Las niñas prodigio de Sabina Urraca, una lectura de Javier Divisa
Las niñas prodigio
Sabina Urraca
Editorial Fulgencio Pimentel
De alguna manera, es precisamente lo que he deseado desde que he llegado aquí: soltar el lastre del pasado, subir la colina siendo otra. Perder el miedo a los fantasmas. Volver a la ciudad.
Mientras las demás niñas se sumergían completamente en su pequeña vida social, yo había estado limpiando la casa de un borracho.
En las peleas de Paula con su hermana había cocodrilos enseñando los dientes, una boa tragándose un tapir entero, una estampida de bisontes haciendo temblar la tierra de mi cuerpo idiota de hija única.
De mi particular lectura del libro de Sabina Urraca enfatizo la estrategia, el método tan desconcertante en que todas las contingencias planteadas defraudan los tradicionalismos contemporáneos, lo cual tiene una consecuencia paradójicamente sintomática y reveladora: la bella extravagancia. Todo parece inconducente, sin un pretexto o fin predeterminado; en Las niñas prodigio la escritora desatiende una cuestión para entretenerse con una secuela de lo precedente, incluso de lo muy preliminar, ampliando el universo de criaturas, todas tan adorables y tan detestables, sin saber muy bien si vamos a volver a saber algo de ellas en el resto de nuestra vida, la novela. El efecto es una admirable miscelánea de cáustica, alegría y tristeza, de vanguardia y primitivismo, con mucha más consecuencia argumental a través de las acciones y los gestos de los personajes que de la psicología y los análisis de perfiles.
Con estas trazas tan categóricas sobre la nostalgia, la infancia y su hijoputez y alegría, el sexo, la droga, la sordidez y su belleza, las referencias a Facebook, los demonios, los psicópatas, la fe orgásmica, la reinvención del alcoholismo, la estética de la violencia, la muerte y sus aspiraciones, Nadia Comânenci, avanza la novela y discurre con su lucidez característica hacia el destello y la angustia de los rostros y los mecanismos que conforman este artefacto sin ínfulas de instrucción y erudición cultural, pero con gran valor residual: un factoría de placer, de fruición lectora. Con toda su índole absorbente, su autosuficiencia, como si este libro de Sabina Urraca prestigiara, acreditara la literatura con la aureola perversa de los placeres prohibidos, como son en definitiva las novelas sin fisuras, los placeres genuinos que liberan de ataduras la lectura. Los reales placeres de la vida.
Una casa encantada es una casa en la que han pasado cosas que hacen que al que la habita le sea difícil convivir con la idea de esas cosas que pasaron. En mi caso, la muerte de una niña y un niño.
El potencial fantasmagórico aumenta a la luz de las velas, pero prefiero ver fantasmas de niños mirándome fijamente a un rumor de piececillos en la oscuridad.
No quería avanzar, solo ser la primera, levantar la mano, contestar a todo. La placidez de verme envuelta en ese éxito calmo, carente de necesidad, de estrategia ni evolución, era gloria para mí. Mucha obediencia ciega y muchos polvitos de brillantez ocasional.
Extrañamente es una novela sórdida y luminosa. No hay mucha lírica, ni especiales elegías a las criaturas, ni métrica, ni composiciones afanosas, ni muchos tipos de árboles y arbustos, pero hay una honestidad indomable. Desoladora. En Las niñas prodigio se destilan las apariencias más horteras y miserables de nuestra realidad mediática como se destila la calle, la evolución, la escuela, el sexo, la vida en un cortijo ruinoso; incluso puede empezar pareciendo una experiencia extravagante (placentofagia) pero la novela acaba siendo asoladora, asumiendo la responsabilidad, la progresión. Firme en una convicción que se desarrolla en prácticamente en todo su recorrido: esquivar el triunfo, aunque en algunos momentos pueda haber amargos laureles con sabor de derrota, en cierta manera con sabor a sensación de veracidad.
Sabina Urraca declara en esta confesión de 312 páginas su militancia para entrometerse e intervenir en el mundo, nada de intenciones deslumbrantes, sino otro interés mucho más punzante: desvelar la realidad sin centrarse en la base lineal de un relato. Quizá se puede extraer un ideario, una especie de ideología vital, un ensayo novelístico de las vivencias personales.
Vale, cómprala.