Rellenar estanterías será cosa de robots, por Sergio Galarza
Hace dos meses leí un artículo en el que aparecía una lista de trabajos que desaparecerán por el empleo de robots y las nuevas tecnologías. De inmediato empecé a revisar más artículos y en casi todos la lista la encabezaban los agentes de viajes y los cajeros de supermercados. Era una lista larga que además señalaba los años que le quedaban a cada trabajo. Busqué el mío. No había librero pero sí dependiente, que es la palabra que figura en mi contrato. Libreros hay en las librerías pequeñas y dependientes en los grandes almacenes. Así que calculé si mi trabajo desaparecería antes de pagar la hipoteca de la casa.
Las tareas de los dependientes en el gran almacén donde trabajo se vieron reducidas allá por el 2010 o antes, cuando los pedidos se centralizaron, o sea los libros que llegarían a la tienda se pedirían desde las oficinas centrales. Con esta medida se rompió uno de los vínculos más importantes para satisfacer a los clientes y se limitó la capacidad de reacción cuando un título empezaba a ser muy solicitado. Las estanterías ahora se rellenan, muchas veces, por defecto. Se piden libros que los dependientes devolvemos porque no se han vendido nunca o llegan cantidades de ese tipo de libros imposibles de vender que quitan espacio a otros que sí despiertan interés. Cuando paso por otras librerías, las llamadas independientes, siento envidia viendo a los libreros hacer sus pedidos, formando su propio catálogo, el que nutre la personalidad de su negocio.
He pensado que si mi trabajo desaparecerá en un par de décadas, entonces el trabajo que se realiza en las oficinas centrales tendrá que desaparecer también. Así como los dependientes serán reemplazados por buscadores del tamaño de un móvil, que los clientes usarán para teclear el título o el autor que buscan y el móvil les señalará la estantería exacta, esos trabajadores de las oficinas centrales serán borrados por un software más inteligente que automatizará los pedidos. El problema que tendrán que resolver los ingenieros del futuro será cómo atender a los caprichos de algunos clientes que, por ejemplo, quieren un libro retractilado cuando ellos mismo acaban de quitarle el plástico para ver si no falta ninguna página y ese es el último que queda. Pero quizás la humanidad haya avanzado lo suficiente para ese entonces y los caprichos sean una cosa obsoleta y de mal gusto abandonada en el pasado.
Mientras sigo colocando los libros por orden alfabético, de apellido siempre, señor, como en el colegio y preguntándome si la pérdida de tareas llegará hasta el punto en el que sólo se nos exija sonreír a los clientes.
Fotografía: Logan Incalls (Todos los Creative Commons)