Cuando los maestros lloraron en Asturias, por Sergio del Molino
«Los hombres de Esquerra, que gobernaban en la Generalitat de Cataluña, a pesar de la magnífica posición de privilegio de que disfrutaban dentro del régimen, privilegio que no había conocido nunca ningún partido político catalán, han creído que tenían que ligar su suerte a la política de los hombres más destructivos, más impopulares y más odiados de la política general. Se han equivocado, y lo han pagado caro. Han comprometido, sobre todo, lo que tendría que haber sido sagrado para todos los catalanes de buena fe: la política de la Autonomía, el Estatuto de Cataluña. No nos corresponde a nosotros emitir un juicio histórico sobre esta oligarquía que desaparece. Diremos solo que Cataluña sigue con su historia trágica, y que solo eliminando la frivolidad política que hemos vivido últimamente se podrá corregir el camino emprendido.»
El párrafo anterior no es actual. Se publicó el 10 de octubre de 1934 en el periódico La Veo de Catalunya y lo firmaba un cronista llamado Josep Pla, que daba cuenta en una serie de textos de los sucesos revolucionarios que, durante ese mes, agitaron las calles de Madrid, de Barcelona y, sobre todo, de Asturias. Se recogen ahora en el volumen Tres periodistas en la revolución de Asturias (Libros del Asteroide), junto a las que escribieron entonces José Díaz Fernández y Manuel Chaves Nogales, contextualizadas con un muy pertinente y atinado prólogo a cargo de Jordi Amat.
De Josep Pla no hace falta decir nada, y quien necesite saber quién fue debería corregir urgentemente esa laguna (más que laguna, océano) en su cultura literaria. Manuel Chaves Nogales, tal vez el mejor periodista español de los años treinta, época dorada de la crónica hispana, es ahora bien conocido por los lectores, gracias en buena medida a las reediciones que Libros del Asteroide ha hecho de sus principales libros, como Juan Belmonte, matador de toros, A sangre y fuego o El maestro Juan Martínez que estuvo allí. José Díaz Fernández, el menos conocido de los tres, alcanzó mucha popularidad antes de la guerra civil por el éxito de El blocao, una novela autobiográfica de su participación en la guerra de Marruecos. En este volumen de Asteroide se recoge su libro Octubre rojo en Asturias, publicado en 1935, uno de los más tempranos y completos relatos de la insurrección asturiana, escrito con el recurso del manuscrito encontrado: Díaz Fernández pretende hacer creer al lector que el autor es un minero que narra los hechos en primera persona, cuando se trata del propio Díaz Fernández que novela su experiencia en el meollo de la revolución.
Las tres visiones son muy distintas, como distintos son los enfoques: más político y analítico el de Díaz Fernández, apasionadamente cronista el de Chaves Nogales, y más sesgado y adherido a la propaganda del gobierno el de Pla, que defiende al ejército, pero los tres coinciden en algo esencial: transmiten una visión ajena a cualquier idealización romántica de la revolución. Son tres reporteros que cuentan lo que ven, escuchan, sienten y huelen, y lo que presencian es un aperitivo de la guerra civil de 1936. Ven niños con los pulmones abrasados, una ciudad hecha cascotes, cadáveres pudriéndose al sol, mugre, heridas y hambre. No hay épica. Los tres lamentan el desastre y se preguntan por la necesidad de tanto sufrimiento. En unos años de auge del fascismo y del comunismo, con toda la retórica milenarista y providencial que traían ambos movimientos, con sus poetas e intelectuales marchando marcialmente con antorchas, emociona comprobar cómo estos cronistas antepusieron su empatía elementalmente humana a sus ideales y sus militancias. La conclusión de los tres es que aquello no debería haber ocurrido, y eso choca a quien, como yo, ha crecido en una cultura de izquierdas que ha tendido a glorificar y folclorizar aquellas semanas de 1934, en las que murieron más de dos mil personas en Asturias y que dejaron Oviedo reducida a ruinas. Frente a la imagen del minero musculado y heroico, mártir proletario, se imponen la negrura y la desesperación.
Su recuperación hoy es muy pertinente, ahora que parece que otra hora trágica de España se nos viene o nos ha llegado ya. No solo para relativizar las continuas exageraciones que se hacen al comparar el país de 2017 con el de 1934, sino como advertencia y recordatorio de lo que supone un conflicto civil, con cuya eclosión tan a menudo se coquetea, hasta el punto de que parece que hay gente que trabaja muy activamente por provocarla. Lean a Chaves Nogales cuando recoge unos pasquines de propaganda revolucionaria “plagados de imágenes literarias lamentables y con tal prosopopeya, que parece mentira que haya habido hombres que hayan asesinado y se hayan hecho matar por tales estímulos”. Lean a Josep Pla emocionado ante las ruinas humeantes del Teatro Campoamor. Lean a Díaz Fernández narrar la masacre de un tren fuera de control a merced de las ametralladoras del ejército, en una escena digna de Conrad. Lean este puñado de crónicas escritas por tres hombres buenos y díganme después si hay que seguir jugando con las banderas y aplaudiendo a los que gritan.