Aquí y ahora 8 (Diario de escritura), por Miguel Ángel Hernández
Lunes 5 de septiembre
Comienzas la semana organizando materiales para la segunda parte de la novela. Vuelves sobre el primer esbozo y te das cuenta de que apenas te sirven las ideas que apuntaste. Tienes que comenzar de nuevo. La primera parte te ha llevado a un punto diferente del que habías previsto.
Por la tarde, visitas el centro territorial de RTVE para ver unas imágenes fundamentales para tu novela. Apenas son diez minutos. Un pequeño viaje en el tiempo del que, sin embargo, ya no sabes regresar.
Después vas al gimnasio, a la barbería y al concierto de Los Molinos del Río. Pero no estás del todo ahí. Por mucho que quieras disfrutar el momento, tu cabeza sigue en otro lugar. Al llegar a casa, te encierras en tu despacho a ver las imágenes. No puedes dejar de mirarlas. Lo han resucitado todo.
Martes 6 de septiembre
Te despiertas y vuelves a ver lo que has grabado. Intentas describir tus reacciones. Aunque aparecerán mucho más adelante, casi al final de la novela, escribes ahora, antes de que todo se olvide. Ideas, sensaciones, frases sueltas. Poco más.
Por la tarde, tienes que abandonar la novela para leer los trabajos de fin de grado que debes juzgar al día siguiente. Tardas más de la cuenta y casi pasas la noche en vela.
Miércoles 7 de septiembre
Tribunal de TFG desde las diez. Hablas de lo que puedes. Y, una vez más, sientes que no tienes nada en común con algunos de tus compañeros de disciplina. Historiador del Arte es un término que te resulta extraño. Lees trabajos sobre pintores, iconografías, fachadas de edificios… Dicen “chapitel” y ni te acuerdas de lo que es eso. No sabes cómo llegaste a terminar esa carrera. Ahora no podrías hacerlo. Lo has olvidado todo.
Se te va toda la mañana evaluando los trabajos. Después, reunión con una estudiante que quiere ser tu alumna interna. Habláis durante una hora y tienes la sensación de que estás ante una persona madura, con los pies en la tierra, pero llena de ilusión. Te recuerda a tu yo del pasado, ése que aún seguía creyendo en el arte.
Por la tarde, por fin, te puedes sentar a escribir. Pero estás bloqueado. Ves varios capítulos de Mad Men. Vuelves de nuevo al despacho. Pero hay algo que no funciona en lo que intentas hacer.
Jueves 8 de septiembre
Llega el desbloqueo cuando te das cuenta que esa no-ficción que escribes, en el fondo, es una novela. Y que algunas cosas de la vida real tienen que ser modificadas para que funcionen narrativamente. La realidad no siempre es verosímil. Para que las cosas parezcan reales en ocasiones es necesaria una pequeña dosis de ficción. Saber cuál es esa dosis —sobre todo para seguir diciendo que escribes no-ficción— es lo más difícil.
Te acuestas tarde preparando la maleta para el viaje del día siguiente. Como siempre, acabas llevándote más ropa de la cuenta.
Viernes 9 de septiembre
Sales para Barcelona con Leo y Antonio. Mañana es la boda de Juan y Andrea. Haréis noche en su casa y, al día siguiente, en la masía de Villafranca en la que la celebran.
Viajáis en el coche de Antonio. No te gusta conducir, pero te gusta menos viajar en el coche de los demás. Te mareas si no conduces. Y tienes siempre una sensación de inseguridad que convierte el viaje en un calvario. Los coches de los otros son espacios siniestros. No importa lo nuevos que estén. Siempre huelen a algo irreconocible. Como las casas de los demás. En ellas siempre eres un extraño.
Llegáis a Barcelona a media tarde tras haber encontrado todos los atascos del mundo. Después de varios intentos, conseguís aparcar en un parking para el que no es necesario hipotecarse.
