Se despide. Me despido. Me siento vagamente rechazado. Pero doblo la nota y la guardo con cuidado, porque después de todo es una carta de amor.

3 de agosto de 2016, Andrés Barba

Un pequeño descubrimiento en este traslado de casa. También una ciudad, como la belleza, se compone de pequeñas mentiras. La mentira de que la conocemos, la de que podemos recordarla, la de que reconocemos su olor o su textura, o su carácter, y quizá la peor, la más terrible de todas, la mentira de que la amamos o la odiamos.

7 de noviembre de 2016, Esther García Llovet

Me llevo la Canon a la Casa de Campo a hacer fotos de las sombras de los abetos. Llego a eso de las cinco. En algún  momento al bajar la cámara me doy cuenta de que ya es noche cerrada y estoy sola, en medio del monte, a oscuras. Durante esas dos horas yo no estaba en la Casa de Campo, no estaba en Madrid ni en ninguna parte. Como si no existiera.

23 de noviembre de 2016, Juan Bonilla

Todo el mundo dice que El Rastro ya no es lo que era, y me lo creo, pero por lo que llevo visto de este tan reciente Madrid, no es que El Rastro se haya encogido entre Lavapiés y La Latina: más bien se ha extendido por toda la ciudad de manera imparable. En Argüelles, mi barrio, por ejemplo: cada día me encuentro nuevas tiendas de segunda, tercera o cuarta mano, antiguas tiendas de subastas que hoy solo venden los restos de su naufragio, librerías en las que los libros salidos hace seis meses ya están a dos euros —me he comprado lo último de Luisgé Martín, aunque ya lo tengo—, tiendas de ropa donde por treinta o cuarenta euros llenas un armario. A veces tengo la sensación de que hasta la fruta o el pescado que compro en las tiendas proceden de platos de restaurante de lujo donde no llegaron a consumirlos. Como no soy nada escrupuloso, no hay mucho problema en eso. Los pantalones que llevo guardaron las monedas de otro y el jersey que me abriga defendió del frío a quién sabe quién y quién sabe cuándo. Por lo demás, he descubierto una manera de hacer más prácticas mis caminatas: me propongo un lugar de destino, por ejemplo, Plaza de la Paja, en La Latina, le pregunto a Google Maps la mejor ruta —Blasco de Garay, Mártires, Princesa, Plaza de España, Palacio Real, Bailén, San Francisco—, me la señala y me dice que tardaré cuarenta y seis minutos en llegar, escojo la ruta más larga —por la Cava Baja— y trato de hacer el trayecto en menos de cuarenta minutos. Pero Google Maps debe de tener el control absoluto sobre el funcionamiento de los semáforos y la lentitud de los viandantes a los que tienes que adelantar, porque lo cierto es que hasta ahora solo he logrado vencer el tiempo estipulado por la máquina dos veces. No escribo nada, salvo este diario.

17 de enero de 2017, Fernando Aramburu

Hoy se termina mi estadía en Madrid. No ha ido mal. Dos presentaciones en sendas librerías (Lé y Muga) con lleno de público, una actuación en directo en el programa de Susanna Griso en Antena 3 (Espejo Público) y las deliberaciones del premio Biblioteca Breve en un reservado del restaurante Paradis. En Lé me acompañó Óscar Esquivias, buen amigo, lo que ya me hizo ir con confianza al acto. Juan Martínez de las Rivas vino ex profeso desde Ávila a escucharme. Juan (problemas familiares) se reconoció deprimido y bloqueado para escribir. Me habría gustado ayudarle, pero ¿cómo? ¿Con consejos improvisados para la ocasión? Tras la presentación, fuimos a cenar a un bar cercano con televisor. Me alegró la velada ver al Real Madrid perder en casa contra el Celta en el Bernabéu, a cuatro pasos del restaurante. Bacalao al pil. Me estuvo repitiendo toda la noche. Dormí fatal.

24 de junio de 2017, Edurne Portela

J. ha salido a la mañana para Alemania. A mediodía ha llegado ama. Hemos comido en la terraza. A ella también le da la sensación de estar en un pueblo: los tejados rojos, el silencio de la calle, solo roto por algún ruido de cocina cercana. A la tarde, paseo: le enseño el local anarquista, el club de fumadores de marihuana, los grafitis de Embajadores, bajamos al mercado y ahí saludamos a Ernesto y le compramos aceitunas al Bendito, queso en Amores Berros, fruta ecológica. Ama, risueña, me dice «cómo te pega vivir en este barrio, hija».

 

Fotografía: Javier Campano