«Caín. El ultimo manuscrito» de Gregor von Rezzori, por Javier Divisa
Caín – El último manuscrito
Gregor Von Rezzori
Editorial Sexto Piso
Traducción de José Aníbal Campos
Un libro no puede contener más que su historia, que para él no es únicamente la continua anotación de sucesos y experiencias cotidianas, sino <<la fatal imbricación de presente y pasado: la presencia constante de todo lo vivido alguna vez>>, o, en otras palabras, <<el tormento de no poder existir privado de historia>>.
Tenemos por un lado la confrontación entre la utilización materialista y codiciosa del arte (eso que llaman industria del cine) y la postura de Schwab más proclive a la deferencia por el respeto literario y conceptual, la erudición humana y el valor de lo vivido. La autenticidad del arte reside sobremanera en la soledad del autor, mientras factores externos y monetarios gangrenan los resultados de la creación.
Estimado Gregor von Rezzori (qué bonito que no sea usted Manolo Lama, ni el último premio Lengua de Trapo, qué belleza, marica, dirían nuestros hermanos de Antioquia, qué patricio, qué aristocrática su flamante y reciente nombradía, tan cadente con la sonoridad de su identidad, GREGOR VON REZZORI, en equidistancia a su LITERATURA). Gracias a mis poderosas influencias, conseguí sin demasiado esfuerzo su novela Caín (El último manuscrito). Es una aplicación que se llama Facebook, y la súplica se inicia con dos palabras: Hola Sara. Prosigamos. He cogido su novela con tanta avidez que muy posiblemente el texto se haya podido sentir sobrecogido en un principio, incluso en las posteridades de la confianza nos ha faltado preguntarnos qué hacíamos de cena, y hacer el amor. Entiéndame, su novela es muy follable, y la admiración por un escritor es una legítima defensa de la devaluación literaria y el polvo rápido. La ortodoxia de los libros.
Por tanto, lo tomo con la oportuna presteza. Obra maestra. Disculpe si le molesta, que yo, pobre mundano, le santifique la obra. Le canonice (ceja enarcada, gesto pícaro, escepticismo frente a mi irreverencia, usted mismo). Madre mía, obra maestra ¡Eso es algo tan propenso a la integridad y la precisión de un tiempo! (con lo que usted emborrona, con tanto garabato, si es el emperador de la cabriola sintáctica). Pues nada, nos dejamos de mariconadas: Obra maestra es estar dos horas sentado en el sillón saltando temáticas, apreciando la calidad y muy entretenido en desvelar de qué va la novela. Durante su lectura, es difícil acordarse de que está ambientada en la muerte, el bombardeo de Hamburgo de 1943, los Procesos de Núremberg, el espiritismo, Besarabia, la creación literaria, la tragicomedia familiar, el amor, la prostitución bucólica, es decir putas nereidas, poéticas, el sadomasoquismo, la publicidad y su indómito mercantilismo, la homosexualidad, las fucking middle classes, la campaña populista del nazismo, y las consecuentes ruinas físicas y morales de Europa, entre otras lindezas, por la abstracción de la Obra Maestra, es decir la integridad, el confort de la literatura, la vivencia del gran momento lúbrico-literario. Con poética (sí, poesía). Sólo cierta medianía literaria nos daría detalles demasiado específicos y demasiado claros en el avance. Aquí te tienes que buscar tú, la puta vida. Qué cabrón. Un buen día sacará el futuro, Caín del baúl polvoriento de las letras, y no le vendrá nada mal a la posteridad. La balada a la alegría que aparece entre los escombros de Europa.
Stella, en su intento descabellado de reunirse con él en Berlín, cae en los engranajes de la máquina trituradora del nazismo. Él no consigue salvarla, y ya no podrá librarse de sus sentimientos de culpabilidad. Durante los últimos días de la guerra es testigo de la destrucción de las ciudades alemanas y de la <<muerte de Europa>>.
Fue en Hamburgo, delante del hotel Atlantik. Nada me hizo pasar por allí aquel día salvo mis habituales paseos sin rumbo por las zonas en obras de la ciudad y sus campos de ruinas, en los que todavía quedaban testimonios de un orgulloso pasado: el Ayuntamiento y la Bolsa, los hoteles de lujo, las mansiones de los ricachones a orillas del Alster, algunas iglesias y las casitas de mazapán de la calle de las putas.
No fue sólo la tragedia alemana reflejada en su rostro de niña lo que me oprimió el corazón: los ojos de fábula y, debajo, la huraña y desdeñosa boquita, una de cuyas comisuras, debido a la desgarradora tensión entre la autocompasión y la altivez, caía en picado en un arabesco que se asemejaba a la firma de Hitler.
Qué ganas a veces de abandonar. Dejar de interpretar escritores y adivinar sus putos mensajes en clave. Dejadme en paz, quiero ver los cuartos de final de la Champions League; manta, sofá, tele y frivolidad; la veleidad de mis pelotas. No vale para nada: cada cierto tiempo viene un libro a rebatir las volubles normas de la estupidez humana. La potencia (perenne) de la literatura.
Se ve sentado con John y el tío Ferdinand junto a su madre; los observa mientras colocan las cartas del solitario. Tres amantes, de los cuales él, a sus siete años, es el más fervoroso. Tiene que haber sido en la casa del tío Ferdinand en Besarabia, la luz es como la de aquellos días. Nunca más, en ninguna otra parte, ha vuelto a encontrar esa luz. El mundo en ella era de una vastedad infinita. Cuando brillaba el sol, iluminaba las vegas a lo largo del Prut y su anchuroso espacio esplendente entre el Don y la Côte d’Azur: nuestros cotos de caza, castillos balcánicos y casinos, tierra de cocottes. Y mamá, la cocotte de lujo que lleva en cada uno de sus gráciles dedos la marioneta de algún galán que corre con todos los gastos…
Una clase (procedimiento narrativo) de evasión argumental, equidistancia irónica, consecuencia de la pirueta delic que viene a ser este manuscrito exuberante de recursos que siempre nos pillará en el arrebato del deslumbramiento precedente. (Nota: se aconseja leer con cierta dilación aunque fuera sin entendimiento; la celeridad y la premura lectora ante grandes cuotas de brillantez podrían causarle un ictus y de ahí en adelante solo comprendería libros de José Ramón de la Morena).
Los personajes son protagonistas, comediantes, absurdos, déspotas, cáusticos y solitarios, y hay muchas intrigas y sub-conclusiones, cada una con su inevitable final, como si toda expiración de existencia tragicómica estuviera destinada a la fatalidad. Quizá como liviana contrariedad (ingrávida, apenas molesta), a Rezzori se le va de vez en cuando la pinza y la cabeza con tanta ensoñación, si bien lo normal es el despunte de brillo de la página posterior; la solución perspicaz, el talento del triunvirato (Rezzori, Arístides y Schwab) y la inevitable necesidad narrativa de contar la vida. Grazie mille, José Aníbal, por rescatar estas bellas maquinarias.