El regreso de Ulises, de Alberto Manguel y Max

Tras muchos años de ausencia, Ulises regresa al lugar del que partió. Sin embargo, ahora todo es diferente: al recorrer la que fue su ciudad, a la que no logra reconocer, se topa con un personaje que había conocido en otro tiempo, la Sibila de Cuma.

El regreso de Ulises es la alianza hecha historia del escritor Alberto Manguel y el dibujante Max. Editada por Nórdica y ya a la venta, ambos se han unido para afrontar un relato sobre el exilio. Una historia protagonizada por el mítico Ulises, sobre la sensación de exilio y el sentimiento de no pertenencia a una comunidad que padecen los desplazados.

Alberto Manguel (Buenos Aires, 1948) pasó su niñez en Israel, donde su padre era embajador, y de vuelta a Argentina estudió en el Colegio Nacional de Buenos Aires e inició estudios de Filosofía y letras en la Universidad de Buenos aires, que abandonó. Comenzó a trabajar en una editorial y viajó por Europa con trabajos editoriales en París y Londres, que continuó en Haití. Se estableció en Toronto adquiriendo la nacionalidad canadiense, trabajando desde allí en diversos periódicos como The Washington Post y The New York Times, compaginándolo con su labor literaria, traductora y editorial.

Max (Barcelona, 1956) se inició en la historieta en los años ochenta y en la revista El Víbora. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Cómic por su libro Bardín el Superrealista. Ha sido fundador y codirector editorial de la revista de vanguardia gráfica NSLM entre 1995 y 2007. Su trabajo como ilustrador incluye carteles, portadas de discos, ilustraciones para prensa, libros y animación. Desde 2009 ilustra semanalmente la sección «Sillón de orejas» en el suplemento cultural Babelia, del diario El País.

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Después de Cuma, se había encontrado con la Sibila en varios de estos lugares: la Sibila con la mirada vacía entre los que habían perdido la memoria, arrebujada entre los indocumentados, la Sibila perdida entre los espectros que pedían asilo. La había visto en medio de la muchedumbre, o sentada a un lado, o arrastrando los pies en la cola de quienes esperaban eternamente para rellenar formularios, mostrar papeles de identidad, explicar, reclamar, rogar. Una vez la había visto con otras dos mujeres, las manos esposadas, mientras dos guardias civiles la obligaban a subir por la escalerilla de un avión; la Sibila no decía palabra, pero las dos mujeres lloraban a los gritos, y los demás pasajeros se habían quejado del alboroto. Otra vez, la vio entre un grupo de vecinos que observaban impávidos cómo un niño africano era conducido del colegio a un automóvil de la gendarmería, mientras la maestra, dando alaridos, maldecía a los secuestradores. También en esa ocasión la Sibila había callado.