Indies, hipsters y gafapastas, de Víctor Lenore

Hace tiempo que expresiones como indie, hipster, cultureta, moderno y gafapasta son de uso corriente en nuestras conversaciones. Sus límites resultan borrosos, pero remiten a una realidad social que la industria cultural y las agencias de publicidad utilizan para designar un amplio segmento del mercado. Los hipsters son la primera subcultura que, bajo la apariencia de rebeldía, defiende los valores impuestos por el capitalismo contemporáneo. Palabras como independencia, creatividad o innovación son la cara amable del espíritu individualista y competitivo que propone el sistema, y la presunta exquisitez de criterio de los hipsters ha creado un consumismo que no avergüenza, sino que genera orgullo.

¿Todo el mundo aspira a ser moderno? ¿En qué consiste lograrlo? Capitán Swing publica el próximo 13 de octubre un libro que intenta responder a estas preguntas. Prologado por Nacho Vegas, Indies, hipsters y gafapastas es el primer libro del periodista musical Víctor Lenore. «Un análisis profundo, inteligente y empático de cómo el clasismo se ha metido en nuestra vida cotidiana», en palabras de César Rendueles. Te ofrecemos sus primeras páginas.

 

01. Pijos, hipsters y viceversa

Tres preguntas me ayudaron a arrancar este texto: ¿Todo el mundo aspira a ser «moderno»? ¿Es una actitud en contra o a favor de la corriente? ¿Implica algún tipo de posición política o estamos ante una especie de consumismo con barniz cultural? Hoy la vida cotidiana se parece bastante al paraíso cultural de un joven «alternativo» de los años noventa. Incluso va más allá. Deportes Cuatro resume los goles de la jornada a ritmo de artistas cool como The Black Keys, Four Tet y The National. Los legendarios Pixies animan los anuncios de Apple, mientras el cantautor depresivo Nick Drake suena en los de Volkswagen y Vampire Weekend hace triplete con campañas para Honda, Hewlett-Packard y Tommy Hilfiger. La cantautora indie Chan Marshall, más conocida como Cat Power, ha servido de modelo para Chanel, Christina Rosenvinge anuncia Mahou y SEAT Spotify, mientras Russian Red se reparte entre Purificación García, Women’s Secret y Trinaranjus. Cada mañana, al sentarme a trabajar, Spotify me propone playlists como «Hipster House Party», «Indie latino» y «The Happy Hipster». Cuando busco ofertas en la web de viajes Rumbo, aparece una infografía de «escapadas hipster» con vuelos a Amsterdam (por las bicicletas), Canadá (por las camisas de cuadros), Londres (por la música) y Australia (por los tatuajes). A estas alturas, deberían quedar pocas dudas sobre la intensa relación que existe entre la cultura hipster y el capitalismo corporativo de nuestra época.

En marzo de 2012, las publicaciones Fortune, Adweek, Business Week y Los Angeles Times coincidieron con sendos artículos sobre cómo la música indie se había vuelto dominante en la industria de la publicidad. Fue la estética mayoritaria en los anuncios de la Super Bowl, los espacios publicitarios más caros de la televisión en Estados Unidos. «Los artistas indie ya no solo anuncian cosas molonas como coches o ropa, sino también productos menos sexys como ordenadores, detergentes y seguros de salud», explica Adweek. La música hipster se ha convertido en la banda sonora preferida del mundo empresarial para dotar a sus productos de un aura de autenticidad y prestigio, véase también la saturación de patrocinadores de los festivales musicales de verano. Cuando las agencias se vuelcan tanto en una subcultura (o presunta subcultura) es porque dice algo central sobre los valores de nuestra época. Hollywood, esa máquina de ideología, tampoco se ha quedado al margen. La estética indie manda en películas como Juno, Once, Little Miss Sunshine, todas oscarizadas y muy rentables. Sin la cultura hipster resultan indescifrables directoras como Sofia Coppola (que anuncia Louis Vuitton), la ex publicista Isabel Coixet o el director de culto Wes Anderson (por cierto, este año se ha inaugurado un crucero ambientado en su película El gran hotel Budapest). La llamada escena independiente es la favorita de la industria cultural: una atractiva mezcla de inversiones razonables, reputación artística y oportunidades de pelotazo económico.

