Por qué dibujo novelas, por Oscar Grillo
Lo primero que se me ocurre responder es “no sé”. Haciendo un poco de esfuerzo mental puedo pensar que a mí siempre me gustaron las novelas ilustradas. Recuerdo los sagrados terrores que me provocó ver a una serpiente tratando de comerse a Pinocho cuando tenía cuatro o cinco años y mi padre me leía el cuento. Luego vinieron las novelas de la Colección Robin Hood, que se publicaban en Argentina; clásicos para la juventud como Tom Sawyer, Los tres Mosqueteros, Tarzán y El Corsario Negro.
Más tarde, en la revista Leoplan, que publicaba novelas por capítulos, leí a Simenon y a Jack London, hasta que me gradué, en mi temprana juventud, leyendo el infinito Alicia en el País de las Maravillas, ilustrado por John Tenniel y escrito por el Reverendo Charles Lutwidge Dodgson. Entonces empecé a sospechar que los dibujos podían ser inseparables de la palabra escrita. En muchas ocasiones, al leer un libro, lo veía ya ilustrado. Si alguien quiere experimentar este fenómeno, trate de leer la prosa expresionista de Roberto Arlt.
Empecé muy joven mi carrera de dibujante, a los 15 o 16 años. Trabajando en dibujos animados, tenía que visualizar los textos de los guiones para convertirlos en un producto gráfico. Dibujé mi primer libro alrededor de 1965, pero nunca se publicó a causa de una de las tantas revoluciones que hubo en Argentina. Ilustré, entre otras cosas, numerosos libros de poemas para amigos de la bohemia porteña de esa época. Ya radicado en Europa, ilustré decenas de libros, algunos de ellos fueron adaptaciones de autores famosos: Shakespeare, Apollinaire, etc., pero ese es otro género.
Entonces, ¿por qué dibujo novelas? Porque sigo creyendo que en muchos casos la línea y la palabra pueden ser inseparables. ¿Qué le agrega un dibujo al texto? Le agrega una extensión a los sonidos de las palabras que suenan en nuestros cerebros al leer. Por ejemplo, en Amparito Conejo, Guillermo Roz escribe:
“Fui la única persona en ese cuadrado de cemento enorme, que se quedó inmóvil: todas las otras criaturas, rotas de pasión por el movimiento, se ensalzaban, lujuriosas en su anormal infancia o pubertad o qué se yo qué tránsito insubordinado de la vida. En medio, apartadas del gentío por un respetuoso margen, la baja y la alta se debatían entre el arte supremo y la ridiculez sin sutilezas.”
Esto es un magnífico trabajo rítmico y expresivo de texto. Como ilustrador, puedo agregarle un sentido de caos visual abstracto que continúe en la página como un efecto de adorno demente. El error más grande que puede cometer un ilustrador es tratar de mostrar lo que describe claramente un autor. Siempre trato de leer profundamente el texto y convertirme en un prolongador del mismo, sabiendo, naturalmente, que el inventor, el creador, es el primero que ha soñado el sueño: el escritor.
Foto: Oscar Grillo, de las novela «Las gafas negras de Amparito Conejo» (La huerta grande, 2018), de Guillermo Roz y Oscar Grillo