Entrevista a Eduardo Laporte, por David Pérez Vega
Eduardo Laporte (Pamplona, 1979) es periodista. Ha publicado la novela de duelo Luz de noviembre por la tarde (Demipage, 2011) y Postales del náufrago digital (Las tres sorores, 2008), que recoge las entradas de su blog. En 2016 ha publicado, de nuevo en Demipage, la novela La tabla.
Tu literatura se acerca mucho a la crónica o al diario, ¿puedes imaginarte a ti mismo escribiendo una novela que fuese puramente de ficción?
Sí. En cierta manera, creo que es la culminación a la que aspira todo escritor. Jonathan Franzen dice algo en ese sentido: cuantas menos referencias directas a lo autobiográfico hay en una novela, más autobiográfica es. Y más de ficción, en el sentido más amplio y literario de la palabra ficción.
Recuerdo que en alguna red social declaraste que cada vez te interesaban menos las novelas que no partían de la autoficción o la crónica, y que al leer novelas de pura ficción no acababas de creerte lo narrado. ¿Te sigue ocurriendo ahora mismo? ¿Ya no lees novelas que sean puramente de ficción?
Me aburren las novelas que no han realizado ese proceso «franzeniano» de asumir la propia experiencia para ofrecerla después transformada en ficción pura. El Quijote es ficción pura, pero transida de vida, la de Cervantes. Los libros de Franzen también. Pero luego hay una literatura de aeropuerto, digamos, muchos libros que aparecen reseñados en una QuéLeer, que me parece que están situados en una categoría inferior, la del entretenimiento por el entretenimiento. Me refiero a ciertos best-sellers ramplones que no solo me aburren, sino que no me interesan. La literatura que está separada de la vida, que se concibe como una alquimia de fin de semana, no me interesa.
Recomiéndanos una novela puramente de ficción que te haya resultado totalmente creíble, una novela de ficción con la que te hayas emocionado.
Es difícil hablar de algo que sea «puramente de ficción», eso hay que tenerlo en cuenta. Pero de mis últimas lecturas, me ha emocionado por ejemplo La vida ante sí, de Romain Gary, que un lector poco dado a comerse el coco puede entender como una ficción pura, cuando en realidad es un ejercicio autobiográfico y de desdoblamientos. Un disfrazar la realidad como hace García Márquez en El coronel no tiene quien le escriba, trasposición en otros personajes y escenarios de una realidad autobiográfica distinta. Lo interesante, decía Gil de Biedma, no es ser fiel a los hechos, sino a los sentimientos, así que en ese sentido la ficción pura es imposible, no existe. Incluso la especulación pura parte de hechos y experiencias autobiográficas: Borges es autobiográfico porque trabaja sobre sus experiencias, aunque hayan tenido lugar en su cabeza y se hayan gestado en su sillón de orejas. Si me pidieras un titular facilón, te diría que toda la buena literatura es autobiográfica. Incluso la que habla de otros: Chaves Nogales se fija en Juan Belmonte para su retrato porque quiere hablar de la capacidad de superación personal, algo con lo que él se siente identificado y que quiere describir.
¿Cuáles son los autores que más te interesan? Hablamos de tus influencias a la hora de abordar la crónica o la novela de no ficción.
Me sigue interesando un escritor como Vila-Matas, que es capaz de mezclar una crónica de algo que podríamos definir como periodismo subjetivo con un ensayo también sui generis sobre el arte contemporáneo con sus dosis de literatura de corte autobiográfico en Kassel no invita a la lógica, por ejemplo. También libros híbridos entre lo autobiográfico y el repaso en clave literaria a la historia reciente de España como Lo que a nadie le importa, de Sergio del Molino y autores como Emmanuel Carrère en obras como El adversario o Una novela rusa. Estas dos obras me parecieron textos muy potentes, aunque también advierto el riesgo de caer en una narración estilísticamente no tan evocadora como otras literaturas por aquello de hacer no ficción. Sin llegar al barroquismo de Capote en A sangre fría, considero que la no ficción no tiene que estar reñida con el lirismo o la voluntad de estilo.
