Sergio del Molino descubre la España que nunca fue, por Anna María Iglesia
En Azorín, la biografía que Ramón Gómez del Serna escribió del autor de Don Juan, el padre de las greguerías, escribía: “Ahora le ha dado a Azorín por viajar hipotéticamente y tan pronto dice que se va a Levante como que se va a Castilla. ¿Hace en realidad alguno de los viajes que cuenta? No lo creo. Supone aviones que le transportan sin sentirlo, mientras lee unos capítulos de un libro, pero generalmente cree que viaja en tren”. Con la ironía y la mirada algo sardónica que define sus prosas, Gómez de la Serna se refería al supuesto peregrinaje a lo largo y ancho de la Península que había iniciado Azorín hacia 1905, siguiendo los pasos del viejo Don Quijote, y que daría como resultado La ruta Don Quijote. Y decimos supuesto porque aquel “hipotéticamente” utilizado por Gómez de la Serna parece trascender el mero carácter irónico del texto para expresar una sincera duda acerca de la realización del viaje. “¿Hace en realidad alguno de los viaje que cuenta?”, Gómez de la Serna lo duda y, no es el único que pone en cuestión que el autor de La ruta Don Quijote cumpliera el encargo que le había encomendado José Ortega y Munilla, director de El imparcial, periódico donde se publicaron las prosas posteriormente reunidas bajo aquel título. De hecho, no son pocas las relecturas del texto azoriniano que subrayan que el viaje relatado por el autor fue, principalmente, un viaje a partir del texto; como señala Inman Fox, Azorín estaba “más inspirado por los libros que leía que por la realidad”, su realidad era una transposición del texto, su España cervantina terminó siendo más una evocación lectora que una geografía realmente visitada.
Inspirado por los textos, pero sin duda también por la realidad que le rodea, Sergio del Molino recorre La España vacía (Turner). A diferencia de lo que sucede con Azorín, no sólo con Del Molino no hay dudas acerca de la realidad del viaje, sino que la inspiración que los textos y, más en general, el palimpséstico relato tradicional –literario, histórico, cinematográfico, ensayístico, periodístico- suscitan en el autor, lejos de ser una lente empañada de entusiasmo, son una lente de aproximación crítica. Y es precisamente esta mirada crítica la que permite a Sergio del Molino poner en discusión el propio estatuto de la España vacía que se extiende a lo largo y ancho de la Mancha y a la que el propio autor alude, desde el subtítulo del ensayo, como “el país que nunca fue”: ¿Existe, por tanto esta España vacía? ¿Existe o es un relato al que hemos dado un incuestionado estatuto de veracidad? “Todos los territorios son miradas, la peculiaridad de esa España de la que hablo en el libro es que la mirada ha sido siempre externa. Incluso la más aparentemente endógena, la del noventa y ocho, procede de escritores marítimos y periféricos: Machado era sevillano; Azorín, de Alicante, y Unamuno, de Bilbao. Quizá el gran escritor castellano, el primero que escribe de verdad a pie de meseta, sea Miguel Delibes, pero para cuando él empieza a escribir, hay tal maraña de miradas externas que es casi imposible mirar sin prejuicios” comenta Sergio del Molino, quien con su último trabajo parte de la tradición hispanófila y del ensayo peninsular, de Ortega y Gasset a Unamuno, de Azorín al Buñuel de Las Hurdes –ensayo fílmico a partir del género documental- para cuestionar e, incluso, desmontar la mirada impostada, muchas veces desde el paternalismo foráneo, que ha construido el cliché de un país que, sin embargo, nunca fue tal y como se contó: “la España interior, que yo llamo vacía, es un cliché que casi nadie se ha molestado en desmontar. Por eso mi viaje lo es en varios sentidos: hay un viaje real, a bordo de mi C4, por los pueblos de las Castillas, de Extremadura y de Aragón, y otro viaje intelectual, en el que recorro los relatos y los sobreentendidos construidos sobre ese país”.
