Últimas palabras en la Tierra de Javier Serena, una lectura de David Pérez Vega
Últimas palabras en la Tierra, de Javier Serena
Editorial Gadir. 196 páginas. 1ª edición de 2017.
De Javier Serena (Pamplona, 1982) había leído hasta ahora dos libros, La estación baldía y Atila. Un escritor indescifrable. Cuando hacia finales de 2017 publicó su nueva novela con la editorial Gadir (donde ya publicó La estación baldía) me escribió, a través de Facebook, para preguntarme si me apetecía leer su libro. Al final quedamos en Huertas y él me pasó Últimas palabras en la Tierra y yo a él mi libro de relatos Koundara. Javier y yo quedamos de vez en cuando para hablar de literatura.
Dejé Últimas palabras en la Tierra en mi montaña de libros por leer hasta que vi que Javier anunciaba la presentación de su novela en La Central de Callao el viernes 12 de enero. Me apeteció pasarme con el libro ya leído, así que lo empecé el domingo anterior, previo a mi vuelta al trabajo tras las vacaciones de Navidad.
El protagonista de Últimas palabras en la Tierra es Ricardo Funes, un escritor de origen peruano, que tras pasar su juventud en México DF emigró a España para instalarse definitivamente en el pueblo gerundense de Lloret de Mar. En México, junto a un amigo –el poeta Domingo Pasquiano– y otro grupo de jóvenes, fundó el movimiento literario de los negacionistas. Además, Funes se dedicó, durante sus turbios años de juventud, al tráfico ilegal de tabaco. En Cataluña, Funes (emigrado junto a su madre) trabajará primero como vendedor ambulante de productos de cuero y luego como vigilante de un camping. Cuando la joven Guadalupe Mora se convierte en su mujer, se instalará definitivamente con ella en Lloret de Mar. Aquí, ella tendrá un trabajo fijo en el ayuntamiento y él se dedicará a perseguir su sueño de ser escritor. Primero mandará sus relatos y novelas a concursos de provincia, a la vez que recibe el rechazo de todas las editoriales. En un periodo final de su vida (unos siete años), antes de su muerte prematura a los cincuenta, su talento (destapado a la vez que la enfermedad pulmonar que lo conducirá a la muerte) será al fin recompensado con la publicación de sus libros y el reconocimiento.
Imagino que el lector avezado habrá encontrado ya, tras leer mi resumen de la vida de Ricardo Funes, paralelismos muy marcados entre el protagonista de Últimas tardes en la Tierra y Roberto Bolaño.
El protagonista de Atila, la anterior novela de Serena, era Aliocha Coll, el único escritor de la agenda de Carmen Bacells que no consiguió alcanzar ningún tipo de éxito. Un escritor que iba para médico y que se perdió en el laberinto incomprensible de sus propias abstracciones literarias, lo que le acabó conduciendo a la depresión y al suicidio. En Atila, Serena especulaba sobre la vida y los pensamientos de este escritor –que fue amigo de Javier Marías, un autor muy admirado por Serena–, usando su nombre verdadero.
Últimas palabras en la Tierra guarda una relación muy clara con Atila. Las dos parten de la fijación de Serena por la vida de escritores que acaban siendo mártires obsesivos de su quemante deseo de perfección. Es cierto que el viaje de Coll acabó en el fracaso y que el de Bolaño (o Funes) en el éxito, y que este éxito podría haber sido perfectamente también fracaso, y perfectamente la historia de Funes (se insinúa en la novela) podía haber conducido al suicidio. Durante muchos años, para los dos el arte fue una calle empedrada de sufrimientos y frustraciones, un camino para ascetas y locos.
En esta nueva novela, especulo que para sentirse más libre creativamente, Serena ha decidido no utilizar el verdadero nombre del escritor que le inspira a escribir. Imagino también que en el primer caso quería reivindicar la figura perdida de Aliocha Coll, y en el segundo, a Bolaño, como todos sabemos, no hace falta que nadie le rescate de ningún olvido.
