¡Chupemos los tacones!, por Cristina Fallarás

Acudo a una cita cultural. Se trata de una acción (acudir a una cita cultural) que practico poquísimo o nada. Pero algo me dice que quizás el tiempo de lamer ombligos está llegando a su fin, que dice aquél, y puede también que ya ni siquiera haga falta mantener una conversación. Yo qué sé, una tiene pálpitos, e incluso alguna que otra mala tarde.

Inciso: ¿Sobre qué conversan las personas que asisten a ese tipo de convocatorias? Sobre sí mismas y, sobre todo, acerca de los que no han asistido. Una pecera. Lo de las citas culturales —todas las citas culturales de todas las españas, todas a una— es una enorme pecera con dos tinajillas rotas. Los peces mueven la colita, dejan escapar sus burbujitas y algunos permanecen a la sombra de su tinaja en flor.

Ahora ya comemos bien en casa, pero acudo a una cita cultural. Es en el centro de Madrid, para presentar algo entre revista, blog, panfleto y quién sabe. Las cosas gotean últimamente, y sin recipientes a mano, se nos escurren las definiciones. Sí sé que es cultural pero se agarra a lo político. Todo se perfuma de política ahora.

Acudo, y pese a mi intención de participar de la cita cultural en cuestión, no lo hago. No puedo. La librería está abarrotada; el interior, la puerta e incluso la parte de fuera de los escaparates, abarrotados. En la calle hace frío y un poco de vino. Frío y señales. Pongamos que dos señales.

Primera señal: Aparece un borrachito. Qué tiempos aquellos. Recuerdo la fiesta de un Premio Herralde en la que dos escritores, uno de ellos creo que Premio Cervantes, gateaban bajo el mantel de la mesa central mirando pantorrillas, alguien aseguró que chupando los tacones de aguja. Recuerdo otra fiesta, puede que de otro premio, en la que el político que llegaba en representación socialista, rama divinidad, cayó de bruces nada más cruzar el umbral de la puerta, y allí siguió, fardo divino, algo apartado a puntapiés, hasta dos horas más tarde. Aparece un borrachito, cuando ya desde hace tiempo no hay borrachitos en las fiestas de lo cultural, no de ese tipo, con baba, agarrado a los cuellos, recitando versos irreconocibles.

Segunda señal: Aparecen un abogado vasco y un político clásico. La presencia de un abogado —lo de vasco es para nota— en el sarao de lo cultural convocado en un librería de barrio para celebrar el nacimiento de algo que gotea es ya en sí misma señal suficiente, señal estrella de Belén, señal cantad, pastores. Pero la coincidencia de ese mismo abogado vasco con un político considerablemente conocido en tan incomparable marco rozaría ya lo que se acostumbraba a llamar ReHosTia.

Sorprendente, inauditamente, acudo a una cita cultural, y me encuentro haciendo calle, frente a la entrada de una librería en la que no cabemos, junto a un abogado vasco y un conocido político mientras un borrachito que babea erres trata de chuparle la manga del jersey de lana a una hípster de aire tricotoso. Junto al político, su dulce, clara y culta esposa. Junto al abogado, una joven rápida y fragante, del tipo de la Magnani cuando no bailaba. Decidimos que un vino (no elevo esto a la categoría de “señal”, pero lo merece). Y entonces, la muy fresca Magnani, por empezar con algo, me mira, tuerce un poquito la cabeza y:

–Y tú, ¿en qué militas?

Ay, ay, ay, que me mondo de la risa, que hemos vuelto a empezar, qué bien, qué bien, qué bien. ¡Chupemos los tacones!

 

 

(La fotografía es obra de @Doug88888, y se publica bajo licencia Creative Commons).