Nostalgias de ser moderno, por Sergio del Molino
“Algo feo sobre mí es lo que encuentro en la Red cuando me pongo a rastrear. También hay cosas buenas, lo sé, pero no tienen el mismo efecto, porque el mal es más eficaz y creíble que el bien. Y el rencor encuentra expresiones muy contundentes, mientras que la bondad está obligada a ser discreta, pausada, íntima, si no, es beatería. A veces el infinito magma de internet me provoca lo mismo que sentía en la infancia, cuando vivía en una calle sin salida y me sabía víctima de un encierro físico. Si te encuentras con un viejo videoclip de una antigua canción, en los comentarios siempre hay alguien que pregunta de qué disco es ese tema y otro que responde pero qué más da, si la canción es una mierda y el tío tiene cara de gilipollas. Así funciona un poco el avispero. Por eso mi relación con la fama siempre ha sido de huida, de evasión. Un día miraba vídeos de Nina Simone en sus conciertos y vi que había mil tropecientos Me gusta y cuatro No me gusta. Y pensé en esa gente que añade un No me gusta al recuerdo de alguien inmortal. ¿Quiénes son esos tipos? ¿De dónde salen? ¿Por qué odian?”.
No es Arden las redes, el ensayo de Juan Soto Ivars que comenté la semana pasada, sino un pasaje de las páginas 234 y 235 de Tierra de campos, la última novela de David Trueba, pero bien pudiera resumir el espíritu de las reflexiones de Soto Ivars. Tal vez porque, después de leer un libro, se encuentran reflejos de sus temas en los que se leen después.
La cuestión es que David Trueba, que le dedica la obra a su hermano, escribe sobre la fama, el fin de la juventud, los amigos y el amor. Y anuncia veladamente que tal vez ya no indague más en este último tema, si el autor asume la postura del narrador y protagonista del libro, Dani Mosca, que hacia el final se da cuenta de que el amor ha ocupado tanto espacio en su cancionero para no acabar aprendiendo nada de él, porque en el amor somos nuevos y torpes siempre.
Narra Trueba la vida de un cantante de pop español elevado a la fama a mediados de los años ochenta con su grupo Las Moscas, que a ratos recuerda a Radio Futura, a ratos a Hombres G, a ratos a Los Secretos y a ratos a una parodia de todos los anteriores. O de los Beatles, si tenemos en cuenta que Dani Mosca, en el presente narrativo del libro, acaba de separarse de su mujer japonesa (guiño), que le llevó a cambiar radicalmente de rumbo creativo (guiño, codazo, guiño). La verdad es que la historia de todos los grupos de pop es la historia de los Beatles, como la historia de todos los viajeros es la de Ulises, así que por ahí el lector no va a rascar más que un puñado de analogías divertidas y más o menos intencionadas.
En el presente de la narración, un Dani Mosca maduro, un poco acabado y en tránsito hacia el olvido, destino obligado para todos los cantantes de pop, lleva el cadáver de su padre al pueblo castellano donde este nació, lo que permite un juego dialéctico de atracción-repulsión por las raíces y el legado, caminos de ida y vuelta que trazan meandros inmensos en los que se puede armar una narración larga y ambiciosa como esta, que necesita unas buenas curvas para ordenarse y desplegarse.
Pero ya estoy haciendo crítica literaria, y yo sólo quería decir que he disfrutado mucho con él, y cuando disfruto con un libro me da lo mismo que sea bueno o malo, que pueda defenderse como novela sólida o que se le vean las tripas en cada capítulo, que sea perfecto o imperfecto, que haga honor a la ambición del autor o la defraude. Tierra de campos se lee con una sonrisa, y a ratos emociona, porque el personaje de Dani Mosca, que no puedo evitar interpretar como un sosias muy fiel de David Trueba, aparece muy a menudo como espejo del lector, de una forma vagamente parecida a los disparates de ¿Qué fue de Jorge Sanz? Hay reconocimiento y compadecimiento constantes, hay un humor de carcajada y hay una elegancia suave en la forma de decir adiós a la juventud. Y hay también una colección de aforismos que aparecen como adornos florales japoneses y que redondean párrafos que a uno no le importaría firmar.
Habrá libros mejores, pero no consiguen ese efecto que David Trueba logra aquí como sin querer. Una novela que se propone entender a todos y no odiar a nadie, por eso es tan pertinente esa pregunta de Dani Mosca: “¿Por qué odian?”.
Fotografía: Miami Film Festival (Todos los Creative Commons)