Aquí y ahora 40 (Diario de escritura), por Miguel Ángel Hernández
Lunes 24 de abril
Comienza la locura. A partir de ahora, no vas a poder hacer otra cosa que dar clase, atender alumnos de TFG y doctorandos. Eso y poco más.
Organizas la clase del máster en Patrimonio Cultural. “Organización de exposiciones”, tu asignatura. Toda la mañana recopilando los apuntes de otros años y pensando en cómo lo vas a afrontar. Por la tarde, dos horas seguidas presentando el programa y las lecturas de este año. Bibliografía comentada. Al final montaréis todos juntos una exposición.
Por la noche preparas la charla del día siguiente en el Festival de Cine y Patrimonio. Vas a presentar There is a Criminal Touch in Art, la acción que Ulay realizó en 1976, justo cuando emprendía su carrera de artista con Marina Abramovic. Es una de las obras de arte que más te han impresionado jamás. El artista alemán roba un cuadro (El poeta pobre, de Carl Spitzweg) de la Neue Nationalgalerie de Berlín y, tras despistar a la policía, lo cuelga en el salón de unos inmigrantes turcos y llama al director del museo para decirle dónde está. Es una obra sobre el robo, pero también sobre la memoria de una obra (El poeta pobre, que había sido un icono del nazismo) y la visibilización de la presencia de unos inmigrantes ninguneados y relegados a un gueto de Berlín. Pasas la noche leyendo entrevistas con Ulay sobre esa pieza, y también curiosidades. Entre ellas, que el cuadro fue robado otra vez en 1989 y en esa ocasión desapareció para siempre. Te duermes con la idea de que quizá la obra ahora cuelga del salón de Ulay, o del salón de alguno de los miembros de una familia turca.
Martes 25 de abril
La charla es a las diez de la mañana. Presentas la película y luego debates sobre el sentido del robo y sobre cómo aquello no era una obra de arte para el propio Ulay, sino más bien una acción que tenía que llevar a cabo como sujeto, como ciudadano preocupado por la memoria del país. Cuentas también que Ulay fue encarcelado y que escapó de la justicia hasta años después, cuando lo atraparon antes de subir a un avión y sus amigos tuvieron que pagar la fianza. Mientras hablas de todo esto, piensas que ahí hay una historia, una novela, y que quizá algún día la escribas.
Por la tarde, dos horas de clase hablando sin parar sobre el origen de las exposiciones y la figura del comisario. Terminas sin voz y sin aliento. En casa tienes el tiempo justo para preparar las clases del día siguiente.
Miércoles 26 de abril
Temprano, visitas el cuarto oftalmólogo de este viaje infinito. Sigues viendo borroso. Le dices ya directamente que lo que te pasa es seguro del orzuelo, que se ha convertido en un chalazión, que está oprimiendo la córnea y que eso puede producir astigmatismo y visión borrosa. Lo has leído en internet más de cien veces y crees estar en lo cierto. El oftalmólogo te dice que seguro que no es tu caso y que, además, no ves tan mal. Ya, contestas, pero es que antes veía bien. Nada, es que tienes una edad… Te envía frío para el quiste del ojo y dice que si en un mes no ha bajado necesitas cirugía. Y que lo de la visión… pues que ya se verá.
Con las pupilas dilatadas, llegas a la sesión de tutoría con doctorandos. Tienes que leer y corregir diez TFG, un TFM y dos tesis antes de junio. Aunque sólo te dedicaras a eso no tendrías tiempo material. No tienes ni idea de cómo lo vas a hacer. Y sobre todo cómo lo vas a combinar, con las conferencias, los textos por entregar y la novela por terminar
Por la tarde, dos horas de máster y luego visita de exposiciones con los alumnos hasta las nueve. Habláis de los límites del comisariado y del momento en que el comisario se mete a escenógrafo o artista, utilizando la obra como decoración. La exposición de Peter Greenaway en Verónicas es un ejemplo de eso. Una exposición “con” Peter Greenaway.
Jueves 27 de abril
En clase de Filosofía hablas sobre la crítica y los criterios para evaluar una obra de arte. No todo es relativo. Hay normas. Coherencia, pertinencia, riesgo, conocimiento de la tradición en la que se inserta la obra…, reglas relativamente objetivas. Y, sobre todo, experiencia. El juicio crítico se forma a través de la experiencia. A veces hay que fiarse de los críticos. Se dedican a eso.
Por la tarde, invitas al máster a César Novella. Habla de sus locos proyectos curatoriales y os da ideas para la exposición que vais a organizar como trabajo de fin de asignatura. Tras la charla, presentas en AB9 La señal perdida, el libro de Jesús Galiana que cuenta, con dureza y lucidez, su intensa travesía con el Parkinson, la enfermedad que lo ha hecho reencontrarse con la pintura. El libro es una bajada a los infiernos que acaba con un resquicio de esperanza, un enfrentamiento a pecho descubierto con la enfermedad y sus demonios, pero también una apuesta por la vida y por los modos en los que el arte es capaz de salvarnos de lo peor. El arte y los amigos, como todos los que se congregan y abarrotan AB9, como esos que después continúan la noche hasta bien entrada la madrugada, como esos que te escuchan tocar en el piano desafinado de El Albero algo a medio camino entre Satie, Wim Mertens y el himno del PP, como esos a los que quieres y comienzas a besar. Sergio, Eduardo, Marta, Isabel, Alfonso, Aurelia, Mª Ángeles… y todos los demás.
