Aquí y ahora 21 (Diario de escritura), por Miguel Ángel Hernández
Lunes 5 de diciembre
Toda la mañana escribiendo. Avanzas en la última parte de la novela. Imaginas un final. Aunque aún tendrás que esperar bastante para llegar a él, el solo hecho de haberlo visualizado te hace pensar en la novela ya como algo cerrado que adquiere realidad y peso. En un zoom de Word ves todas las páginas, incluso las que están en blanco, y el final posible (que ni siquiera sabes si mantendrás). Te quedas un momento mirando la pantalla. Queda camino aún, pero ya vas viendo dónde está la cima.
Con esa imagen, vas al gimnasio y haces una hora de elíptica.
Por la noche, fin de temporada de Westworld. No acaba de convencerte. El giro final te parece demasiado artificial. Te interesan muchas cosas de esa serie, pero sigue sin resolver problemas básicos de narración. No estás seguro si verías una segunda temporada.
Martes 6 de diciembre
Terminas de leer No voy a pedirle a nadie que me crea, la novela con la que Juan Pablo Villalobos ha ganado el Herralde. Es espléndida. Disfrutaste las tres novelas anteriores y esta es incluso mejor –algo que era bastante difícil–. No te suele gustar demasiado el humor en literatura, pero las obras de Villalobos son una excepción. Consigue lo más difícil de una narración: la naturalidad. Y eso hace que uno sea capaz de escuchar a sus personajes, de acompañarlos en sus odiseas tragicómicas o de sentir la textura de sus voces. Aparte de esto, tiene una rara maestría para integrar la teoría y lo banal. Eso, que ya pasaba en Te vendo un perro, ahora es aún más palpable: algunos personajes hablan con total naturalidad sobre temas académicos y literarios y en ningún momento resulta artificial o impostado –como, por ejemplo, sí que sucede con la última novela de Laurent Binet–. Sin duda, es uno de los grandes.
Por la noche, capítulo de The Affair. Aparece Irène Jacob. Y tú te vuelves a enamorar de ella como ya hiciste en Rojo y La doble vida de Verónica.
Miércoles 7 de noviembre
Reunión con Theor y Bernardo para preparar una futura tesis sobre el silencio. No sabes en lo que podrás ayudar, pero te interesa el tema y ofreces algo de bibliografía. Después, en clase, reflexionas sobre Lukács y el realismo crítico. Todo suena a trasnochado, pero algunas ideas todavía son aplicables, sobre todo esa que critica el sentido del arte y la literatura como mero entretenimiento y defiende la necesidad del compromiso de cambio. La catarsis, dice Lukács, a través de la mímesis.
Por la tarde, conferencia de Patrick Hamilton en el Cendeac. Presentas su trabajo y lo encuadras dentro de eso que has llamado “arte de historia”. Sigues su obra desde hace un tiempo. Sus investigaciones sobre los mitos del oro nazi en Chile y Argentina son un ejemplo de trabajo con la historia y el mito, y con los límites entre realidad y ficción. Pura historia especulativa, donde se pone en cuestión cualquier certidumbre y el pasado oculto regresa para hacer hablar al presente. Su obra es la trasposición al arte visual de lo que Bolaño intentó hacer en La literatura Nazi en América. Algún día escribirás sobre él con detenimiento.
Jueves 8 de noviembre
Barbacoa en casa de tu hermano Juan. Visitas la huerta y piensas en tu novela. Cada visita ahora es un regreso al pasado. Ya no puedes escapar de él. Llegas a casa hasta arriba de comida y te acuestas a dormir. Te levantas para la cena y ves Ha Vuelto, la película basada en el libro de Timur Vermes. Es una locura absoluta. Pero demuestra que la llama de las ideas fascistas sigue más viva que nunca. La situación actual de Europa –en este caso, Alemania– es un caldo de cultivo para el surgimiento de nuevos salvadores de la patria. No estamos tan lejos de los años treinta del siglo XX.