La superposición de viajes, a la que alude el propio Sergio del Molino, dota al texto no sólo de carácter crítico, carácter que se destila desde la primera página, sino también de referencialidad: en este sentido, La España vacía es un texto que se inscribe en el género ensayístico, pero que, al mismo tiempo, tiene sus raíces en el periodismo, profesión de Del Molino. El carácter periodístico del texto se observa en el hecho de que la España vacía visitada por el escritor se convierte en sí misma en un argumento discursivo para contrarrestar los clichés antes aludidos: no solo se trata de construir un nuevo relato más acorde con el presente y más desprejuiciado, sino de hacer que sea el propio territorio aquel que se define. “Es tan pernicioso el arquetipo que animaliza o primitiviza a los campesinos, adornándoles con atributos monstruosos, deformes y asesinos, como ese otro que les atribuye virtudes chamánicas y les considera depositarios de una sabiduría y de una verdad ancestrales y perdidas en el mundo urbano” sostiene Sergio del Molino, cuyo principal mérito es aquel de haber conseguido una mirada equidistante con respeto al objeto de ensayo: no hay condescendencia alguna con la España retratada de la misma manera que no la hay con la tradición historicista y culturalista que la ha diseñado la distancia de quien observa y juzga sin formar parte. En este sentido, el ejercicio realizado por Sergio del Molino puede compararse a aquel que en su día realizó Edward W. Said en Orientalismo: en aquel ensayo, hoy de referencia para los estudios coloniales, Said sostenía que Oriente existía en cuanto construcción de Occidente: Occidente, señalaba el ensayista palestino afincado en Estados Unidos, no mira a Oriente, no se interesa por Oriente, sino que se relaciona con el Oriente que él mismo ha creado, con un relato tan naturalizado como impostado carente de una referencialidad concreta. El problema radicaba, sobre todo, en el hecho de que el propio Oriente ha asumido este relato, ha asimilado la identidad que Occidente le ha conferido.
“La tradición es siempre una ficción” apunta Sergio del Molino; se trata de una ficción en gran parte asumida por los propios territorios que, como observa el autor a lo largo de su recorrido ensayístico-geográfico, han rentabilizado parte de su mito, convertido no en pocas ocasiones en la atracción turística: “en muchos sitios de la España vacía se ha sublimado una cierta idea de la tradición que tiene que ver con una Edad Media sublimada y de cuento en cuyo arquetipo se han envuelto como, paradójicamente, promesa de futuro. En ese sentido, se han condenado (con el aplauso de la España llena, que necesita sitios de excursión y escapada de fin de semana) a representar una función eterna que detiene su tiempo en un pasado que nunca sucedió”. Se trata de una sublimación ventajosa para la España llena y una sublimación engañosa para la España vacía, cuyo abandono es convenientemente rentabilizado por los poderes centrales –Del Molino observa cómo la ley electoral que concede una mayor representación parlamentaria a esta España vacía no corresponde al interés que dicho territorio despierta a nivel político, ante todo porque, subraya el autor, la mayoría de quienes representan políticamente estas provincias residen en la capital. La sublimación e, incluso, la fantasmagoría de protagonismo que rodea a esta España, “vacía aún más sus pueblos, pues los saca del relato de la modernidad y convierte la vida en ellos en no-vida, en una escenificación perenne de una tradición para regocijo de los forasteros”. Un regocijo que, a su vez, tiene como contrapunto un rechazo hacia el foráneo, un sentimiento de heterofobia: “La heterofobia, término que debo a mi amigo el historiador Javier Rodrigo, permite construir las identidades de grupo por oposición a otros. Es la estrategia de los fusilamientos del 3 de mayo de Goya: deshumanizar al otro”.
Si bien es cierto que hoy por hoy la heterofobia es más un eco del pasado que una consecuencia del presente –difícil asumir hoy en día un proceso de deshumanización con respecto a esta otra España-, un proceso de incomprensión, de desconfianza y, por qué no, de utilitarismo ventajoso define la interrelación entre la España vacía y la España llena, dos realidades que no se contraponen ideológicamente, dos realidades que nada tienen que ver con el guerracivilismo, sino con un proceso de abandono de las provincias y de urbanización, tal y como narraba Julio Llamazares en La lluvia amarilla, y con la acrítica asunción de un relato caracterizado, por un lado, por el paternalismo urbanita-intelectual y, por el otro, por la fascinación interesada por los clichés arcaicos-tradicionalistas. Sin la retórica academicista y proponiendo un relato entre el ensayo y la crónica, remitiendo a la mejor prosa de Cela, Viaje a la Alcarria, o al Gaziel de Meditaciones en el desierto, Sergio del Molino construye un brillante texto en el que propone una nueva mirada hacia esa España vacía, una mirada alejada de todo nacionalismo y de toda condescendencia, sin exaltación ni denostación, una mirada lúcida que busca reconstruir un relato detenido en el tiempo y unas relaciones malgastadas y contaminadas de prejuicios, fobias y entusiastas paternalismos. La España vacía de Sergio del Molino es un ensayo que invita a rehabitar filosófica, histórica y literariamente la España vacía, a descubrirla como el país que es y no como aquel que nunca fue.
Fotografía: Roberto Latxaga