My generation, por Sergio del Molino
Yo no creo en generaciones, ni literarias ni de las otras. No creo que compartir fecha de nacimiento, año arriba o año abajo, hermane más que comprar la ropa en la misma cadena de tiendas o ver el mismo canal de televisión. De hecho, las afinidades generacionales suelen basarse en comprar la ropa en la misma cadena o ver el mismo canal de televisión. Pero la sensibilidad es algo más complejo que se va levantando con erosiones procedentes de muchos vientos, por eso a veces uno se siente comprendido por extranjeros que ni siquiera conoce mientras es incapaz de comunicarse con su propia familia.
Sin embargo, tengo la incómoda sensación de que sí que hay algo que me une con la gente de mi edad, y por gente de mi edad tengo que entender, grosso modo, a los nacidos entre 1975 y 1985. No sé describirlo bien, pero me pasó leyendo el ensayo de Edurne Portela El eco de los disparos (Galaxia Gutenberg). Había algo en él, en sus intenciones, en la forma de mirar, incluso en la expresión, que me resultaba profundamente reconocible, propio. Algo que no comparten los más viejos ni los más jóvenes. Un je-ne-sais-quoi que tiene que ver con la forma de estar en el mundo. Un reconocimiento tribal que va mucho más allá de temas y estilos.
Quizá tenga que ver con la conciencia de cambio que tenemos, con el hecho de haber llegado a adultos en un mundo donde no rigen los principios que nos enseñaron. Bien mirado, eso le sucede a cualquiera: cuando creces, el mundo es otro porque el que te contaron en la escuela era el de ayer, el de tus padres.
Ya digo que es algo sutil que probablemente me invento, una sensación (incluso un deseo) de reconocimiento que interpreto como un cambio de punto de vista. Cuando me cruzo con libros como el de Edurne Portela, y con otros que tienen poso de ensayo y primeras personas narrativas fuertes, veo que comparten un anhelo de comprender. No de demostrar nada ni de ajustar el mundo a unas tesis. Ni siquiera se busca arreglar ese mundo. Hay una mirada que mira, y que puede juzgar al mirar, pero no se agota en el juicio.
Ya ven que me hago un lío para decir en el fondo algo muy simple: que esa mirada generacional que intuyo está desideologizada, algo inconcebible para muchos, quizá para la mayoría, pero que me parece cada vez más evidente. Son miradas que se deben a sí mismas, que no temen contradecirse ni caer en paradojas, que no se preocupan por la coherencia ni por las convicciones. Escrito así, suena muy épico y presuntuoso, pero hay que escarbar mucho para percibirlo, porque es un aire, un sedimento leve, algo que sólo se percibe tras leer muchos libros.
O quizá sea la fiebre y el atontamiento que produce leer muchos libros, que me hace sentirme más cerca de sus autores. Quizá debería leer a más escritores muertos, para sentirme cercano a ellos y unirme a sus generaciones de otros siglos.
Fotografía: Edurne Portela. Todos los Creative Commons Centroamérica Cuenta.