Aquí y ahora 28 (Diario de escritura), por Miguel Ángel Hernández

Lunes 23/Domingo 28 de enero

Toda la semana sin parar un minuto. Reuniones, pérdidas de tiempo, textos que entregar, exámenes que corregir, burocracia infinita. Y la novela en la cabeza, sin irse de allí un segundo, esperando a que llegue su momento. Cuanto menos puedes escribir, más ganas tienes de hacerlo.  ­

El viernes recibes un mail que te niega el acceso a unos documentos cruciales para lo que estás escribiendo. Se te cae el mundo al suelo. Vas a tener que cambiar toda la última parte de la novela; incluso el sentido de todo.

Pasas el fin de semana dándole vueltas a todo. El sábado comes en casa de José y Cristina y celebráis que Balduque va a publicar su novela. La ocasión lo merece todo. Por eso comes y bebes más de la cuenta, y al día siguiente la indigestión es una pesadilla. Aun así, te logras levantar y corriges los exámenes de Teoría del arte. Es, sin duda, lo peor de las clases, la corrección. Tras varias horas intentando interpretar letras indescifrables, acabas con dolor de cabeza y sin saber muy bien lo que dicen los alumnos. Piensas en la evaluación el año pasado en Cornell, con un ensayo creativo sobre una de las cuestiones del temario. Eran diez estudiantes. Estos son casi cien. Así no hay manera.

 

Lunes 30 de enero

Acabas de corregir exámenes por la mañana. Después, prácticas y trabajos. A media tarde consigues subir las notas a la aplicación.

Miras la cantidad de trabajo que se aproxima en las próximas semanas y eres consciente de que así va a ser imposible acabar la novela. Dos semanas más y podrías hacerlo. Pero ahora, con lo que viene, es imposible. Por eso después de cenar lo dejas todo y te encierras en el despacho. Estás cansado, pero te tomas un café y esperas a que haga efecto.

Te cuesta arrancar, pero rápidamente comienzas a garabatear folios para esbozar los últimos capítulos, que has tenido que modificar, y ves que todo fluye. Es como si la pluma se hubiese conectado con alguna fuerza especial. Se te agarrota el hombro, sientes un pinchazo en el cuello, pero tienes que seguir. Está todo ahí. Escribes. No puedes creerlo. La historia se escapa. Sale a borbotones. No puedes parar. Y no lo haces hasta que llegas al final.

Diez folios manuscritos. La última parte, terminada. Cuando escribes “fin” y ves que todo encaja das un pequeño salto, como si hubiera marcado el Madrid. Después, con la intensidad, te cuesta trabajo dormir.

 

Martes 31 de enero

Te levantas temprano y comienzas a pasar a limpio lo que escribiste ayer. Te va a llevar más de lo que creías. Cada párrafo manuscrito acaba convirtiéndose en varias páginas. El proceso será lento. Pero ahora no puedes distraerte. Y por primera vez no escribes el diario. La filmación gana a su making of.

 

Miércoles 1 de febrero

Toda la mañana de tutorías. Tesis, trabajos de fin de grado y de fin de máster. Por la tarde, sigues pasando a limpio y ampliando lo que escribiste el lunes por la noche. Esos folios manuscritos se han convertido en tu tesoro.

En un momento de descanso, ves el último capítulo de The Affair. Al final ha logrado remontar y la han cerrado perfectamente. Un buen final siempre puede arreglar las cosas. También en un libro. Crea la ilusión de que el tiempo empleado ha merecido la pena. Es una manera de pedir perdón.

 

Jueves 2 de febrero

Comienzas las clases de Arte Contemporáneo en Filosofía. El primer día siempre es de nerviosismo. Presentas la asignatura e intentas argumentar que el arte es una forma de pensamiento particular. Pensar con imágenes, objetos o acciones.

Por la tarde, charla con Eduardo y, después, asamblea de la Asociación de críticos de Arte. Corres de un lado para otro buscando llegar a tiempo a los sitios. Entiendes como nunca el argumento de Contra el tiempo, del libro que Luciano Concheiro que logras leer, en pequeños sorbos, durante la semana: el tiempo nos devora, vivimos en la era de la aceleración y debemos buscar instantes para escapar de esa velocidad que nos anula como sujetos. Concheiro propone varias vías para esa escapada. Todas tienen en común la intensidad y el presente: experimentar momentos que están más allá del curso del tiempo, momentos que no están sujetos a los ritmos del consumo, momentos en los que los relojes no marcan nuestra existencia. Aquí y ahora. Leer, escribir, amar, dejar fluir las emociones. Sin prisa. Sin tiempo. Lograr encontrar el instante en el que todo se frene.

 

Viernes 3 de febrero

Clases toda la mañana. Los límites del arte contemporáneo. No puedes evitar en esa primera clase introductoria verte como la profesora de tu Intento de escapada. Incluso dices una frase que escribiste en la novela: “el artista puede ser un hijo de puta”. La pronuncias ahora como si fuera el guion de una película.

 

Sábado 4 de febrero

Sales temprano para Barcelona. Viajas con Leo. Siete horas y media de tren. Las aprovechas para escribir un texto sobre la obra de Eduardo Balanza. Al principio te cuesta, pero luego fluye y logras acabarlo justo cuando el tren llega a la estación de Sants.

Dejáis las maletas en el hotel y tomáis un taxi hacia la nueva sede la editorial Candaya, que se inaugura esta tarde. Encontráis el local lleno de amigos. Lectores, libreros y escritores. Es una fiesta de literatura y la amistad. Eso se respira desde el primer momento. Olga y Paco han logrado construir en torno a sus libros una gran familia, una comunidad literaria afectiva. Son un ejemplo a seguir.

En la celebración de la amistad, las copas de cava se mezclan con el cansancio del viaje y se te suben enseguida. A las cuatro de la mañana, caes rendido sobre la cama y eres consciente de que los reencuentros se te han ido de las manos.

 

Domingo 5 de febrero

La resaca es disparatada. Te duele la cabeza, el estómago y el alma. Leo no está mucho mejor. Desayunáis una empanadilla criolla y una hamburguesa ecológica y regresáis al hotel para la siesta. Sólo a finales de la tarde se pasa un poco el mareo.

Por la noche, cenáis con Juan, Pablo, Mario, Txell e Inés. No pueden ser más encantadores. Habláis de libros y escritores. Hacéis la porra para el Biblioteca Breve –nadie acierta–. Te sientes tan a gusto que no quieres que se acabe la noche. Por eso aguantas hasta que cierran el bar y ya no queda nada abierto. Te duermes con una sensación de felicidad absoluta.