Sé que impartes un taller literario sobre escritura autobiográfica. ¿De qué debe huir un autor autobiográfico que pretenda ser publicado y leído por desconocidos?
Ante todo, del deseo de contar su vida. Se tiende a confundir literatura autobiográfica con un relato pormenorizado de las causas y azares del particular. La literatura autobiográfica es literatura y no una biografía por encargo. Hay que partir de esa premisa y escribir no tanto por hacer un compendio vital sino por encontrar una verdad, ahondar en el misterio de la vida y salir enriquecido de ese proceso, tanto el autor como el lector.
¿Existe algún tema sobre el que no escribirías en una novela que fuese a ser leída como autobiográfica? ¿No pueden suponer la autocensura y el pudor límites para la escritura autobiográfica?
La ficción se inventó para colar testimonios, sucesos y experiencias delicadas de la propia vida de una manera oblicua. La etiqueta «es una ficción» es muy socorrida, pero no deja de ser cierta ni es una excusa barata, porque toda la vida es una gran ficción. Lo dice Ramón Eder: «La vida es una ficción basada en hechos reales». Claro que si uno escribe bajo el paraguas de la ficción, no hay exigencia de pacto autobiográfico y la responsabilidad y gravedad del mensaje se diluye; no obstante, creo que hay que acercarse a la literatura, al margen de pactos autobiográficos, dejando de lado esa curiosidad morbosa de si lo que se cuenta pasó o no pasó, y en qué grado pasó o no pasó. Respondiendo a tu pregunta, hay temas que quizá, de tan delicados, no los escribiría en clave autobiográfica pura, sino que los envolvería en esa ficción que todo lo transforma. Precisamente, porque a veces la ficción está más cerca de la verdad que lo que uno vende como verdad.
En Zuckerman encadenado, Philip Roth describe lo que él llama el «síndrome de Zuckerman»: cuando el escritor entra en una habitación, las personas callan por miedo a ser retratadas en un libro. ¿No temes que la escritura autobiográfica te haga sufrir el «síndrome de Zuckerman»? ¿Te ha ocurrido que alguna persona retratada en alguno de tus libros te pida explicaciones? ¿Cambias, al menos, los nombres?
Mi amigo David C. Williams a veces me previene, medio en broma medio en serio: «Oye, esto no lo digo para que lo cuentes luego en tus novelas». Pero de momento mi proyección es tan pequeñita que no he notado esa reacción en mi entorno cercano. Aunque una ex novia también me advirtió: «No escribas de mí, eh». No le hice caso, por supuesto, y una agente literaria lee ahora mismo ese texto. Dicho esto, si su publicación le pudiera disgustar, no habría tal publicación.
¿Te alegraste de que concedieran el Premio Nobel de Literatura en 2015 a Svetlana Alexiévich? ¿Era un reconocimiento necesario? ¿La has leído? En caso afirmativo, ¿qué te parece?
Mentiría si dijera que me alegrara porque no conocía a la autora en el momento de tan solemne fallo literario. He leído algunas reseñas sobre su obra y sí me parece una buena noticia: el periodismo de calidad es tan o más justo merecedor de un Nobel como este de 2015, donde se narran hechos cruciales de la historia, como la transición del comunismo al capitalismo, con amplitud de miras y con hondura, algo que debe estar presente tanto en el buen periodismo como en la buena literatura. Tengo pendiente, de hecho, El fin del «Homo Sovieticus». La edición que ha hecho Acantilado merece, además, una reverencia, de bonita que es.
Leemos en La tabla: «Me motivaba la idea de escribir sobre otro, como un ejercicio de antiautobiografía en el que al autor no tiene todo el control. Aunque, como comprobaría después, ir a su encuentro era también viajar hacia mí mismo». ¿Te resulta al final imposible no escribir desde el yo?
En este libro tenía pensado hacer un ejercicio de discreción y mantenerme al margen. Ir más a ese relato periodístico con impronta literaria como hace García Márquez en Relato del náufrago, pero al final me resultó imposible. No fue algo premeditado, sino que el propio texto y el desarrollo del proyecto en sí me empujó a ello: pronto juzgué que tenía más valor la redención de dos almas náufragas que la de una sola. Y que el propio libro operara ese poder transformador en mí también era una carambola con la que no contaba y que, claro, no podía dejar de aprovechar. Ha sido un libro, en sentido literal, de autoayuda.
