José Hargain, por José Ernesto Jorge Montaldo
Mirta trabajó conmigo en la Intendencia Municipal en 1968 y transcribió a mano unos documentos. Entre ellos, una referencia de extrema escasez histórica acerca de José Hargain.
Años más tarde, observando este escrito, concluimos que todo trabajo literario traería consigo las carencias que un asunto reducido a la prosa turística podría generar, mimetizando la imaginación de los creadores a una lerda ritualización de lo consabido.
Luego de orillar otros trabajos respecto del más notorio fundador de nuestra ciudad, dedujimos que los historiadores influyeron de manera extraordinaria en el retraimiento intelectual de los escritores. Nos sorprendió que la imaginación no hubiese profanado este campo fértil. Pero vamos… que José Hargain muriera asesinado por un puñal envenenado, ese era un motivo que no se podía eludir fácilmente y demandaba algo más que un intento de reconstrucción. Algunos narradores dejaron constancia de esta ridícula
Jorge Luis Borges, en sus viajes veraniegos por Fray Bentos, hubiese atendido estas historias sumarias. Con obstinación porfiada, sin embargo, podemos dar certeza de que ocurrió así:
Pocos se animaron con su rostro, pero se atestigua en algunos dibujos una cara de pómulos huesudos en sorprendente consonancia con el pleito fisiológico que establecen sus estatuas. Hemos advertido sorprendidos que en algunas cartas se vio adelantando la vecindad de aquél encuentro que lo arrastraría a más de una semana de putrefacción. Los pobladores de la época reconstruyeron el hecho con tanta sospechosa meticulosidad que se podría acusar a cada uno por separado del crimen.
En diarios roídos de la época, que conservaba un amigo común de Gualeguaychú y en documentos históricos que nos encargaron tirar del del sótano de la Intendencia por falta de espacio, nuestro hecho cobró más relevancia. Un hombre de la época y un policía que oficiaba de cronista, coincidían en que viendo aquellas heridas uno podía imaginar los nervios del matador; asimismo se notaba el temblor o cierta fluctuación de un escribiente desde la letra bruscamente deformada. Las puñaladas fueron tres. No muy profundas, pero muy separadas, como si no cumplieran con una secuencia normal.
Ese día, quizá sin sombras, Falcón pidió que el coronel Basilio instaurara como piquete permanente, frente a la casa de Hargain, veinticinco hombres a su cargo, por la saña de la guerra fraticida que los Haedo habían llevado hasta el desquicio. Un soldado viejo que lo cuidaba confesó que Hargain estaba enojado porque creía que alguien había incendiado el altar de la Purísima Concepción y él la tuvo que ver derritiéndose como “muriendo sin forma”. También dejó constancia de que le avisó que esa noche uno de los soldados iba a matarlo. Con mucha humildad fingida, rotulada con su paranoica repetición, se aseguró de que abandonara la casa sin ser visto.
Hargain agradeció. Sabía de los túneles subterráneos de Villa Independencia (primer nombre paradójico de Fray Bentos cuya ocurrencia se adjudica) deslizaba toda suerte de contrabandistas y asesinos. José Montaldo Caballero conocía mejor que nadie los incipientes pasadizos subterráneos y prometió guiarlo hasta la costa donde el Matilda que esa noche llevaría el carbón al barco “La Salteña” fondeado en el río, lo alejaría del lugar.
Nunca llegó. Un “hombre” lo cruzó en la oscuridad de los túneles y de allí salió muriendo.
Sin embargo, un dato faltaba y es en el que nos detuvimos para hacer llegar a los escritores venideros, a los historiadores descreídos, a los hombres que rehuyen a las historias fantásticas, a los cuentistas sin ideas del horror, la probable verdad. Pero no estábamos locos. Y dejamos para publicar a nuestra muerte este libro que une todas las historias extrañas de nuestra querida ciudad. Creemos dejar constancia (junto con las fotos de los documentos probatorios que se muestran al final de este libro), de que esta historia no ofrece resistencia.
La carta de Hargain, que ustedes podrán leer en la página final es clara: lo que se encontró en los pasadizos no era un hombre. Hargain escribió, se especula que en pleno delirio del envenenamiento, que algo le enterró una especie de uñas largas y separadas en el estómago, que tenía la cara deformada como un balde de carne lleno de dientes flácidos. También contó que en su delirio visionó que el futuro era una ciudad quieta, comercial y anónima, en la que infinitamente se repetiría un gran festejo anacrónico por cada emprendimiento fallido. Sin embargo encontramos en la carta gran coherencia y simpleza, que cotejamos con otras de los mismos años.
Su final es consabido. La muerte que lo recorrió de punta a punta espantó a todos los conocidos de su lado. Lo dejó solitario, apretando su carne encima de las costillas. La madre, que lo visitó dijo que su cuerpo colgaba como si no tuviera músculos.
Las homenajistas que erigieron su busto, inconscientemente, decretaron que el lado superior desteñido y roto mirara la estación de trenes de AFE, otro melódico contraste desteñido.
José Ernesto Jorge Montaldo nació en Fray Bentos (Uruguay) en 1979. Actualmente vive en Montevideo, donde estudia Letras en la Facultad de Humanidades. Publicó un relato en la revista Maldoror, poemas en revistas alternativas, y tuvo un espacio de literatura en radios de Fray Bentos. Fue coordinador del grupo de arte Heteroismo, y actualmente investigo la obra del escritor uruguayo Tarik Carson.
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