Viernes 9 de noviembre
Temprano, escribes. Sigues avanzando. Un capítulo más. Llegas hasta donde puedes con el material que tienes. Ahora te toca esperar a que la realidad mueva ficha. Mientras eso sucede, comienzas a trabajar en una parte de la novela que habías dejado para el final, algunos recuerdos de la infancia que se van a mezclar con la trama de investigación. Tienes que cambiar de tono y de narrador, y en los próximos días intentarás afinar la escritura.
A finales de la mañana, vas a la nutricionista y entras pidiendo perdón. Has adelgazado medio kilo en dos semanas. Con suerte no has engordado tres. Te enseña los resultados del análisis de sangre y los miras como si fueran los del control de alcoholemia. ¿Cuántos puntos me quitan?, preguntas. Nada, dice la médica, todo perfecto. Compras varios libros para celebrarlo.
Acabas de leer La bella Annabel Lee, la última novela de Kenzaburo Oé. Es lo primero que lees del japonés. No te llega a fascinar, aunque te interesa el juego con la autoficción. E inmediatamente sabes que debes leer Renacimiento.
Después de cenar, ves Spotlight. No te entusiasma. A Raquel tampoco. Demasiada superficialidad. Personajes sin conflicto. No entiendes como puede haber ganado un Oscar.
Te acuestas con la sensación de que a veces no disfrutas de lo que ves o de lo que lees porque no dejas de fijarte en la narrativa, en cómo está construido lo que se cuenta. Te cuesta relajarte y mirar para otro lado. A veces, lo sabes, puedes llegar a ser insoportable.
Sábado 10 de noviembre
Sueñas que puedes viajar en el tiempo. Llegas al futuro. Veinte años. Y lo primero que haces es googlearte, aunque Google ha desaparecido y el buscador del ordenador se llama 100100 –lo recuerdas perfectamente–. Buscas los resultados de la novela que estás escribiendo, pero te cuesta trabajo encontrarla. Quieres leerla para saber lo que has escrito. Piensas –siempre dentro del sueño– que esa capacidad de viajar en el tiempo puede ser la clave para tu literatura. Viajar al futuro para leer lo que has escrito y así poder escribirlo.
Con el cuerpo todavía recuperándose del sueño, sales unos minutos a correr. Quieres hacer sitio para la comilona a la que estás invitado en casa de Diego y María Luisa. Se celebra el Premio Setenil de Nuevas teorías sobre el orgasmo femenino. Y cualquier precaución es poca.
La ocasión merece la pena. Y el libro, también. Vas leyendo poco a poco los relatos. Hay uno que te fascina especialmente: “Gemidos”. Te recuerda a una obra de arte, una performance, alguien que se excita con el vacío, con el eco, con los susurros… Como el resto de relatos, es perturbador e inteligente. Es una especie de Black Mirror erotizado que acaba dejándote con un sabor extraño y amargo en la boca. Un sexo desencantado, enfriado, con una excitación áspera y viscosa.
No es eso lo que sentís en su casa, rodeado de amigos, comida y bebida. Allí tocas el piano, cantas en el karaoke y te caes de una silla que tú mismo te quitas sin saber muy bien por qué. Celebráis la literatura, pero sobre todo celebráis la amistad. Ese es el verdadero premio de todo esto.
Domingo 11 de noviembre
Hoy hace doce años que te casaste con Raquel. Bodas de seda –o de hilo–, dice ella, que siempre busca el significado de cada uno de los años. Seda, hilo… costura. Algo de eso sí que hay en vuestro matrimonio. Es un tejido construido a lo largo del tiempo. Un abrigo cálido, protector, placentero, feliz. Un vestido sin el que ya no te entiendes. Una piel que se ha unido con la tuya y sin la cual todo se viene abajo.
Pasáis todo el día en casa. Leéis, veis la tele, coméis juntos, celebráis los doce años. Es el día perfecto.