Últimas noticias de los judíos, por Sergio del Molino
Están muy judías las mesas de novedades, con títulos conectados por puntos, como en uno de esos juegos encadenados en los que hay que empezar la siguiente palabra con la última letra de la anterior. Por un lado, tenemos Roth desencadenado, de Claudia Roth Pierpont (Literatura Random House), que comparte apellido con el biografiado, Philip, pero no tiene relación familiar con él. Esto se debe a que Roth era un apellido judío muy común en el centro de Europa, sobre todo en esa región hoy desaparecida que se llamaba Galitzia y que estaba en la frontera del viejo Imperio austrohúngaro, que luego pasó a Polonia y que hoy no conserva ni el nombre (ni los muchos judíos que la poblaron, que acabaron en Auschwitz si no tuvieron suerte, y en América o en Israel si la tuvieron) y se reparte entre Ucrania y un trocito de Polonia. De la Galitzia era un escritor que también se apellidaba Roth y se definía como un “pobre judío galicano”. No acabó en Auschwitz ni en América ni en Israel porque murió en 1939 en París, alcoholizado y enfermo, poco antes de que empezara la guerra. Joseph Roth escribió en alemán, se consideraba austriaco y renegó de su pasaporte polaco, pero recordó siempre su infancia en la Galitzia llena de judíos pobres que protagonizaron algunas de sus mejores novelas. Joseph Roth y Philip Roth tampoco tienen relación familiar. O tal vez sí, porque al fin y al cabo todos los pobres judíos galicanos eran un poco primos. De hecho, dicen que el 80% de los judíos de hoy descienden de los desaparecidos judíos de la Galitzia. Lo cuenta Omer Bartov en Borrados (Malpaso), otra novedad editorial judía. Bartov, historiador israelí, una de las eminencias en la Segunda Guerra Mundial, también desciende de esos pobres judíos galicanos y en este librito a medio camino de la crónica de viajes, el ensayo histórico y la confesión íntima, narra la desaparición de esta región europea. La desaparición no solo física de sus judíos, sino la forma en que los soviéticos primero, y los nacionalistas ucranianos y polacos después, borraron las huellas de una presencia que se remontaba al siglo XI.
La biografía de Roth (Philip), que es ante todo una biografía intelectual y literaria, se puede complementar con la lectura morbosa de Adiós a una casa de muñecas (Circe), escrita por la actriz británica Claire Bloom, que estuvo casada con Roth y no fue lo que se dice feliz. La imagen edulcorada (no hagiográfica, pero sí laudatoria) de Roth desencadenado se complementa con la bilis y el retrato de monstruo que su ex mujer dejó.
Del mismo modo, la primera parte de la biografía, en la que se cuentan los conflictos que Roth se creó con la comunidad judía de Estados Unidos, que llegó a considerar su literatura tan dañina como el Holocausto, es el complemento perfecto para el libro de Bartov, donde se cuenta el trasfondo silencioso del trauma judío contemporáneo que Roth (Philip) intentó superar con carcajadas y parodias de tipos apocados dominados por unas madres totalitarias (arquetipos explotados luego por Woody Allen y otros cómicos judíos) y que Roth (Joseph) convirtió en algunos de los libros más tristes y melancólicos que se han escrito nunca en Europa.
Un juego de libros encadenados que ligan muy bien entre sí.