Fred Cabeza de Vaca de Vicente Luis Mora, una lectura de Javier Divisa
Fred Cabeza de Vaca (Vicente Luis Mora)
Editorial Sexto Piso, 2017
La novela de Vicente Luis Mora, entre otros muchos temas, controversias y diferentes gradaciones, trata el asunto del aparente descrédito del arte contemporáneo, sin necesidad de atender a una campaña premeditada y social de desprestigio, sino con una diatriba literaria de diferentes narradores que van totalizando las piezas de la vida de Fred Cabeza de Vaca, tras la dirección de Natalia, un continuo pulso con una vida erudita y sicalíptica, de otra manera mucho más frívola, veleidosa y voluble que emocional.
Por supuesto y como gran subterfugio de la novela, hay enigma y pasajes recónditos en torno al arte, quizá como fiel reflejo de un país y sus influencias internacionales, y lo que viene a representar ese país en su manera de calibrar el valor de una obra de nuestros artistas contemporáneos, de la que posiblemente sepamos tan poco como el propio artista contemporáneo sobre el valor, la cotización, la estimación de su propia obra.
El artículo apareció dos días más tarde en el rotativo y alcanzó una inusitada repercusión mundial que lanzó a la fama a Cabeza de Vaca, quien, por su parte y todo sea dicho, había convertido el texto en un apasionado elogio de sí mismo y de su perseverancia perseguidora. Constancia o suerte, alerta continúa o relámpago de fortuna, lo cierto es que Fred había descubierto un secreto conservado durante más de seis décadas, y había divulgado al mundo la historia excepcional de Ota y Nagai, quienes, no menos oportunamente que Fred, habían sabido como él aprovechar la ocasión y sacarle todo el partido a un encuentro casual.
¿Está el arte conceptual al alcance de cualquiera, y basta el amparo de un nombre de reconocido prestigio para que opere el esperpento de la legitimación? ¿Qué se ha hecho, qué hemos hecho, con el arte contemporáneo?
Por tanto, no podemos afirmar con minuciosidad y determinación qué lugar tendrá en la historia una obra de arte cuando hay tanto que achacar a la muerte y el mercado y sus putos amos, los auténticos mercaderes de la crítica que deciden: tú sí, tú no. De esta manera, Fred Cabeza de Vaca nos va narrar que las obras artísticas y su valoración están fuera de toda convicción y absolutamente abiertas a la incertidumbre y la conjetura; entre medias grandes ágapes culinarios, bacanales y patrocinios de toda índole. Un elemento esencial en la novela de Vicente Luis Mora es el debate, la gran controversia de saber distinguir entre arte y mercado, la justificación más perseverante del público y el entorno del arte contemporáneo que se basará inequívocamente en la tasación, el importe pagado por la obra para dar lugar a las interpretaciones perversas y los comentarios malintencionados, reflexión que no nos va a llevar solo al tratamiento del arte, sino a la capacidad, la suficiencia del arte para motivar reflexiones en el hombre. No sólo está el arte como valor tangible y presencial sino el hábitat del artista, sus parejas, sus novias, sus amantes, todas enumeradas como la frívola vanidad del coleccionable que suponen para Fred todas estas mujeres; sus amigos, sus ex amigos, el glamur de una época, incluso futurista, su repudiada familia, su empleada del hogar, todos factores determinantes para la manifestación de una personalidad (en mi opinión) mucho más deslumbrante que repulsiva, o tal vez, de otra manera, repugnantemente hipnótica, orgiástica, manipuladora y maravillosa. Una matriz, un arquetipo de la fascinación y la depravación del arte contemporáneo e incluso de nuestros días corruptos, voraces e insaciables en una España inconclusa y bisoña que deriva en una novela rebosante de cáustica, humor, talento, sexo, hijos de puta, inteligencia y una gran intuición y creatividad, que en cierta manera desenmascara la vigencia, la validez y la intrepidez del arte contemporáneo y su contemplación.
En realidad estamos ante una novela inteligente, profunda, ensayística, nada cargante ni insoportable, por tanto agradecidamente snob, cuya lectura se antoja más espontánea que enrevesada; fluida, por tanto es un libro que se levanta, se toma un café, se pone nervioso, se calma, se droga, se folla a la número 54 y se expone a la belleza y los paisajes sórdidos y demenciales, que son aquellos en los que Fred parodia a la vida, no para remediarla, acreditarla o justificarla sino para hacerla más miserable y fascinante a través del arte y su corolario social.
Los 1200 comentarios que recibió el artículo de Cabeza de Vaca en la página web de El País, plagiados de insultos, amenazas, faltas de ortografía, agresiones verbales, deseos de muerte para el autor, invitaciones al suicidio y otras atrocidades más o menos veladas constituían la prueba perfecta de que la maldad y el crimen interiorizados forman parte indisociable de la médula de los españoles y, en consecuencia, confirmaban en parte las hipótesis sostenidas en el artículo, tal y como Fred había calculado y preparado hasta el último milímetro.