La banda sonora de la clase dominante

Los «modernos» se perciben incluso como nicho de voto. El pasado marzo, el Partido Republicano de Estados Unidos lanzó una campaña para seducir a los cuatro grupos electorales que más se le han resistido: mujeres, latinos, afroamericanos y ... ¡hipsters! David Cameron, primer ministro británico, no pierde oportunidad de mencionar que sus grupos favoritos son The Smiths, Band of Horses y Lana del Rey. En las cumbres del G-8 ha llegado a repartir playlists de música indie de su país entre los líderes mundiales. ¿Se ha convertido la música hipster en la banda sonora de la clase dominante? Que la reina Letizia se escape del Palacio de la Zarzuela para ver en directo a Eels, Los Planetas y Supersubmarina parece una pista fiable. La aristocracia bohemia lleva tiempo asomando por las revistas del corazón: la estrella neofolk Devendra Banhart conquistó a Natalie Portman, la actriz Carey Mulligan se ha casado con el cantante de Mumford & Sons y todos recordamos a Pete Doherty y su extenso romance tóxico con la supermodelo Kate Moss, que luego le cambió por otro rockero hipster, el cantante de The Kills. El festival Coachella, que se celebra en una de las zonas más pijas de California, se ha convertido desde hace tiempo en clásico del couché. Allí la heredera global Paris Hilton se codea con jóvenes estrellas de Hollywood como Ryan Gosling y con modelos como Alessandra Ambrosio, dentro de una extensa zona VIP por donde pululan las celebridades del futuro. Todos escuchan juntos a The Cure, LCD Soundsystem o disfrutan de la reunión de los míticos Stone Roses. Por supuesto, la inmensa mayoría de los desfiles de moda de París, Milán o Londres marchan a ritmo de esta música cool y presuntamente rebelde. En 2012, la prestigiosa firma Yves Saint Laurent nombró director creativo a Hedi Slimane, un fanático de la estética indie, que ya había apostado por Beck, Courtney Love o Kim Gordon (Sonic Youth) como modelos para promocionar sus colecciones.

En España, la relación entre clase alta y hipsterismo es transparente: basta darse un vuelta por la web Hipsters from Spain. Allí encontramos, por ejemplo, a Brianda Fitz-James Stuart, nieta de la Duquesa de Alba, responsable de Planet Palmer, su propia marca de moda. También aparece Isaac Marcet, que tras vivir unos años en Londres y Nueva York regresó a Barcelona para «ejercer el liderazgo creativo» en la web de tendencias Playground. Un caso exótico es Safu Seghatoleslami, joven refugiada iraní, forzada a abandonar el país por la situación política. Aterrizó en Barcelona y ahora trabaja como diseñadora en la firma de moda Carolina Herrera, una historia muy distinta a la de la mayoría de migrantes árabes. La galería de personajes de Hipsters from Spain posan con chaquetas de Hermés, vestidos de Prada, jerséis Lacoste, pañuelos de Modern Amusement y zapatos Loubutin o Maison Martin Margiela. Se trata de un look casual, pero el precio de algunos estilismos debe de acercarse al salario mínimo interprofesional. Queda claro que la cultura hipster española se parece bastante a la sección Ecos de sociedad del diario ABC, si en vez de personajes de setenta años para arriba se pusiera el límite en cuarenta y cinco. Ningún perfil de esta web menciona sus orígenes familiares, centrándose en el carácter «talentoso», «creativo» y «emprendedor» de los entrevistados. No hace falta ser Sherlock Holmes para notar que la mayoría son hijos de familias con dinero. Según contaba la revista ¡Qué me dices!, Borja Thyssen y su esposa Blanca Cuesta «lucieron look hipster» durante su última visita al dentista.

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Víctor Lenore, autor de Indies, hipsters y gafapastas (Capitán Swing, 2014).