Eñe 47: Palabras que explotan
Por fin llega el número de otoño de la revista Eñe: uno de los más esperados del año, pues trae consigo el relato ganador y los finalistas del Premio Cosecha Eñe. Recuerda que en esta última edición ha obtenido el primer premio la escritora María Fernanda Ampuero (Ecuador, 1976) con su relato «Nam», y que le acompañan otros nueve finalistas: Gabriela Baby (Mar del Plata, 1968), Nere Basabe (Bilbao, 1978), Débora Castillo Abajo (Barcelona, 1963), Carlos García Burgos (Madrid, 1974), Manuel Moya Escobar (Fuenteheridos, Huelva, 1960), Óscar Daniel Salomón (Buenos Aires, 1956), Víctor Selles (Madrid, 1985), José Luis Serrano (Ciudad Real, 1967) y David Joel Voloj (Argentina, 1980).
Además de los relatos, en este número podrás encontrar las secciones fijas de la revista: el Diario firmado por Rafael Reig, la Conversación entre Antón Castro y Rosa Montero y La Batalla de Lola Larumbe. Y por supuesto el Editorial de la revista, que hace una vez más una declaración de intenciones.
A continuación os dejamos el Editorial íntegro, para que os sirva de aperitivo.
¡Que aproveche!
EL MAR CONGELADO (Editorial)
La literatura —y el arte en general— es el territorio de la paradoja, de la ironía, de la perplejidad. «Un libro debe ser como un pico de hielo que rompa el mar congelado que tenemos dentro», escribía Franz Kafka en una carta. Podríamos decir aquí, también, que una fotografía debe ser como una bomba puesta en el interior de un florero lleno de flores relamidas y hermosas. Una fotografía debe ser la dinamita que las convierta en estampida, en caos, en desastre. ¿Cómo es la belleza de los pétalos en la explosión? ¿Cómo es el estruendo de los tallos?
No hay arte verdadero que no enseñe a mirar las cosas desde el otro lado, desde la cara helada de la realidad. En Eñe siempre andamos a la caza de ese mar congelado, y las fotografías de Ori Gersht que nos acompañan en este número sirven a la perfección para ilustrarlo. Gersht, nacido en Israel, lanza al espectador el desafío de observar la belleza de la violencia. Bodegones mansos, clásicos, casi cursis, que, activados por el resplandor de su cámara explosiva, se convierten en todo lo contrario: desazonadores paisajes de la destrucción.
Las palabras también explotan. Lo hacen a veces para pintar la desolación de ese mundo exterior que compartimos o la tristeza del desamor y de la enfermedad. Pero otras veces explotan, como en las fotografías de Ori Gersht, a cámara lenta, reconstruyendo una belleza anticuada y convencional que, vista así, nos perturba. Lo realmente doloroso es lo que, en su apariencia sublime, esconde putrefacción, fanatismo o ira.
El mar congelado: la imagen pura de la perplejidad, la paradoja. Nos sentamos al borde del mar, paseamos junto al mar, contemplamos ensimismadamente el mar, pero es siempre un mar líquido. Calmado o enfurecido, pero en movimiento. Sólo cuando alguien es capaz de hacernos mirar al mar helado, con disparos literarios, con fotografías turbulentas, nos damos cuenta de que es ahí donde está el oleaje. Debajo de la superficie congelada. En el interior de las flores rotas.
Fotografía: Ori Gersht