Orient Express a la francesa, por Sergio del Molino

Supongo que se ha escrito ya de todo acerca de Brújula, la novela con la que Mathias Enard ganó el Goncourt. Llego tarde, la he leído estos días y sólo puedo constatar el buen juicio del jurado. Para mí, uno de los mejores títulos de este año que se va, y con esto quiero decir que es uno de los mejores que he leído de entre los publicados este año, de los que lo ignoro casi todo a pesar de estar al corriente. Es una paradoja de lector compulsivo atragantado de novedades, y como toda paradoja, sólo puede constatarse, para prevenir la tentación de convertir el criterio propio en verdad aceptada por todos.

Me voy del hilo, pero honro así el espíritu de Brújula, que es un andarse por las ramas durante cuatrocientas páginas apretadas, sin apenas respiro entre párrafos, diálogos ni blancos que permitan ahorrar tinta al impresor. Y eso está bien, porque el impresor cobra lo mismo si la página está llena de letras apurando los márgenes que si tiene tres líneas, así que no hay que tener miedo a darle estos libros intimidantes pero nutritivos. Se va por las ramas Enard porque la trama principal es una mera excusa para ir sacando subtramas, excursos, cuentos paralelos y pasiones intelectuales casi ensayísticas. Como un libro medieval, Brújula es un compendio de saberes e historias en las que su autor desenrolla, como si de una alfombra persa se tratase (perdón, no he podido contener el símil), todas sus obsesiones de orientalista, sus reflexiones sobre la construcción imaginaria de oriente, la confrontación de los mitos con la realidad, la idiotez del exotismo, la construcción del otro. Empezamos en viaje en Viena, en el dormitorio del protagonista, y viajamos a Estambul, a Siria, a Irán, y hasta el más lejano oriente, Indonesia. La sucesión de reflexiones sobre viajeros clásicos, sobre la música y las influencias de oriente en occidente, los excursos eruditos, las descripciones de ciudades, la crítica literaria, todo se mezcla en una amalgama adictiva, un poco a la maniera de Bolaño, sin serlo tampoco, pero con esa misma osadía y esa naturalidad para insertar discursos ensayísticos e intelectuales en lo que, en teoría, es una novela con intriga y personajes.

Quizá soy yo, que siento debilidad por estos libros, pero no he podido soltarlo. Me encanta la forma en que va pasando de un tema a otro, apuntando referencias, citando autores desconocidos, encabalgando cotilleos literarios del siglo XIX. Se siente uno dentro de una conversación rica y desacomplejada, que va componiendo una mirada llena de matices sobre un mundo del que desconocemos casi todo y del que opinamos constantemente.

No sé si sé más sobre esa entelequia llamada oriente, pero sí sé, tras leer Brújula, que quiero saber más y explorar todas esas pistas que Enard ha ido dejando en cada página. Y eso no lo consigue una mala novela.