Momentos estelares de la Humanidad, una lectura de Mario Nicolás Egido
Este compendio de catorce miniaturas históricas, de instantes excepcionales en los que todos los hombres pueden encontrar su reflejo, fue escrito en 1927, cuando Stefan Zweig contaba con 46 años. Con este trabajo, honró a todos aquellos que no escriben la historia, los perdedores, como lo fue él, un exiliado forzoso y autor prohibido por sus antepasados judíos, ya que solo 11 años después de la redacción de esta obra, Austria, su patria, fue anexionada a la Alemania Nazi. De él se dice que es un escritor olvidado, a pesar de contar con una obra amplia e importante, que va desde la poesía hasta el teatro, pasando por la ficción narrativa y la de no ficción, erigiéndose como renovador de la biografía. Zweig entreteje todos estos géneros para dar lugar a esta obra, de una profundidad que se explica por su condición de doctor en Filosofía. De orígenes acomodados, tuvo como amigos a personalidades como Richard Strauss o Sigmund Freud y se recorrió Europa, la India, Norteamérica y otros rincones del mundo hasta alcanzar Petrópolis, en Brasil, donde decidió acabar con su vida.
La dichosa guerra pulverizó hasta los cimientos a la vieja Europa, y eso suponía demasiado para alguien que realmente creía que el sueño continental de la concordia y la solidaridad podrían, un día, llegar a ser una realidad. En 1942, la guerra se decantaba del lado de los nazis, y sus victorias tanto en Asia como en Oriente Próximo hacían temer a Zweig que la caída del globo en las garras del Tercer Reich fuera solo cuestión de tiempo. Así, el 22 de febrero de ese año, Stefan Zweig y su esposa Lotte se suicidaron, siendo encontrados sus cadáveres dos días después, sobre su cama, por uno de los criados. Ignorando, todos ellos, que seis meses después comenzaría la batalla de Stalingrado, que significó el hundimiento del régimen de Hitler algo más tarde.
Zweig nos demuestra que la literatura que conmueve y azota puede construirse con hechos que ocurrieron en otro tiempo, revelando, a la vez, algo que nos cuesta aceptar: la historia oficial está escrita por los vencedores. Esta es una obra que obliga a echar la mirada hacia atrás, pero sin caer en la moralina de que la humanidad no puede permitirse el lujo de repetir constantemente los errores del pasado, aunque sea muy terca. Y es que nos fuerza a ver el pasado de otro modo ya que lo presenta como una sucesión de derrotas.
En los personajes que protagonizan estos episodios no encontramos gloria, sí algún triunfo, alguna proeza, pero, al final, una sombra se proyecta sobre ellos. Y el itinerario se inicia con Cicerón, la víctima más célebre del segundo triunvirato romano, y se cierra con Woodrow Wilson, el presidente estadounidense que en las negociaciones que daban fin a la Primera Guerra Mundial luchó por una paz duradera que no pudo ser. Desde el 44 a.C. hasta 1919, pasando por la caída de Bizancio, por Núñez de Balboa, el primer católico que posó su vista sobre el Océano Pacífico desde su costa oriental, por la revelación que tuvo Händel con la creación de El Mesías tras sufrir un derrame cerebral, por la composición, en una noche, de la Marsellesa, la derrota napoleónica de Waterloo y los sinsabores amorosos de un septuagenario Goethe. También se narra la caída en desgracia del propietario de las tierras del Dorado californiano, la salvación in extremis de Dostoievski ante los rifles zaristas en forma lírica, los avatares que acompañaron a la empresa que comunicó por primera vez a Europa y América a través de un cable telegráfico, la representación, en tres escenas, de los días finales de León Tolstoi, la carrera suicida de Robert Falcon Scott por ser el primero en plantar su bandera en la Antártida y el viaje en tren de Lenin desde su exilio suizo hasta la Rusia revolucionaria.
Esta es una lectura que empuja a conocer otros vericuetos del pasado que no aparecen en los libros académicos, y más si están narrados con el gusto que les imprime este autor. Pero Zweig va más allá, porque con estos relatos se nos advierte de que la historia se ha construido dejando en la cuneta a la mayoría de sus protagonistas. La gran lección que podemos extraer es que tienen que transcurrir millones de horas inútiles antes de que se produzca un momento estelar de la humanidad. Y estas ocasiones estelares no son aquellas en las que un poderoso toma las riendas de su pueblo o una nación se alza con la victoria ante otra, sino esos instantes que muestran a los participantes de la historia tal y como son: débiles, diminutos, humanos.
En definitiva, con este trabajo Zweig pone la atención sobre la propia vida y la costumbre de que sea gobernada por los sinsabores, exponiendo su verdad sin tener que recurrir a la ficción. Y es que se vale de los acontecimientos históricos para mostrar nuestra fragilidad, para hacer visible un mundo de emociones más allá de las fechas o los nombres que han trascendido a su tiempo. Y al final nos deja la sensación de que la raza humana es algo anecdótico en el tiempo del universo. Pero lo que esta obra tiene de original es que nos hace creer que, a pesar de todo, el hombre es extraordinario. Y esto lo consigue labrando la palabra, dotando a estos episodios de una forma literaria que traspasa fronteras y épocas.
A Stefan Zweig solo le hizo falta un instante para, a los 60 años, tomar la determinación de dar por finalizada su vida. Pero las vidas que plasmó en estos instantes quedarán registradas para siempre, como advertencia para todos los que vengan después.
ZWEIG, Stefan, Momentos estelares de la humanidad,
Barcelona, Acantilado, 2002, pp. 306