Hojas de Andreu Navarra, por David Pérez Vega
Hojas, de Andreu Navarra
Editorial Sloper. 122 páginas. 1ª edición de 2017.
Yo tengo publicada una novela –titulada Los insignes– en la editorial Sloper, que dirige el mallorquín Román Piña. Poco después de que mi novela fuese aceptada en Sloper me suscribí a La Bolsa de Pipas, la revista literaria que dirigía, hasta hace no mucho, el propio Román. La Bolsa de Pipas dejó de sacar nuevos números y Piña escribió a sus suscriptores: o decidían darse de baja o pasaban a recibir dos libros de la editorial al año: el libro de narrativa premiado con el Premio Café 1916 y el nuevo premio de poesía La Bolsa de Pipas.
El Premio Café 1916 antiguamente se llamaba el Premio Café Món, un premio que sirvió para descubrir a escritores como Agustín Fernández Mallo. Cerró el café Món y a finales de 2017 también ha cerrado el café 1916 de Palma. Así que, ahora mismo, este premio se encuentra sin mecenas. Esperemos que pronto surja uno nuevo.
Así que hacia finales de 2017 me llegó a casa Hojas de Andreu Navarra (Barcelona, 1981). Cuando se anunció el fallo del premio me alegré por Andreu, a quien conozco a través de Facebook. Sé que Navarra leyó mi novela Los insignes (y me dijo que le gustó) y también me pidió un relato para su revista digital barcelona review y le acabé enviando un fragmento de mi cuento Cazadores (incluido en mi libro Koundara) porque mis relatos enteros son demasiado largos y no se ajustan al formato de la web.
Estaba leyendo el libro Cuentos completos de Elvio E. Gandolfo y un sábado decidí hacer una pausa tras leer los dos primeros libros de relatos contenidos en ese volumen. Me leí Hojas en esa tarde de sábado. Es una novela corta, en realidad.
Tras la anotación de una fecha («12 de octubre»), un hombre nos cuenta que ha llegado a Ámsterdam con una vieja maleta de cartón.
«No me espera nadie aquí, no he de hacer ni una sola gestión, ni presentación, ni nada. Soy completamente libre y he venido enteramente por placer.
Bueno, de hecho he venido a buscar putas.», leemos en la página 9, primera de la novela. No mucho después descubriremos que nuestro narrador es un hombre mayor (pero no anciano), que ha dedicado su vida a escribir ensayos filosóficos, con los que ha cosechado un no desdeñable éxito en el pasado, hasta tal punto que aún puede ser reconocido por la calle por estudiantes de filosofía o por un público culto («Estuve de moda, pero ya no lo estoy.», página 36).
A pesar de que en la página 9 nos ha contado que había viajado a Ámsterdam en busca de putas, en la página 13 también se apunta: «Aquí la idea es escribir algo sobre Rembrandt.»
La voz narrativa es abiertamente cínica y despiadada, sobre todo consigo mismo. En la página 52 nos comenta que este diario que escribe es de consumo propio, y esto es lo que puede justificar que en la página 98 escriba: «Por lo menos he podido corregir esto: la extensión de mis libros. Ahora no pasan de ser cuadernillos de notas, de impresiones rápidas, casi aforismos. Soy un estafador avergonzado, que pide perdón.» La idea de considerarse a sí mismo un fraude cultural se repite varias veces en la narración. Considera que sus libros han sido simples apostillas a otros libros famosos de la filosofía de los que él, simplemente, se ha dedicado a dar furibundas opiniones subjetivas, que, sin embargo, fueron leídas con cierto éxito.
En las primeras entradas del diario no me estaba dando cuenta, pero algo más tarde conseguí ubicar al personaje: un emigrante de Hungría a París, donde adoptó el francés como lengua para escribir sus libros cínicos y desencantados. Recibir esta información me hizo pensar que Navarra se estaba basando para crear su personaje en la figura de E. M. Cioran, el escritor de aforismos que me tuvo fascinado hace ya bastantes años. En un artículo periodístico sobre el libro, he leído que efectivamente Navarra estaba pensando en Cioran al escribir su libro.