Os habéis prometido que esta noche seréis buenos y que reservaréis fuerzas para la boda. Pero no podéis aguantaros. Cuando vais por la enésima cerveza, llega el mensaje de Andrea: al día siguiente hay que pasar por el mercado a recoger los embutidos, comprar lechuga trocadero, vinagre de vino Chardonnay y una larga lista que no logras recordar. También los altavoces, el proyector y “un cable negro que va con el blanco”. Parece una yincana. Ella no puede imaginar lo que supone encargaros eso precisamente a vosotros. Confianza ciega. Sólo un milagro hará que al día siguiente os acordéis de hacerlo.
Acabáis la noche en el Giardinetto y, de camino a casa, se os ha olvidado todo.
Sábado 10 de septiembre
Os levantáis los tres con resaca y os arregláis para la boda. Pasáis por el mercado y comienza la yincana. Tardáis más de la cuenta. Once bandejas de embutidos en el asiento de atrás apenas te dejan respirar. A medio camino de Villafranca ya vas sudado y con olor a sobrasada.
La boda es en una masía llena de amigos. Llegáis con el tiempo justo para dejar la maleta en la habitación que vais a compartir con Mario y María. Coges una cerveza del frigorífico y todo comienza a relajarse.
Paco regala a los novios dos composiciones preciosas. Víctor oficia la ceremonia y no paras de reír durante su discurso. Manuel se arrodilla para ofrecer los anillos y parece que pide la mano del novio. Juan y Andrea son la pareja perfecta. Después de ser declarados marido y mujer, comienza a llover. A partir de ese momento, hay que celebrar el amor verdadero.
Os bebéis toda la cerveza, todo el Jim Bean, incluso toda la ginebra rosa. A media tarde, algunos se bañan en la piscina. Otros se ponen pelucas. Otros juegan al ping pong. Todos bailan y celebran.
El karaoke comienza con el himno de la Décima. Lo cantas con Leo y os miran sin saber muy bien qué pensar. Dadaísmo madridista.
Cuando son las cinco de la madrugada apenas queda nadie en pie. Juan aguanta como un campeón. Es su boda y quiere estar hasta el final. Él y Manuel, abrazados en un escalón, son la estampa de la amistad. Sobrevivís María, Mario, Guillermo y tú. De camino a vuestra habitación, decides que ahora sí que te apetece bañarte. Te quedas en calzoncillos y te metes en la piscina. No te sueltas de la escalera. El agua parece hielo.
Después, te vistes y te vuelves a anudar la corbata. Todos se acuestan. Te quedas unos minutos solo, sentado en el césped, mirando el cielo, contemplando la oscuridad con un vaso de ginebra rosa en la mano. Todo es silencio. Sublime, oscuro, teñido de pequeños destellos que salen de tus pupilas.
Regresas a la habitación y te tiras sobre el sofá cama. Duermes con Guillermo. Un vasco y un murciano. Os respetáis.
Domingo 11 de septiembre
Despiertas y la cabeza te explota. Salís para Murcia antes de comer y, cuando el coche toma las primeras curvas, piensas en lo largo que se va a hacer el regreso. Mientras suena Siniestro Total y mueres en el asiento de atrás, te juras no volver a pasarte de ese modo.
Paráis a comer en L’Ametlla del Mar y en el restaurante te sobreviene el peor de los momentos. No puedes comer ni lo que has pedido. Todo te da vueltas. En la mesa de al lado hay un cumpleaños y no paran de hablar a gritos. Quisieras que se callaran todos y poder volver a escuchar ese silencio de la madrugada. Ahora sí que te vendría bien. Pero los gritos van en aumento. Cuando el abuelo se levanta y se pone a cantar trovos catalanes, sientes cómo te agujerean el cerebro. Es la persona que peor canta del mundo. Y se ha metido en tu cabeza.
Te montas en asiento del copiloto con Leo y sientes que vas recuperándote. En cuanto coges el volante, se te pasa todo. La clave era conducir.
Llegáis a las nueve de la noche. Estás tan cansado que no puedes dormir. Cuando cierras los ojos, las imágenes son vívidas. Cuando los abres, las sombras se mueven. Algunas te amenazan. Pero por fin duermes en tu cama. Al lado hay alguien de confianza a quien puedes abrazarte.