La uruguaya de Pedro Mairal, una lectura de David Pérez Vega
La uruguaya, de Pedro Mairal.
Editorial Libros del Asteroide. 142 páginas. Primera edición de 2016; ésta es de 2017.
De Pedro Mairal (Buenos Aires, 1970) leí hace ya más de quince años su primera novela, Una noche con Sabrina Love (1998), toda una odisea adolescente. Un libro del que guardo un grato recuerdo. Aquella lectura me animó a leer las dos siguientes novelas suyas que aparecieron en España: Salvatierra (2008) y El año del desierto (2005). Me doy cuenta ahora de que estas dos últimas aparecieron aquí con el orden cronológico cambiado. En 2016 leí alguna buena crítica de La uruguaya en la prensa argentina y, cuando la publicó en España Libros del Asteroide, le escribí un correo a la editorial para solicitársela. Ellos me la enviaron a casa muy amablemente. Muchas gracias.
El protagonista de La uruguaya es Lucas Pereyra, escritor argentino de cuarenta y cuatro años. La novela recoge la narración de un día de su vida, un día que fue bastante largo y que el personaje evoca un año después de que tuvieran lugar los acontecimientos narrados. Ese día, Lucas va a dejar su hogar de Buenos Aires para atravesar el Río de la Plata y viajar a Colonia del Sacramento, en Uruguay. Una vez allí, tendrá que tomar un autobús hacia Montevideo. Su objetivo es sacar 15.000 dólares de una cuenta que abrió en un banco del país vecino, donde le han ingresado dos adelantos por sus libros desde España y Colombia. Si recibe ese dinero en Argentina, una nueva ley sobre el tratamiento de las divisas provocaría que el dinero se quedase en menos de la mitad. Su idea es tomar los 15.000 dólares en metálico y volver esa misma noche a Buenos Aires con el dinero escondido en un cinturón. También ha quedado con Magali Guerra Zabala, una joven uruguaya de veintiocho años que conoció unos meses atrás en un festival literario en la localidad uruguaya de Valizas. Lucas se ha enamorado de Guerra, como la llama, y durante los meses previos a esta cita ha estado intercambiando con ella correos electrónicos. Las expectativas eróticas que ha puesto en este encuentro en Montevideo son grandes. También quiere quedar con Enzo, un hombre de setenta años que fue, hace mucho tiempo, profesor suyo en una taller literario de Argentina.
En el momento del viaje, Lucas está casado con Catalina, con la que tiene un hijo pequeño llamado Maiko. La relación entre Lucas y Cata no pasa por su mejor momento. Lucas sospecha que Cata, que trabaja en el sector de la medicina, le es infiel. Además, Lucas siente que en los últimos tiempos no le ha ido demasiado bien como escritor y ha estado viviendo a expensas de ella; también le debe dinero a algún familiar más. Si consigue engañar a las autoridades en la aduana y regresar a casa con los 15.000 dólares de los adelantos, podrá saldar sus deudas y tener la tranquilidad necesaria para escribir durante los próximos diez meses.
La novela está escrita como si se tratase de una larga carta, en la que Lucas le narra a su mujer Catalina (como ya he comentado, un año después de los hechos) lo que le ocurrió en aquel día crucial del pasado. En más de una ocasión se le recuerda al lector que está ante una evocación traída desde un futuro cercano; en otras ocasiones, la narración se deja llevar por la pura sensación de presente narrativo. En más de un momento, Lucas reflexiona (ante Cata) sobre lo que suponía para él su relación con ella, y sobre todo lo que ha supuesto para su vida la llegada de su hijo, a una edad ‒cuarenta y cuatro años‒ tal vez un tanto tardía para la paternidad. «Tendría que haber un curso para criar hijos. Tanto curso de preparto y después nace y cuando llegás a tu casa por primera vez no sabés ni dónde ponerlo. ¿Dónde lo apoyás, en qué parte de la casa va ese viejito mínimo, ese haiku de persona? Nadie te enseña. Nadie te advierte lo duro que es no dormir, renunciar a vos a cada rato, postergarte. (…) A veces también le tengo miedo a Maiko. Miedo a él. Incuba cada virus que se agarra en el jardín, lo aísla y lo fortalece dentro de su flamante sistema inmunológico y me lo pega con toda su furia. Sus gripes me derrumban» (pág. 44).
Desde su crisis de mediana edad, Lucas se plantea su rol de marido y de padre, además de su condición de escritor. «Cuando no escribo ni trabajo sube el volumen de las palabras dentro de mi cabeza y me van inundando», leemos en la página 15, como declaración de un sentir vocacional. Sin embargo, más tarde Lucas parece pensar que se equivocó al elegir ser escritor. En la página 56 podemos leer lo siguiente: «La plata estaba en mi infancia, me rodeaba, me recubría con buena ropa, cuadras de un barrio seguro en Capital, alambrados de fin de semana, cercos de clubes, ligustros bien podados, barreras que se levantaban a mi paso. Y yo después me había dado el lujo de hacerme el descarriado, el artista sin empuje empresarial, el bohemio. Era un lujo más. El hijo sensible de la alta burguesía pero el precio de mi bohemia se empezaba a pagar ahora. Era a largo plazo. Un resbalar gradual».
En cierto modo, parece que Pedro Mairal, a través de la voz narrativa de Lucas Pereyra, se ha propuesto llevar a cabo un ajuste de cuentas consigo mismo. Desconozco si Mairal ha estado casado y se ha divorciado, o si ha tenido hijos, pero en algún punto de la novela me ha parecido que estaba jugando a la autoficción. Por ejemplo, cuando relata el encuentro con Guerra en el festival literario, al finalizar ese día, debe sentarse en un autobús con una crítica literaria que le espeta una pregunta inoportuna para su mente obnubilada por el sexo: «¿Lucas, vos tuviste oportunidad de leer lo que yo escribí sobre el eje civilización y barbarie en tu novelística?». Me dio la impresión de que esa pregunta se la podía haber hecho perfectamente esa misma crítica al escritor de El año del desierto, novela en la que Mairal hablaba precisamente de ese «eje civilización y barbarie».
La uruguaya abunda en argentinismos ‒algunos como «telo», «quincho» o «cheto» no los conocía‒ y en anglicismos (homeless chic, living, voz en off…); en algún momento, estos últimos parecen tener una función cómica en el texto. La novela está escrita con mucho sentido del ritmo y un tono desenfadado, que acaba derivando, en más de una página, hacia la comedia o la autoparodia. También suele abundar el párrafo de aliento poético.
La anterior novela de Pedro Mairal que leí fue El año del desierto, que me pareció más ambiciosa en su composición que La uruguaya. El año del desierto me impresionó mucho y la destaqué como una de mis mejores lecturas de 2013. Aunque tengo la impresión de que La uruguaya está escrita en un tono menor respecto a El año del desierto, me ha parecido una gran novela corta. Retrata con mucho encanto ‒con un gran sentido del patetismo que deriva en comedia‒ la crisis de mediana edad de un escritor. Su prosa es muy bella y tiene un gran sentido del ritmo. La verdad es que casi la leí de un tirón y me sentí muy feliz con ella. Pedro Mairal sigue siendo uno de mis escritores hispanoamericanos actuales (de los nacidos a partir de 1970) favoritos.