Hagan sus apuestas, por Sergio del Molino
Ludópatas patológicos al margen, hay dos tipos de jugadores: los conservadores y los atrevidos. Los primeros juegan a lo probable; los segundos, a lo improbable. Estos me caen mejor. Los primeros son novelistas convencionales (diseñan una situación plausible ante la que el público asiente con un «podría pasar»), mientras que los otros son vanguardistas (rompen la verosimilitud, hacen que el público reniegue con un «ni de coña»). Los primeros son famas; los segundos, cronopios. Por decirlo con palabras de uno que no ganó el Nobel pero fue amigo de otros que sí lo ganaron.
Yo no juego nunca a nada, más allá de una quiniela esporádica que relleno al azar sin mirar los partidos, con un triple y un doble. Más de una vez, un futbolero se ha burlado de mí y me ha enseñado a meditar cada apuesta. Fíjate, me dijo uno, el Valencia no ha perdido en casa, así que hay que ponerle un uno, y el Elche se juega el descenso, mientras que su rival, el Numancia, está tranquilo, así que seguramente jugará con más ganas y ganará, ponle un dos. Etcétera. Cada partido razonado, meditado, argumentado con irrebatibles comentarios y citas del Marca.
Aquella vez, mi quiniela ciega tuvo once aciertos. La del amigo futbolero, seis.
Hay millones de expertos en fútbol en España. Si saber de fútbol sirviera para ganar quinielas, la mitad del país se dedicaría profesionalmente a las apuestas deportivas y llevaría un tren de vida fabuloso. La realidad es que he visto a redactores de prensa deportiva, máximos expertos en lo suyo, perder sueldos enteros en William Hill.
De la misma forma, estar muy al día de lo que pasa en la literatura no sirve para acertar la quiniela del Nobel. Y eso que es más sencilla que la del fútbol, con muchos menos factores y condicionantes y considerandos. Pero la mayoría de la gente tienta el aire, olfatea, identifica el aroma y dice, año tras año: Murakami. Y, año tras año, se equivocan.
Confiemos en que ahora se equivoquen también.
Decía que me caen bien los jugadores que apuestan a lo improbable. Asumen más riesgo pero, cuando ganan, ganan muchísimo, porque casi nadie apuesta como ellos. Por eso, mi apuesta para el Nobel que se conocerá este jueves es para el poeta ruso Yevgeni Yevtushenko. En el momento de escribir estas líneas, era uno de los más improbables aspirantes al premio, según la casa Ladbrokes. Las apuestas (de verdad, con euros y libras contantes) se pagaban cincuenta a uno. Es decir, que, si sale, cada libra apostada se convertiría en cincuenta. Un buen pastón. Eso indica que la gente cree que Yevtushenko no tiene ninguna posibilidad.
En su mismo nivel de apuestas, de cincuenta a uno, se encontraban, por cierto, Eduardo Mendoza, Juan Marsé, Enrique Vila-Matas, Javier Marías o Juan Goytisolo. Es decir, algunos de los más insignes y reiterados ‘nobelizables’ de España.
Murakami ocupa un inquietante segundo lugar. Sus apuestas se pagan seis a uno. No sé qué me asusta más, si la posibilidad de que lo gane o que haya tantísima gente convencida de que lo va a ganar. Porque lo segundo vale casi tanto como ganarlo.
Recuerden: es más divertido apostar a lo improbable y rellenar las quinielas sin ver los partidos. Perderán igual. Pero, si ganan, tendrán la satisfacción de quedar por encima de todos los expertos y enterados del mundo. Y eso sí que es un premio gordo.