Ninguna mujer ha pisado la luna de Kike Parra Veïnat, una lectura de Javier Divisa
Consigue Kike Parra que su literatura sea laberíntica y enmarañada, con infinitas travesías, posibilidades y paradojas, determinantes de los conceptos inverosímiles y absurdos (como la misma vida) tan necesarios en la frescura del relato. La necesidad de pasar página. Quizá a muchos eruditos culturales demasiado canonizados les cuesta asimilarlo. A mí no. Kike Parra escribe raro, y esa rareza radica en la sencillez, tan postergada en mis últimas lecturas de literatura española contemporánea, pero sobre todo escribe fortuito e imprevisible, de vez en cuando con alguna sentencia categórica.
Los hombres no somos felices más que cuando olvidamos que es imposible que seamos dioses.
Por otra parte, se desprende Kike Parra de toda evolución personal y componentes autobiográficos (a priori), algo preestablecido en el prólogo por Jon Bilbao: La habilidad para transportar al lector, para sumergirlo en el relato hasta el extremo de que se olvide de que está leyendo, la consigue Kike Parra, en buena parte, manteniéndose al margen como voz autoral: es discreto, a la vez que no pierde nunca el control de la narración. No está tan enamorado de sus ideas como para no dejar que sean sus personajes quienes las expresen y escenifiquen. Salvo relatos con moralina y paradoja como Trepar un árbol, saltar las olas que pudieran contener algunas enseñanzas vitales analógicas a la vida del autor narradas desde un transatlántico que simboliza los temores de la vida y las regresiones al pasado, si bien abunda la aventura y la exploración de otros mundos quizá más distantes de su rutina: Nueva York, actores principales muertos y actores de doblaje vivos, el Muro de Berlín, infidelidades, cocaína, heroína, homeless, Las Vegas, Lucy; pero eso es una buena noticia: los laberintos de infinitas trayectorias, itinerarios que dejan diferentes secuelas y desenlaces, como si todos y cada uno de los cuentos de Kike Parra hubieran sido escritos por un autor diferente (aunque el autor tenga su marca propia) con un denominador común en la experimentación y la búsqueda incesante en relación a una serie de autores españoles contemporáneos estimados por él, como pueden ser Sara Mesa, Daniel Monedero, Eloy Tizón, Jon Bilbao y Nere Basabe.
El relato de aquel salvamento era su historia preferida. Y terminó siendo la mía. Aquella historia tuvo mucho que ver con que me obligara a ir a natación en vez de disfrutar de mi día de fiesta vestido de marinero, un banquete y montones de regalos sobre la cama. Igual que tuvo bastante que ver con muchos otros momentos de mi vida. Así de importantes son las palabras. Los niños se dejan llevar. Los niños confían en sus padres.
Ninguna mujer ha pisado la luna es pura exploración, aventura, expedición y entretenimiento, un libro alejado (reitero) del entorno tradicional y costumbrista del autor, que reniega de lo interminable y lo soporífero, lo cual también dice mucho de él: debe ser una persona bastante soportable.
Reconoció la caravana traqueteante de la mujer bala. ¿Cuándo realizaría su número? ¿Saldría todo bien? ¿Llegaría a la luna? No escuchaba ni el rumor de unos aplausos o de niños liberándose de la tensión de una carcajada. Juntó las manos y entrelazó los dedos. Se las apretó tanto que se le ponían blancos los nudillos en una parte y morados en otra.
El libro le echa el guante el lector y nos fricciona con ciertas realidades profundas del mundo, con perfiles y temáticas muy diferentes. Cada relato trata una fisonomía, un semblante del hombre, o casi mejor: están urdidas las emociones, los sentimientos humanos, lo que puede abarcar nuestro reconocimiento. Nuestras miserias, nuestros azares. También se observa una aplicación del delirio a la exploración de la realidad que viene a ser la literatura, lo cual nos provoca descubrir este destello, esa descarga literaria que no se ve a simple vista.
Foto: Todos los Creative Commons/ Álvaro García