Las tierras arrasadas de Emiliano Monge, por Santi Fernández Patón
Ha escrito el mexicano Emiliano Monge una novela durísima, que te deja sin aliento, que te tensa, te remueve, te conmociona, te asquea, de indigna, y lo ha hecho con toda la fuerza de una literatura mayúscula.
Las tierras arrasadas (Literaturas Random House) demuestra por qué Monge, nacido en 1978, es un de los escritores en español más reconocidos de su generación, y de paso lo termina de consagrar. Esta es una historia sobre el tráfico, la explotación y la destrucción de seres humanos, que Monge ha situado en la frontera de México con Centroamérica.
Los principales personajes de esta novela son inmisericordes, y toda la historia exuda una maldad despiadada y descorazonadora. No obstante, Monge, un escritor mayor, condensa en una trama que sucede en un solo día un bestiario complejo, hondo, contradictorio. Humano, demasiado humano. Y ahí radica otro de los aciertos. Monge elabora una angustiante paradoja: el retrato más humano es el de los personajes que menos humanidad muestran, el de quienes tratan a otros semejantes como mera mercancía. A esos semejantes, la narración, en coherencia con la brutalidad que pretende reflejar, los reduce a un mero coro, despersonalizado, de seres confundidos, sin nombres propios ni apenas sentimientos individualizados. La voz de ese coro, por demás, está compuesta por testimonios reales, a los que Monge acompaña con descripciones sacadas de la Divina Comedia, como si solo el Infierno dantesco pudiera casar con ellos.
Sabemos que todo es ominoso ya desde las primeras líneas, cuando se nos revelan los nombres de algunos personajes: Epitafio, Cementeria, Osaria, Estela, Nicho. No es tanto la muerte y la violencia lo que sobrevuela todo el texto, como precisamente la falta de valor concedida a la vida. Pero para despreciar la vida, o para que ese desprecio cobre rotundidad, primero hay que demostrar que se cuenta con una, llena de cuitas, amores, pasado, aspiraciones, etc. La historia de amor entre Estela y Epitafio, los dos macabros protagonistas de Las tierras arrasadas, se erige como un retrato de primer orden. ¿Qué mejor manera de retratar la humanidad de unos personajes inhumanos si no es mediante el sentimiento que supuestamente nos distingue de las bestias?
No es fácil describir y mostrar una relación de amor tan intensa y sincera, algo tan humano, y conseguir que pese a ello el lector no empatice. No es fácil lograr, en definitiva, deshumanizar a través de lo que nos humaniza. Al menos no sin caer en tópicos. Y aquí nos lo hay, por mucho que haya comportamientos fácilmente reconocibles en las obsesiones amorosas.
Monge, además, ha armado su obra mediante un exigente ejercicio de arquitectura que mantiene un nudo en la garganta a lo largo de sus más de trescientas páginas. Las tramas paralelas, las acciones simultáneas, las historias que confluyen, los saltos espaciales, todo queda perfectamente imbricado en un texto trepidante pero desasosegante No espere el lector encontrar una historia de tintes hollywoodienses, lugares comunes y villanos estereotipados. Esta es, en realidad, una novela sobre nuestro tiempo, sobre nuestro mundo, sobre un sistema despiadado que expulsa de su seno a los más vulnerables y los entrega al holocausto en tantas partes del planeta.
No está exenta la novela de algunos desmanes grandilocuentes («el águila precipitó su existencia», «inquirir» como sinónimo erróneo y continuado de «preguntar», etc.), en lo que es sin duda una propuesta estilística arriesgada que, por otro lado, no resta méritos a una grandísima novela.
Fotografía: Todos los Creative Commons Alejandra Hughes