Viernes 28 de abril
Casi sin dormir y con dolor de cabeza, sobrevives a dos horas de clase sobre Picasso y el cubismo. Nadie nota nada –al menos, eso esperas–. Después, quedas con María José, que os lleva a ti y a Leo el resultado del Face to Face (fotografía y dibujo) que os ha regalado. Todo un descubrimiento, María José. Generosidad, inteligencia y dinamita. Por alguna extraña razón, llueve siempre que os encontráis entre fotos y dibujos.
Por la tarde vas al quinto oculista del mes. Desde el principio notas la diferencia. Hablas con él y le cuentas el largo viaje de tus ojos durante las últimas semanas. Le dices que has leído en internet que es posible que la visión borrosa sea producto del orzuelo interno y él dice que, por supuesto, que es lo más probable y que, claro, lo primero que hay que hacer es quitarlo. Hay dos opciones, dice. El quirófano o “como yo lo sé hacer y me enseñó mi padre”. Esa segunda opción es ahora mismo, a pelo, y algo molesta. Te agarras fuerte al sillón y dices que adelante, que te lo quite cuanto antes. Son sólo unos minutos, pero no quieres recordar el dolor y ni la incomodidad. La enfermera te agarra con fuerza las manos, el médico te retuerce el párpado, te realiza una pequeña incisión y comienza a apretar como si no hubiera mañana. No puedes reprimir un pequeño alarido al final. Pero el resultado es milagroso. Aunque el dolor es tremendo y lloras lágrimas de sangre, sales de allí sin orzuelo y confiando en que el problema se ha solucionado.
Haces tiempo hasta poder coger la moto para regresar a casa y visitas a Marta, que también ha vuelto de urgencias. Su casa parece un hospital de campaña. Jaime os cuida a los dos. Os ha mirado un tuerto. Quizá tú mismo. Al llegar casa te tumbas boca arriba y te pones calor en los ojos. Duermes hasta el día siguiente y sientes que un erizo rueda por tu retina.
Sábado 29 de abril
Tu sobrino Pedro, ahijado de Raquel, comulga en Capuchinos. Hacía tiempo que no ibas a una comunión y, claramente, te equivocas de outfit. La gente viste de boda. Y tú, con vaqueros. Afortunadamente llevas corbata. Y zapatos rojos a juego. Sobrevives a la hora y pico de misa y, al llegar al restaurante, pides un Martini como quien implora agua en el desierto. En la comida la alegría aumenta al ritmo del vino tinto. La mesa está dividida. Madridistas y culés. Con gracia y sin resquemor, no paráis de tiraros pequeñas puyas. Emilio pone el partido en el iPhone y os juntáis a ver el final. Después lo celebras en la barra libre con Marcelino y José. No puedes seguir su ritmo. El de comida ni el de bebida. No sabes dónde lo meten. Le dices a Raquel que tus cuñados te han emborrachado y que así no sabes cómo vas a aparecer ahora en la fiesta sorpresa de Marta, que cumple cuarenta años. Entras al aseo, te sobrepones y llegas a la fiesta justo a tiempo, con los ojos más rojos que la corbata y el aliento del último Ballantine’s. Allí cambias el alcohol por agua e intentas guardar la compostura. En el Ideales avasalláis a la dj a peticiones y estáis tentados a quitarle el sitio. Estáis legitimados por la celebración. Es necesario bailar. Son cuarenta años. También los cumple María. Los están cumpliendo todos los amigos. En un mes te tocará a ti. Números redondos. Con mucha suerte, la mitad de la vida. De una vida que hay que festejar mientras haya razones para hacerlo. De una vida intensa y en ebullición, una vida que no cesa de palpitar, aquí y ahora.
Domingo 30 de abril
Te levantas sin demasiada resaca y puedes aprovechar el día. Organizas la semana y comienzas a preparar la conferencia que impartirás en el IVAM el próximo martes. En un momento determinado estás tentado a decir que no vas y que te quedas en casa corrigiendo la novela. La tentación dura apenas unos minutos. Después te vence la responsabilidad. Y sobre todo el honor de dar una conferencia en un contexto como el IVAM. Aun así, tras el largo día retomando las ideas de Benjamin y el arte de historia, te acuestas con una sensación amarga. Esta semana apenas has leído nada. No leer nada para ti es no leer narrativa. Tampoco has escrito nada. Ni una sola línea. Y no escribir nada es no haber podido regresar a esa novela que ya comienza a reclamar atención. Cuando cierras los ojos antes de dormir, la recorres mentalmente y te frenas justo en el lugar que necesita ser corregido y reescrito. Quisieras que se frenase el tiempo. Necesitas una semana para terminar lo que falta y poder enviársela a tu agente. Una semana aislado del mundo. Sólo una semana. Solo, una semana.