El mosquito de Nueva York de Daniel Díez Carpintero, una lectura de David Pérez Vega
El mosquito de Nueva York, de Daniel Díez Carpintero.
Editorial Sloper. 131 páginas. 1ª edición de 2016.
Con este primer libro de relatos, titulado El mosquito de Nueva York, Daniel Díez Carpintero (Madrid, 1979) ganó el XII Premio Café 1916 (que antiguamente se llamaba Premio Café Món), organizado por la editorial Sloper, que dirige el escritor Román Piña. Yo he publicado mi novela Los insignes con Piña, pero como vive en Palma de Mallorca, nos resulta difícil vernos. Las presentaciones de los libros de Sloper suelen tener lugar en Mallorca, pero a finales de 2016 también se presentó El mosquito de Nueva York en Madrid. Me pareció una buena ocasión para ver a mi editor y para apoyar a Sloper. La presentación tuvo lugar en La Central de Callao (donde yo mismo había presentado mi novela un año antes) y corrió a cargo de Román Piña y David Torres (que también tiene dos libros publicados en Sloper). Torres comentó que el verano de 2014 había leído tres relatos de un desconocido Daniel Díez Carpintero en la sección veraniega de Cuartopoder, y que le encantaron. Él fue quien recomendó a Díez Carpintero que probara con el premio Café 1916 y Sloper. Después tomé algo con Daniel Díez Carpintero y sus amigos de Madrid, David Torres, Román Piña e Iván Reguera (también autor de Sloper). Nos lo pasamos muy bien hablando principalmente de cine.
El mosquito de Nueva York está formado por nueve relatos, que se leen rápido en el formato de letra grande de Sloper y que, sin embargo, dejan poso.
En la contraportada (la mía la escribió Román Piña y ésta imagino que también estará escrita por él) podemos leer que éstos son unos «cuentos muy alejados del canon actual.» La verdad es que me parece una buena apreciación, porque aunque las historias contadas son bastante diferentes, tienen algunos elementos comunes que las emparentan entre sí. Además, son elementos poco frecuentes en los libros de relatos españoles. Digámoslo ya: lo más llamativo de los cuentos de Díez Carpintero es que casi todos sus personajes suelen ser idiotas que, en muchos casos, tratan de aparentar no serlo y se sienten atacados por un mundo que no comprenden, o quieren tratar de idiotas a los demás pasando ellos por unos listos imposibles y patéticos. Además, se suele hablar de relaciones entre hombres y mujeres (iba a escribir «relaciones de pareja», pero me parece más acertada la expresión «relaciones entre hombres y mujeres», porque, aunque está presente aquí más de un matrimonio, también tenemos la relación entre una niña y un viejo (cuento El mosquito de Nueva York), un hijo y su madre (cuento Barro) o una inquilina y sus hospedadores (cuentos Leer libros). En estas relaciones entre hombres y mujeres, ellas suelen seguras y dominantes y ellos apocados y pusilánimes. En el último cuento, el titulado Los hijos del futbolista, la relación principal se establece entre un padre y su hijo, y por tanto se rompe aquí la dicotomía hombre-mujer. En el relato Europa, la persona débil es excepcionalmente la mujer.
Cuando hablaba de cuentos protagonizados por idiotas, debería apuntar que ésta es una característica tan acusada que da al cuento una sensación de surrealismo esperpéntico que lo acerca al expresionismo (sin que las narraciones se salgan de los cánones del realismo). Por ejemplo, en el cuento Leer libros, una chica se retira a una casa en el bosque para terminar allí, con tranquilidad, su tesis doctoral. El dueño de la casa es un hombre de un solo ojo que afirma que no para de leer libros y que el ojo que le falta se le cayó al hacer un esfuerzo para vomitar, debido a la fuerza con la que se concentraba para leer. Su hijo, otro idiota, también tiene la cara siempre metida en un libro. La chica no tarda en comprender que los dos, padre e hijo, no saben leer, que se tiran horas y horas mirando un punto fijo de una página, hasta que pasan a la siguiente, pero están empeñados en representar ante ella el imposible papel de hombres cultos.
