Literatura y violencia, por Sergio del Molino

 

Incluso en las novelas que prescinden deliberadamente de lo sentimental y apuntan a lo cerebral y a lo ensayístico, los lectores podemos emocionarnos. Aunque, en mi caso, me cuesta distinguir si me emociono como lector o como escritor, porque una de las cosas que me conmueven del último libro de Patricio Pron, No derrames tus lágrimas por nadie que viva en estas calles, es contemplar a un autor en su plenitud, dominando su oficio y levantando con un esfuerzo descomunal (pero también con la facilidad y la alegría que da ser dueño y consciente del propio talento) una obra redonda. Ha echado el resto, Pron, y no sé si lo admiro como lector que agradece tener un buen libro en las manos o como el escritor que lo envidia miserablemente y desearía haberlo escrito él y siente que se le han adelantado.
Pron ha escrito una novela política, que habla en apariencia del pasado para hablar del presente. Porque el pasado, en la historia y en la literatura, sólo importa si es presente. Como ya se sabe, Pron inventa un Congreso de Escritores Fascistas celebrado en la República de Saló poco antes del fin de la Segunda Guerra Mundial. Es el núcleo de la novela, una parodia evidente de los congresos de escritores antifascistas que se celebraron en París y en Valencia en 1936 y 1937.
El otro día, el escritor Juan Vico compartió en Facebook una cita del prólogo de Martí de Riquer a un libro de Joan Perucho: «Pero lo que es intolerable en la historia, que ha de ser limpio espejo del pasado, el Speculum historiale, como decía Vincent de Beauvais, no tan sólo es tolerable en literatura, sino que hasta obligado en la literatura buena, la hoy tan criticada literatura de imaginación, sin la cual no tendríamos la Odisea, la Commedia, el Tirant lo Blanch o el Quijote. Para saber lo que pasó o lo que pasa, ya tenemos la historia o el diario; para divertirnos con lo que no pasó o con lo que no pasa, disponemos de una amplia zona de la literatura». Nada más antiguo y denostado que la historia como espejo del pasado, y mucho menos limpio. El libro de Pron es una refutación más. Hace tiempo que sabemos que la historia es un relato interesado, una construcción del sentido. El pasado sólo existe como narración, y la historia, como tal, está más cerca de la literatura que de la ciencia. Es fácil (e, intelectualmente, seductor) mezclar ambas. Es una tendencia que me gusta mucho, que cuestiona muchas verdades más o menos asumidas y pone del revés lo que creíamos saber sobre nosotros mismos y sobre eso aparentemente inmutable que es el pasado.
Pron demuestra, como otros escritores e historiadores han demostrado, que la historia, de ser un espejo, está roto, deformado y sucio.
Hay una corriente que viene del romanticismo y que, aunque se ha explorado mucho por parte de los estudiosos, apenas ha ocupado reflexiones en la literatura. Quizá por la aprensión hacia las obras metaliterarias (por más que sus detractores piensen que son una peste y que los escritores sólo saben escribir sobre escritores). Esa corriente habla de la fascinación que la violencia política ha despertado en muchos escritores y en los caminos de ida y vuelta que se han abierto entre los discursos literarios y las acciones violentas. ¿Dónde está la responsabilidad del escritor? ¿Hasta qué punto es víctima de las pasiones de su tiempo o es culpable de aventarlas? Pron explora esos caminos y trata de entender algo. Por supuesto, abre más preguntas y apenas cierra respuestas, pero descubre también varias constantes y más de un paralelismo inquietante con el aquí y el ahora. Por eso nos apela, porque está hablando de un dilema universal que aún no hemos resuelto (o que cada generación ha creído resolver a su manera).
El de Pron es un libro rico e impresionante que saca al campo literario muchas cuestiones que parecían propiedad de los académicos. Deberían leerlo.

[Puedes leer un relato de Patricio Pron en Eñe 16]