Una mancha molesta y sucia, por Sergio del Molino
Velibor Čolić mide casi dos metros y llegó a pesar ciento veintisiete kilos. Se duchaba poco, olía agrio y tenía un acento del este de Europa que él llamaba, genéricamente, cosaco. Así le llamaba una de las novias que tuvo en Francia: Velibor, eres un cosaco. “Soy una mancha molesta y sucia, una bofetada en el rostro de la humanidad, soy un inmigrante”, escribe de sí mismo.
Velibor se alimenta de latas de cassoulet cien por cien cerdo (es decir, las más baratas, pues las caras llevan pato) que no se molesta en calentar y se las zampa a cucharadas del propio recipiente. Velibor bebe mucho, y eso no gusta a los administradores del centro de refugiados donde duerme. Nada pinta bien para Velibor, que ni siquiera habla una sola palabra del idioma del país al que ha huido y de cuya hospitalidad depende su vida, pero Velibor es optimista. Cuando le preguntaron en un formulario cuál era su objetivo en Francia, respondió: Goncourt.
Eso fue en 1992. Hoy, en 2017, nadie se burlaría de la pretensión de Čolić (Modrica, Bosnia, 1964) y pocos se atreverían a sostener que no merece el Goncourt. Ha adoptado el francés como lengua literaria, aunque hasta los veintiocho años, cuando llegó a Rennes tras desertar de la guerra de Yugoslavia, sólo sabía decir tres vocablos: Jean, Paul y Sartre. Con su último libro, Manual de exilio, recién traducido al español en Periférica, donde también apareció en 2013 su texto seminal, Los bosnios, Čolić ha puesto en escena uno de esos textos brutales y delicados que no se dejan clasificar y que dinamitan muchos lugares comunes sobre los que se asienta Europa. Un libro, más que oportuno, de una pertinencia rabiosa.
La novela (sí, novela, no me vengan con refinamientos de taxonomista) lleva un subtítulo paródico y revelador, Cómo aprobar su exilio en treinta y cinco lecciones, y contiene todo lo que debe exigirse a la buena literatura autobiográfica: impiedad en el autorretrato, autodegradación, humor trágico y lirismo sobrio. Ingrediente opcional: picaresca. No se habla de la guerra, sino de lo que queda tras la guerra: ese desenraizarse, esa obligación de vagabundear, esa sospecha permanente, esa nostalgia vergonzosa, esa marginalidad compartida por otros especímenes que aparecen a menudo en las fichas policiales. Sin llegar a ser un alegato, hay una narración muy dura sobre la forma en que los intelectuales y las personas que se autoproclaman conciencias de la humanidad utilizan a individuos como Čolić, a quienes se atreven a explicarles su propia condición, a quienes exhiben casi como animales exóticos para sostener sus argumentos, sin importarles la carne ni la historia que contiene ese exiliado.
Manual de exilio es un libro que hay que leer. Y sí, son muchos los libros que hay que leer, pero yo no tengo la culpa de que la mayoría de la gente decida leer tan poco.