El personaje además de sentir culpabilidad por la poca importancia que da a sus libros, tampoco se siente a gusto con su pasado comunista en Hungría: «Cuando era comunista y dirigía los sindicatos estudiantiles (es decir, cuando disfrutaba siendo un inquisidor) secretamente descreía de todo lo que aparentaba defender con visceralidad.» (págs. 99-100)
Si bien he nombrado ya a E. M. Cioran como modelo vital del personaje propuesto en Hojas, también debería comentar que la voz narrativa creada (desapegada, desencantada nihilista, cínica…) me ha parecido inspirada en las novelas del francés Michel Houellebecq.
El estilo narrativo de Hojas tiende a la frase escueta, cortante. En ocasiones las frases son tan cortas que transmiten una sensación de deconstrucción del lenguaje, como si de la frase original se hubieran retirado elementos (artículos, verbos…). O bien, se usan puntos cuando lo lógico sería usar comas, y de esta forma, al elegir el punto, la lectura resulta más entrecortada y acuciante. Así, por ejemplo, entre la página 9 y 10 podemos leer:
«Lo primero que he visto de la ciudad. Ladrillos quemados. Escaparates. Un cibercafé.
Llevan prisa. Tranvías como cuchillos, alegría y peligro. La única gran plaza que veré esta semana.»
Navarra también hace uso de la frase sentenciosa, epatante: «El turista convencional tiene prisa por embrutecerse.» (pág. 58) o «Si la cultura que hemos producido es tan aburrida que un juego de marcianitos nos gana, es culpa de los escritores y de los profesores.» (pág. 82)
Navarra ha publicado novelas, pero sobre todo ensayos históricos en la prestigiosa editorial Cátedra, con títulos como: El ateísmo. La aventura de pensar libremente en España (2016) o El regeneracionismo. La continuidad reformista (2015). Su labor ensayística está presente en Hojas, puesto que son frecuentes sus reflexiones sobre la obra de autores como Spinoza, Heidegger, Foucault o William James.
Si bien he comentado al principio que el narrador parece llegar a Ámsterdam para buscar putas (además de huyendo de su imposibilidad de escribir), en realidad acaba deambulando por las calles, canales, hoteles y bares de la ciudad sin ningún objetivo aparente. Conoce, efectivamente, a una puta, pero no se acaba acostando con ella, sino hablando del psicólogo William James, o se cruzará (de forma casual) a un compañero del colegio con el que quedará para conversar, o será interpelado por algún estudiante que le reconoce.
Considero que a Hojas le falta algo de fuerza motora en su construcción narrativa. Es decir, Navarra ha trabajado la construcción de su personaje (a partir del modelo narrativo de las novelas de Michel Houellebecq y de la biografía de E. M. Cioran), pero le ha faltado encontrar un motivo que mueva la trama, tal vez (se me ocurre) una búsqueda para desentrañar un misterio sobre el libro perdido de un filósofo, que no le importa a nadie. Y así se podría reflexionar sobre la importancia cultural de la filosofía. O quizás el personaje podría estar huyendo de alguna de las antiguas víctima de su pasado de inquisidor comunista.
Estoy reflexionando ahora sobre la importancia de la construcción de la trama en la novela: un simple MacGuffin narrativo hubiera conseguido que esta novela de Andreu Navarra ganara consistencia. O tal vez ésta es la idea que tengo yo de cómo se construye una novela y no Navarra. A él tal vez le bastaba, para sus fines ficcionales, con crear una voz narrativa atractiva y reflexionar sobre los autores filosóficos que deseaba, algo que yo he leído con interés. De hecho, me ha descubierto, por ejemplo, la figura de William James (hermano de Henry James), de quien (a veces creo que mis lagunas culturales son terribles) me parece que no había oído hablar hasta ahora. Y quizás esto ya es mucho para una tarde de sábado.