Antes de concebir la idea de escribir La tabla, ¿era un recuerdo nítido para ti la noticia de 1990 sobre la desaparición y rescate en el mar de Xabier Pérez Larrea, o fue cobrando más importancia en tu mente una vez embarcado en este proyecto?
Uno escribe para disipar paisajes mentales sobrecargados de nebulosa. Tenía ecos lejanos, el recuerdo de la portada del periódico local con la noticia del rescate y retazos de historias que habían llegado a mis oídos. Como aquella noche tenebrosa en la soledad de la tabla y que había vomitado sangre. Uno de los motores de la historia fue la mera curiosidad periodística o, mejor dicho, humana.
¿Qué estás leyendo ahora mismo? ¿Lo que lees ahora se corresponde con lo que leías de adolescente?
Estoy leyendo El grupo, de Ana Puértolas, para una reseña, y me espera con ganas El costado derecho, de Paco Bescós, que estoy seguro que me va a deparar grandes horas de placer literario, como ya hizo con El baile de los penitentes. Creo que con los años leo mejor. De adolescente, el mundo nos queda demasiado grande, estamos aún situándonos. A partir de los treinta y muchos creo que empezamos a entender un poco mejor de qué va esto de la vida y por tanto leemos con más nitidez. Y lejos de una mitomanía literaria que en mi caso se ha atenuado mucho con los años y que te permite leer sin pleitesías absurdas.
¿Te interesa, de forma especial, la literatura escrita en Navarra o por autores navarros? ¿Tiene importancia para ti algún tipo de concepción regionalista de la literatura?
Me interesa conservar las raíces y combinar la abstracción y el anonimato de una gran ciudad como Madrid como lo concreto y lo hiperlocal de mi origen. No me interesa que se fomente la literatura navarra por ser navarra, porque tampoco creo que exista ni que haya D.O. como con el vino, pero sí me parece bien que se promueva a los autores locales desde el ámbito local, tanto institucional como civil. El otro día estuve en una librería de Pamplona y vi mi libro en una esquina remota, un trozo de papel más junto a cientos de autores remotos y muchos muertos. En Navarra apenas hay autores que hagan literatura que no sea de género, local o con cierto aire a best-seller, así que me apenó un poco ese detalle. Dicho esto, siempre me he sentido apoyado y querido tanto por el Gobierno de Navarra como por la prensa de mi tierra.
Háblanos del peso de Relato de un náufrago de Gabriel García Márquez en La tabla.
Las influencias son puntos de apoyo que te pueden ayudar a ir más lejos. Caminos ya desbrozados por los que internarse para abrir a su vez, en la medida de tus posibilidades, otros nuevos. El libro de García Márquez me dio la clave básica de acercarse a un personaje que ha sufrido una experiencia más o menos extrema y recrear su historia a tu manera. García Márquez lo hizo a su manera, desde la sobriedad literaria y una apariencia de fidelidad extrema al relato en un texto impecable, y yo me fui más por otras latitudes, mezclando más registros.
Sé que has vuelto de los meses que has vivido en Canarias con el borrador de un manuscrito. ¿Puedes hablarnos de él?
Creo que tiene cierta relación con La tabla, libro que, como su propio nombre indica, se puede ver como un punto de apoyo y un punto de inflexión en mi recorrido literario. La relación estaría en la amenaza que persigue a todo ser humano de venirse abajo o de internarse en derroteros peligrosos que puedan conducir a la autodestrucción. Creo que vivimos en la época más cargada de tentaciones de la historia y que el duelo entre vicio y virtud, voluntad y deserción, se presenta más acusado que nunca. Habla de temas potentes que creo que están muy marcados en este siglo XXI, con no pocas dosis de sexo y humor, ingredientes que creo que no pueden faltar en toda novela digna de serlo.
Gracias, Eduardo.