La técnica narrativa que usa Serena para hablarnos de Ricardo Funes empieza siendo muy similar a la que usaba para hablar de Coll. Un narrador testigo, llamado Fernando Vallés, nos habla de su relación con Funes, desde que lo conoció siendo casi un indigente que hablaba con fuerte vehemencia sobre literatura, hasta su gran éxito y su muerte. Vallés es un escritor que goza de cierto reconocimiento, con una columna semanal en un periódico importante, y por tanto, alguien asentado en la tierra firme del mundo cultural. Además proviene de una familia burguesa de Barcelona. Fernando Vallés se parece mucho al narrador innominado (que trabajaba como periodista cultural) de Atila, y que también actuaba como testigo de las desventuras de Aliocha Coll. Me estaba dejando seducir por el estilo elegante, construido con frases largas, ricas en adjetivos, al que ya me tiene acostumbrado Serena, cuando a la vez pensaba que existía cierta repetición de tonos y de estrategias entre Atila y Últimas palabras en la Tierra. Sin embargo, en la página 59 ocurre algo que me gusta mucho: cambia el narrador. Ahora será Guadalupe Mora, la mujer de Funes, la que narre sus desventuras.
Durante las primeras intervenciones de Fernando y Guadalupe (se intercalan sus voces otra vez más) se habla de los primeros tiempos de Funes en Cataluña (cuando era «más pobre que una rata», podría decir, imitando el estilo de Bolaño). Esto está contado desde un punto indeterminado del futuro, y por tanto, en la narración se va adelantando ya para el lector el conocimiento del futuro éxito del escritor y su prematura muerte.
En la página 135 empieza la segunda parte del libro (que ocupa más o menos un tercio del total), y se da paso a una nueva voz narrativa: la del propio Ricardo Funes, que habla sobre sí mismo una vez muerto. «En la muerte no hay nombres ni apellidos ni ninguna otra forma de identidad, pues no existe ni la expectativa del futuro ni la furia apasionada del momento, y uno habla apenas con un hilo de voz que viene desde lejos y se filtra por entre las grietas del vacío como un accidente inexplicable», leemos en la página 135, pensado –posiblemente– en el Pedro Páramo de Juan Rulfo.
Creo que esta última voz narrativa es el gran logro del libro. Funes nos habla de su pasado en México y de la tensa relación con su padre. Me gusta el episodio que se desarrolla en Acapulco, una versión tenebrosa del cuento Últimos atardeceres en la Tierra de Roberto Bolaño. En esta última parte cobra cada vez más importancia en los recuerdos de Funes la presencia de su amigo Domingo Pasquiano. Durante la novela los narradores van recordando los momentos en los que Pasquiano le envía, desde México, poemas a Funes, obras que han de ser destruidas una vez leídas. Por supuesto, Pasquiano está basado en la figura del poeta Mario Santiago Papasquiaro, el mejor amigo de Bolaño, y en quien se fijó para crear el personaje de Ulises Lima en Los detectives salvajes. Antes de que ocurriera en la novela de Serena, yo (que soy un gran admirador de Bolaño y de los alrededores de su obra) ya sabía que su personaje Pasquiano iba a morir en un accidente de tráfico en México DF, como murió Papasquiaro. Al final, Papasquiaro se convierte en el verdadero mito del artista perdido, en el Aliocha Coll de esta nueva novela de Javier Serena.
Últimas palabras en la Tierra empieza de forma muy similar a Atila, pero, gracias a su juego de voces narrativas, y a saltarse sus propios modelos (Serena, en sus libros anteriores, siempre usaba la técnica del narrador testigo), dando voz a la palabra del protagonista de la novela, consigue que ésta crezca en su último tramo, hasta dar alcance a un logrado y emotivo final para esta obra, su mejor novela hasta el momento.