En el cuento Los delfines, un matrimonio de mediana edad acude de vacaciones a un hotel destinado a un público de una clase social más elevada que la suya (aunque ellos se sienten ricos en su pueblo, en el hotel comprueban que los otros veraneantes tienen un poder adquisitivo más alto). Ambos, hombre y mujer, son idiotas. Lo son hasta el punto de creerse la siguiente noticia de un periódico cristiano: en una playa el demonio ha poseído a los delfines, que se dedican a mirar a las bañistas con lujuria y además las violan cuando entran al agua. El lector entiende que se trata de una noticia falsa, pero que los protagonistas piensen que algo así puede ocurrir, traslada el eje del relato desde el realismo (para el lector) hasta el género fantástico (para los personajes). Esta dicotomía me ha parecido uno de los grandes logros del libro, en el que más de un personaje cree vivir experiencias que no pueden ser reales. Quizás podríamos hablar aquí de esa variante del género neofantástico que se está practicando ahora en Argentina, en la que autores como Samanta Schweblin, Tomás Sánchez Bellocchio o Federico Falco crean un tipo de relato en el que, sin que ocurra en ellos nada abiertamente fantástico (no aparecen gnomos, nadie vuela…), los personajes reaccionan ante los estímulos externos de manera extraña y desconcertante. Sin embargo, en estos cuentos los personajes actúan de forma rara no porque sean idiotas, como en los cuentos de Díez Carpintero. En realidad, creo que para encontrar la filiación de los cuentos de Díez Carpintero con alguna corriente literaria hay que bucear en la noche de la presentación de su libro. En la conversación con Torres y Piña en La Central, se comentó que Díez Carpintero es un gran admirador de William Faulkner y de sus personajes obstinados e ignorantes. Más tarde, el propio autor me contó que uno de sus libros de cabecera es Cuentos completos de Flannery O´Connor. Tal vez ahí esté la clave de la curiosa poética de la idiotez de Díez Carpintero, una idiotez y una ignorancia del mundo rural sureño de Estados Unidos. La mirada de Díez Carpintero sobre sus personajes no es exactamente cruel; parece sentir hacia ellos una piadosa ironía, y el lector acaba sintiendo ternura por más de uno de los idiotas desamparados de sus cuentos. Definitivamente, tengo que leer los Cuentos completos de Flannery O´Connor.
En cuanto al estilo literario, he de apuntar que al principio me chirriaba algún detalle. Por ejemplo, me parecía que abusaba de la siguiente construcción sintáctica: «nombre + adjetivo + y + adjetivo». Por ejemplo: en la página 31 podemos leer: «felicidad mansa y abstraída» y un renglón más abajo: «lugar lejano y vaporoso». Podría buscar más ejemplos, que abundan, pero lo dejo en estos dos.
También abunda la siguiente construcción: en una enumeración se omiten las comas y se enlaza siempre con «y». En la página 37 leemos: «Luego sacó una lata de cerveza de la nevera portátil y se sentó en la arena y contempló el lago con la concentración de quien calcula cuántas baldosas caben en un metro cuadrado de cemento.» Esta frase me sirve también para ilustrar otro rasgo del estilo: las comparaciones y metáforas que crea Díez Carpintero son muy originales, ricas y acertadas, y sirven en buena medida para establecer el tono del relato o hablarnos del estado de ánimo de los personajes.
Otro rasgo peculiar del estilo: se insiste mucho en las características físicas de los personajes, que suelen ser algo extremas: personas muy delgadas y pequeñas, o grandes y gordas; o bien con extrañas combinaciones de ambas: de miembros muy delgados y barrigas prominentes. Normalmente, las mujeres seguras y dominantes suelen tener cuerpo de adolescente y son muy pequeñas y delgadas. En el mismo cuento, de ocho páginas (por ejemplo) se puede recordar al lector cuatro o cinco veces que una mujer tiene un cuerpo diminuto o que otro personaje se hizo una operación de nariz y ésta parece un pegote de cera en medio de la cara.
Durante el primer cuento, pensé que algunos de los rasgos de estilo que he comentado implicaban, en cierto modo, una torpeza narrativa pero, según avanzaba en la lectura, los acepté como características legítimas del estilo de Díez Carpintero, y su insistencia empezó a parecerme definitoria de una voluntad de narrar desde una mirada propia. Lo cierto es que la lectura de El mosquito de Nueva York me ha sorprendido bastante, y para bien. Es un libro, desde luego, original, con más de una perla en el estilo (las metáforas y comparaciones, como ya he dicho, están muy logradas) y con unos personajes no habituales en la narrativa española, a los que de puro idiotas se los acaba queriendo. Un estimulante libro de relatos.