Aquí y ahora 37 (Diario de escritura), por Miguel Ángel Hernández
Lunes 3 de abril
Sigues sin ver del todo bien. Aún borroso. Por la mañana te cuesta fijar la vista y sólo recuperas el enfoque conforme va avanzando el día. Aun así, te sientas al ordenador y comienzas la semana corrigiendo la novela. Corregir es ahora perder palabras. Eliminar reiteraciones, quitar de en medio lo que entorpece la lectura. Cortar, cortar, cortar. Y también reformular aquello que habías escrito con prisa. Escribir es ahora, en realidad, editar. Montar, reenfocar. Y también dar espesor a la narración.
Por la tarde terminas de leer Clavícula, el último libro de Marta Sanz. Es crudo, duro, en el límite de la obscenidad. Te interesa sobre todo el modo en el que hace aparición la precariedad. Lo frágil. En el cuerpo físico y en el cuerpo social. Golpea en la intimidad que más duele, la que realmente no se ve, la que está detrás de las luces del éxito. Es un libro incómodo. La cotidianidad y la rutina, el cuerpo dañado y la economía inestable, como desvelamiento las vergüenzas del sistema.
Martes 4 de abril
Por la mañana, charla en el instituto donde estudiaste. De golpe, regresa todo el pasado. Hablas de tus libros y de cómo te convertiste en escritor ante un auditorio de alumnos de bachiller. Es un público difícil, te obliga a estar constantemente en tensión, intentando captar su atención. Pero es también un público agradecido. Puedes percibir claramente su emoción pura cuando hablas del proceso de escritura o de cómo surgen las historias.
A media tarde, cita con el oftalmólogo. Has recuperado algo de vista, aunque aún falta bastante para estar al cien por cien. El orzuelo que ha crecido hacia dentro te está presionando la córnea. Quizá en un mes desaparezca aplicando calor y pomada. Si no –cosa que intuyes– tendrán que extirparlo con cirugía.
Después del médico, mesa redonda con Manuel Moyano y Ana María Tomás sobre el papel del escritor. La organiza Lola Gracia en el Centro Cultural del Carmen. Y habláis de las diferencias entre escritor artista y escritor profesional. No llegáis a ninguna conclusión, salvo que ninguno de los tres estaríais dispuesto a sacrificar vuestra literatura por el mercado. Por supuesto, todo autor hace concesiones. La escritura es una negociación entre lo que se quiere decir y lo que se puede escuchar. Uno escribe para ser leído; al menos tú escribes con esa intención. La clave está en encontrar el equilibrio entre lo que uno quiere escribir y el modo en que eso va a llegar mejor al lector. Cuando se queda demasiado cerca del escritor, es solipsismo; cuando queda totalmente del lado del lector, cuando sólo se le da lo que pide, es kitsch.
Miércoles 5 de abril
Mañana de tutorías. Te cansan más que las clases. Acabas repitiendo lo mismo cien veces a personas diferentes. Después, subes al “fiestódromo” del Campus de Espinardo para celebrar las fiestas de Filosofía. Te integras con los alumnos. Uno de ellos te llega a preguntar si tú también estudias Filosofía. No, yo soy de Historia del Arte, le contestas. Y tú vienes poco a clase, añades. Acabas cansado antes de la cuenta y regresas a casa con la sonrisa en la boca.
Jueves 6 de abril
Corriges toda la mañana. Vuelves a entrar en la historia. No puedes evitarlo. Por mucho que quieras mantener las distancias.
Por la noche, cena de Filosofía en un chino en el que apenas hay nada para comer. Te limitas a beber cerveza y sales de allí algo tocado. Después, la noche se alarga y acabáis en el Musik. Allí hablas con Patricio sobre el último libro de Julian Barnes. Son las cuatro de la mañana en Murcia. Todo te parece tan extraño que decides pedir un Jägermeister del que te arrepentirás al día siguiente.
Viernes 7 de abril
Resaca y dolor de estómago. Por la noche, cenas con tu hermano y tus sobrinos en el Yeguas. Sólo bebes agua.
Sábado 8 de abril
Comienzas a leer la última novela de Ignacio Martínez de Pisón, Derecho natural. Es lo primero que lees de él. Y rápidamente te conquista. Es una novela clásica. Una historia emotiva, una voz que consigue sonar en tu cabeza, un mundo que realmente se puede habitar. Sabes lo difícil que es conseguir que todo parezca tan fácil, tan natural. Eres consciente de la maestría y el oficio necesarios para lograr que la prosa fluya como si alguien te estuviera hablando al oído. Los diálogos en el sitio justo, el contexto, la España de la transición y los ochenta, como fondo de contraste, tintando la historia, pero sin hacerse demasiado presentes… Una novela redonda.
Mañana sales de viaje con Raquel. Terminas de hacer las maletas e intentas irte temprano a la cama. Pero no hay manera de dormir.
Domingo 9 de abril
Os levantáis a las cuatro y media para poder llegar al aeropuerto a tiempo. El vuelo sale a las ocho. Intentáis dormir en el avión, pero la tripulación de Ryanair no deja de incordiar con sus menús, su venta a bordo y sus rifas. Es la gente más pesada del mundo.
Llegáis temprano a Edimburgo y dejáis las maletas en la casa que habéis alquilado. Paseáis por la ciudad y coméis unos haggis que no son tal y como esperabais. La cerveza que te pides tampoco lo es.
Visitáis la Galería Nacional y os encontráis allí con La vieja friendo huevos. A veces uno cree que todos los Velázquez están el Prado. La Galería te sorprende. Te gustan los museos pequeños. Te quedas hipnotizado con la Conversación galante, de Ter Borch. Siempre te ha fascinado la pintura holandesa. Gerard ter Borch en particular. Pasas un buen rato con tus ojos clavados en la textura del vestido de la joven que está de espaldas al espectador. Los brillos, los pliegues, el terciopelo… casi puedes tocarlo todo con la retina. También te conquista el cuello de la chica. Experimentas claramente el placer del voyeur y no puedes evitar sentir deseo. Después, claro, está lo que la obra muestra, el interior de un burdel, el hombre contratando los servicios de una cortesana. Cuando estudiaste esta obra en la carrera se titulaba La admonición paterna y el sentido era completamente diferente: un padre regañando a su hija. Aun así, te seguía fascinando. Hay algo en la pintura que va más allá del significado. Algo que está en la imagen, en la forma, en el color, en el modo en que lo que vemos supera a lo que podemos entender.
Por la noche, lees una reseña de El instante de peligro en una revista digital. A la reseñista le ha gustado la novela, pero dice que es decididamente machista. Entre otras cosas porque los actos sexuales están contados desde la perspectiva masculina. ¿De qué otro modo podrían contarse si el protagonista es un hombre? Piensas que a veces confundimos “visión del hombre” con “visión machista”. 50 sombras de Grey presenta el sexo desde el punto de vista femenino, está escrito por una mujer y probablemente no se haya escrito nada más machista y objetualizador en los últimos años. Pero más allá de eso, lo que te perturba es el modo en que la dictadura de lo políticamente correcto está acabando por anular cualquier tipo de diferencia, y todo debe ya tender hacia lo neutro, lo que no moleste, lo que no hiera a nadie, lo que represente a todo el mundo, todas las opciones, todas las visiones. El peligro está en que uno al final acabe escribiendo sólo aquello que puede ser aplaudido por todos, lo que no cause incomodidad, lo que sea aceptable porque ya no tiene ningún tipo de aristas que causen heridas. Ése será el momento en que la literatura muera como forma de dar cuerpo a universos particulares, cuando se convierta en un kitsch capaz de contentar a todos.