Entrevista a Elvira Navarro, por David Pérez Vega
Elvira Navarro (Huelva, 1978) ha publicado en Caballo de Troya La ciudad en invierno (2007), y en Random House La ciudad feliz (2009), La trabajadora (2014) y Los últimos días de Adelaida García Morales (2016). Su obra ha sido galardonada con el Premio Jaén de Novela y el Premio Tormenta al mejor nuevo autor, y quedó finalista del Premio Dulce Chacón de Narrativa Española. En 2010 fue incluida en la lista de los 22 mejores narradores en lengua española menores de treinta y cinco años de la revista Granta. En 2013 fue elegida una de las voces españolas con mayor futuro por la revista El Cultural, y en 2014 la misma revista seleccionó La trabajadora entre las diez mejores novelas en español del año. Durante 2015 ejerció de editora del sello Caballo de Troya.
¿Cómo conociste a Adelaida García Morales? ¿Cuál es el primer libro que leíste de ella?
La conocí en mi manual de literatura española de bachillerato. Su libro El silencio de las sirenas era la propuesta de lectura del capítulo dedicado a la narrativa contemporánea. No dio tiempo a leerlo porque los temarios eran muy ambiciosos y nosotros demasiado revoltosos. Pero me quedé con la referencia por dos motivos. El primero es que yo era una lectora voraz, y los autores citados en ese capítulo ya los conocía, bien por haberlos leído, bien porque escribían habitualmente en prensa, así que me llamó la atención que la propuesta de lectura fuera precisamente una autora cuyo nombre no me sonaba de nada. El segundo motivo es que era la tercera mujer que leíamos en la asignatura de literatura española desde séptimo de EGB. Las otras dos fueron Santa Teresa de Jesús y Rosalía de Castro. Sumo otra si añado la literatura en lengua valenciana y catalana (yo vivía en Valencia por aquel entonces), donde estudiábamos a Mercè Rodoreda. Compré, poco después de terminar el curso, El silencio de las sirenas y lo leí por mi cuenta.
¿Has leído toda la obra de García Morales o gran parte de ella? ¿Qué obras destacarías?
He leído la mayor parte de ella. Destacaría El Sur seguido de Bene, El silencio de las sirenas y La lógica del vampiro. En esas tres obras hay un elemento que a mí me interesa mucho, que es el del quiebre de la convención a la que llamamos realidad.
He leído en alguna página de internet que la obra de García Morales empeora en su última etapa. ¿Compartes esta opinión?
Es cierto que empeora, y al parecer ella misma reconocía que sus últimos libros no estaban a la altura de los primeros, y que los había escrito impelida por la necesidad económica.
En la contraportada de tu novela leemos: «Los últimos días de Adelaida García Morales es un relato, en clave de ficción, de las jornadas que precedieron a la muerte de la escritora.» ¿Por qué deseaste escribir un libro de ficción sobre una persona real y no directamente inventar un personaje?
No sé si al resto de escritores y escritoras les sucede lo mismo, pero en mi caso no decido nada. Las decisiones implican meditar fríamente, y lo que hay en todos mis libros es un impulso de escritura, valga decir, un arrebato, una necesidad interna de recorrer un territorio. Fue así también con Los últimos días de Adelaida García Morales.
¿En algún momento, en las fases más iniciales del proceso creativo, te planteaste escribir una novela de no ficción sobre Adelaida García Morales, en la que todo lo narrado aspirase, además de a la verosimilitud, a la verdad constatable?
No, de ningún modo. Lo que había al principio era un intento de hacer lo que Carver con Chéjov en Tres rosas amarillas. Lo concebí como un cuento; sin embargo, por su extensión desbordó el género. Con todo, durante meses fue el cierre del libro de relatos en el que aún estoy inmersa. Tras dar a leer este libro de cuentos a varias personas y que coincidieran todas en la pertinencia de sacar Los últimos días… del conjunto y publicarlo como una pieza sola, decidí planteárselo a Claudio López de Lamadrid, mi editor. A él le gustó mucho el artefacto (las palabras novela y nouvelle, aplicadas al libro, resultan quizás inexactas). Cuando vi que iba a salir como pieza única no modifiqué mi plan inicial, pero sí pensé que habría quien me iba a reprochar que no fuera un biopic (permíteme usar esta palabra cinematográfica). Eso es lo que se espera. Y yo no lo censuro, claro, ¡pero es que no me interesaba hacer eso! Lo mío era un librito menor que coqueteaba con el ensayo. Si tuviera que ponerme en plan Emmanuel Carrère o Javier Cercas, no escogería a Adelaida García Morales, sino a alguien con una trayectoria vital más novelesca.
Algunas de las reseñas que han aparecido en prensa sobre tu libro señalan que tu mirada sobre Adelaida García Morales coincide con la de la directora de documentales (uno de los personajes principales de Los últimos días…) ¿Estás de acuerdo? ¿Es ésta tu mirada sobre lo narrado?
Adelaida García Morales es, en el libro, una ficción más. No hay, porque nunca he pretendido que lo haya, una voluntad de desvelar quién era AGM, lo que por otra parte sólo habría generado otra fantasmagoría, aunque más verosímil, cosa que la realizadora, y yo misma, rechazamos precisamente porque lo verosímil tiene demasiada apariencia de verdad, y en el fondo es imposible alcanzar una verdad si entendemos por tal cosa una visión estable y única. No hay hechos puros, sino interpretaciones de esos hechos. Lo honesto, por tanto, es poner las cartas sobre la mesa renunciando a construir una historia verosímil, que en el libro viene a ser lo siguiente: tengo estos materiales, los muestro, construyo hipótesis que no pocas veces se desautorizan unas a otras. Por otra parte, la realizadora entiende que lo que está más cerca de una creadora es la propia creación. La invención. Incluso los materiales procedentes de la no ficción que incluyo en el libro, bajo el pretexto de que es la documentación que maneja la realizadora, refuerzan no una verdad falsable (de hecho, se avisa de que hay datos contradictorios e incluso falsos), sino la leyenda sobre AGM.
