Carvalho infinito, por Sergio del Molino
El siglo XX no termina de irse nunca y tal vez estemos condenados a que las mareas del XXI dejen en las playas restos de historias y personajes que creíamos de otro tiempo, tan muertos como sus autores. El último en volver ha sido Pepe Carvalho, ese detective gallego y barcelonés, universal para más señas, que creó Manuel Vázquez Montalbán en 1972 y del que no habíamos vuelto a tener noticias desde Milenio Carvalho II, el volumen póstumo que apareció en 2004, unos meses después de la muerte del autor. Hace un año que se sabe que Carlos Zanón trabaja en una nueva novela de la serie, después de que los herederos de Vázquez Montalbán le cedieran los derechos (sumándose, así, a otros experimentos recientes, como la resurrección del Marlowe de Chandler por la pluma de John Banville), así que, si Zanón trabaja a buen ritmo –y nos consta que no es precisamente un vago-, en 2018 habrá nuevo Carvalho. Nuevo en muchos sentidos: tal vez, en esta nueva vida, no le guste tanto comer y cocinar, porque su autor no comparte el espíritu gourmet de Montalbán, y puede que, a cambio, descubra una insospechada pasión por el rock and roll, que le contagiará su padre adoptivo, que es una enciclopedia andante de cosas guitarreras.
Lo que ya se puede leer es Tatuaje, la adaptación al cómic que han firmado para Norma Editorial Hernán Migoya y Bartolomé Seguí, guión y dibujo, espléndido aperitivo para la recuperación del detective privado más famoso de la historia de la literatura española. Migoya y Seguí han hecho un trabajo impecable, muy eficaz, sobrio y emocionante, lleno de pequeños homenajes a la Barcelona de Vázquez Montalbán (que aparece dibujado, cual Alfred Hitchcock en pleno cameo, en la portada del álbum). Son tantos los guiños que haría falta una edición crítica con notas al pie para entenderlos. Suerte que el propio Migoya ha ido colgando en su Facebook algunas viñetas señalando los personajes de la época (periodistas, escritores, dibujantes, bohemios en general) que hacen como que pasean, despistados, mientras el pobre Carvalho intenta salir vivo de su aventura con hampones y chulos.
Migoya concibe Carvalho no tanto como una serie de novela negra como de crónica social de un país y, sobre todo, de una ciudad, Barcelona. Por eso el cómic cuida mucho la ambientación. Es admirable el retrato de las calles, restaurantes y bares. Hay casi una mirada de reportero en la forma de narrar. El tebeo, por lo demás, es muy francés. Recuerda a las magníficas adaptaciones que Tardi hizo de las novelas de Nestor Burma, el detective del escritor anarquista Léo Malet, que ambientaba cada entrega en un barrio de París.
Creo que es una noticia muy buena que la literatura siga alimentando el cómic y que los viejos mitos (en un sentido muy posmoderno y generoso del término mito) vuelvan a estas playas del siglo XXI, tan fatigadas de ironías y postironías, para recordarnos de dónde proceden los placeres que nos hicieron animales narrativos. Ahora, a esperar a que Zanón pula y dé esplendor a su Carvalho, mientras Migoya y Seguí se ponen a dibujar otra de sus novelas.