La presentación de tu novela en Barcelona coincidió con la publicación en El País del artículo de Víctor Erice en el que cuestiona, con dureza, tu «autoridad moral e intelectual» para apropiarte del nombre y los apellidos de la escritora fallecida (su exmujer). ¿Cuál fue tu primera reacción al artículo de Erice? ¿Cómo cambió esto la presentación del libro en Barcelona?
¿Con qué autoridad moral e intelectual habla Thomas de Quincey sobre Kant en Los últimos días de Immanuel Kant, por ejemplo? Hacer ficción sobre personas que existieron, y usando su nombre, es algo viejo. Por otra parte, la acusación podría habérsela hecho Erice a sí mismo: ¿con qué autoridad moral yo, un exmarido, juzga lo que puede o no decirse sobre su exmujer?, ¿con qué autoridad intelectual valoro yo un libro contra el que tengo un rechazo emocional? Con todo, la reacción de Erice me parece legítima, a diferencia de quienes alzaron un dedo acusador sin haberse leído el libro, que podrían asimismo haberse preguntado con qué autoridad moral juzgan moralmente un libro que no han leído. La presentación de Barcelona fue estupenda gracias, precisamente, al artículo de Erice, que dio lugar a un debate muy interesante. De todas maneras, me gustaría añadir que en el posicionamiento sobre este asunto hay una diferencia generacional que me resulta sintomática. Me han apoyado, sobre todo, gente nacida de los setenta en adelante. Gente de mi generación, aunque ha habido excepciones, claro. Barajo dos hipótesis al respecto: una, obvia, sería la del miedo u oposición al relevo, donde el artículo de Erice podría leerse como una regañina y una reafirmación de quiénes tienen aún los privilegios (no deja de ser un privilegio que Babelia le dé la portada y dos páginas al simple enfado de alguien sólo porque ese alguien es un preboste). Mi segunda hipótesis es que hay una mentalidad, y por tanto una ética, postmoderna que no ha calado en muchos de nuestros mayores, que todavía creen mayoritariamente que la realidad no está hecha de ficciones. Que todavía trazan una frontera infranqueable entre realidad y ficción, lo que lleva a una mirada más rígida, más escandalizada. Incluso cuando, como es el caso, se pretende la reivindicación de una figura y no hay una intención de dañar.
Víctor Erice escribe en su artículo: «Dada mi condición de exmarido de Adelaida, y pensando en el hijo que ella y yo tuvimos, me preocupaba que el libro de Navarro incurriera en un uso vano de nuestros nombres. Intentando salir de dudas cuanto antes, y puesto que la obra no estaba aún a la venta, recurrí a un amigo que conocía a Elvira Navarro para que me hiciese llegar, si era posible, un ejemplar. Y así fue.» Según estas palabras, tú misma le hiciste llegar, por medio de ese amigo común, un ejemplar del libro a Erice. ¿No intercambiasteis pareceres antes de que Erice publicase su artículo?
Tras enterarme de su preocupación, le hice llegar el libro a Víctor Erice junto con una carta donde le explicaba qué me había llevado a escribir el libro y desde dónde estaba construido el personaje de Adelaida García Morales. Le di mi teléfono y mi e-mail por si quería ponerse en contacto conmigo. No lo hizo.
Desde Mínima molestia, la página que escribe Ignacio Echevarría en El Cultural, éste se preguntaba si no pensabas dar una contestación pública a la carta de Erice. ¿Has considerado hacerlo?
Dar una contestación pública habría sido alargar una cuestión inútil, por irresoluble, pues involucraba dos órdenes de legitimidad irreconciliables.
Erice escribe: «Si Elvira Navarro hubiese titulado su libro Los últimos días de Paquita Martínez, no habría producido las plusvalías mediáticas y comerciales de las que su autora se está beneficiando.» ¿Qué podemos considerar que ha producido más repercusión mediática, el título del libro o el propio revuelo generado por las palabras de Erice?
Ese es el argumento más flojo de Erice. ¿Adelaida García Morales mediática y comercial? Es obvio que lo que más repercusión ha producido ha sido su artículo. Ha habido un efecto Streisand: alguien que pretende censurar cierta información acaba generando, con su reclamación, una publicidad mayor del asunto.
Dejando aparte el tema de Víctor Erice, ¿qué otras escritoras españolas consideras que han sido injustamente olvidadas?
Rosa Chacel es bárbara y apenas se la reivindica. Desde el amanecer, donde relata sus recuerdos de infancia, sería un clásico de la literatura del XX si Chacel hubiera nacido en Francia, en Argentina o en Estados Unidos. Pero claro, era española, y en España se desprecia la propia tradición, sobre todo la de posguerra, por un arraigado complejo de inferioridad cultural.
¿Estás escribiendo algún nuevo libro? En caso afirmativo, ¿nos puedes hablar de él?
Ando con ese librito de cuentos que te mencioné al principio, y en el que Los últimos días de Adelaida García Morales era el cierre.
Muchas gracias, Elvira.
Fotografía: Asís Ayerbe