Aquí y ahora 17 (Diario de escritura), de Miguel Ángel Hernández

Lunes 7 de noviembre

Toda la mañana reunido con Alejandro. Preparáis un máster de cultura visual y no va a ser fácil el papeleo. La burocracia es disuasoria. Es la frontera para los perezosos como tú. Afortunadamente, él se maneja bien con ese lenguaje. Aun así ya imaginas el tiempo de vida que se te va a ir rellenando papeles con competencias, objetivos, pasarelas, adaptaciones, calidad, evaluaciones y cosas que no sirven absolutamente para nada. La pedagogía llegó al mundo de la educación para hacerlo inhabitable.

Por la tarde, lees Elogio de la belleza atlética, el pequeño ensayo de Hans Ulrich Gumbrecht sobre el deporte. Quieres tener algo que decir el miércoles en la mesa sobre fútbol y cultura y tomas algunas notas: performance, presencia, intensidad, areté y separación de la vida cotidiana; estos son los elementos que definen la fascinación por los deportes, según el filósofo alemán. Una conciencia intensa del cuerpo, que se pone al límite, y unas reglas diferentes a las que rigen la vida. Y también una belleza, una estética, la aparición de una forma que se adueña de la experiencia del espectador. Hay belleza en el deporte, dice Gumbrecht. Y, en parte, por eso nos gusta mirar a los otros jugar.

 

Martes 8 de noviembre

Clase sobre Freud y el origen del arte para el psicoanálisis. El eros, el juego y la pérdida. Todo arte surge de una sublimación de la libido, de un recuerdo del juego infantil y de un lamento –el duelo– por la muerte del objeto de amor. Hablas también del momento en que Freud observa la tendencia del niño a jugar con el excremento y la materia fangosa que lo recuerda. Para Freud, el trabajo con el barro, la pintura, la tendencia a mancharse… tiene que ver con un recuerdo de la fase sexual anal en la que la materia fecal es el elemento clave en la producción de placer. “La mierda es lo más profundo”, dices con voz sentenciosa. Y miras cómo los estudiantes lo escriben en sus cuadernos.

A media tarde, tienes cita con la nutricionista. 110 kilos son demasiados ya. Te has decidido a poner freno a esto. El método Garaulet es la única dieta que te ha funcionado en la vida. Ahí perdiste treinta y cinco kilos. Ahora necesitas perder al menos diez. En la consulta te preguntan por tus hábitos de vida y te dan la nueva dieta. Para la semana siguiente tendrás que haber perdido al menos dos kilos. Debes comenzar esta misma noche.

 

Miércoles 9 de noviembre

Desayunas según la dieta, midiendo el aceite de las tostadas de pan integral y tomando el café con leche desnatada.

Sales para Bilbao a medio día y llegas a las cuatro. Durante el viaje, has intentado no comer y seguir la dieta. Una fruta y un café a media mañana para matar el gusanillo. Sin embargo, al pisar Bilbao todo se rompe. En el restaurante te esperan Galder, Pablo, Agustín y Juan. Al llegar os abrazáis y te dicen que llevan ya cuatro platos y que aún no van ni por la mitad. Antes de que puedas sentarte, la camarera te pone un plato con chistorras, morcillas y chorizo y te dice que te comas también a las alubias, que son una delicia. Yo vengo de dieta, dices. ¿Pero eso es en serio?, pregunta alguien. Sí, contestas. Todos ríen. Después sale el chuletón para cuatro. La carne tiene una pinta tremenda. Elegí un mal día para dejar de comer, dices. Y te tiras sobre la mesa.

Cuando estáis reventados, aparece el cocinero con una bandeja de postres en el límite de la obscenidad. Que no se quede nadie con hambre, dice. Es el estereotipo del restaurante vasco donde todo está delicioso y se come hasta reventar. Bendita realidad. Pero no tú no puedes evitar la culpa.

Acabáis de comer con el tiempo justo para dejar las cosas en el hotel y salir para San Mamés. El estadio es impresionante. Parece una nave espacial. Vacío, en silencio, con las luces para mantener el césped caliente, parece el escenario de Encuentros en la tercera fase. Recuerdas lo que Gumbrecht decía de los estadios vacíos. Tienen algo de sublime. De belleza extrema. Una gran oquedad en medio de la ciudad. Un lugar donde se para y se condensa el tiempo.

Te sientes un privilegiado por tener esa experiencia. Y también por esta invitación. La Fundación Athletic de Bilbao es algo excepcional. Y el trabajo que hace para, entre otras cosas, acercar el fútbol a la cultura es impresionante. Cuidan cada detalle. Para este ciclo de Letras y Fútbol han hecho cromos y un álbum con los participantes. Cuando Galder te da el tuyo, te invade la nostalgia de aquellos álbumes de Panini que infructuosamente intentaste completar.

En la mesa redonda discutís sobre fútbol y cultura. Pablo modera. Agustín habla sobre fútbol, ciencia y complejidad. Juan argumenta hay poesía en algunos lugares que rodean al fútbol como, por ejemplo, en las locuciones de los partidos. Y tú defiendes que tu relación con el fútbol es más esencial que con la cultura. Antes de ser escritor, lector o profesor eres aficionado al fútbol.  Estaba en tu casa desde niño. Sentiste la pasión futbolera antes de haber leído un solo libro. No puedes evitarlo. Y es difícil tener que explicar, con distancia crítica, por qué te gusta.

Tras la charla, te encuentras con Nere, Aixa e Iván, a quien aún no habías desvirtualizado. Lo has leído y admiras lo que escribe, habéis interactuado en las redes sociales, y poder conocerlo finalmente era una de las razones por las que te apetecía venir a Bilbao.

Acabáis la noche en un karaoke. Juan y tú cantáis a dúo El bacalao, de Julio Iglesias. Iván os graba. Rezas para que ese vídeo no vea nunca la luz. Después, Tandro, a quien también has desvirtualizado esta noche, pide una de Ramazzotti y comienza a cantar. Todas las miradas del bar se vuelven hacia él. No dais crédito. Parece un profesional. Al terminar, alguien se acerca y os dice: Soy el fundador de Mocedades en Bilbao y esto es una maravilla. A partir de ahí ya todo es cuesta abajo. Con los efectos del alcohol sonáis peor y peor. Cuando cantáis una de Mocedades, tenéis que pedir perdón al fundador por destrozarla a cuatro voces.

Cierran el karaoke y vais todos a casa de Iván. Amistad y literatura. Te quedarías allí hasta el fin de los días. Pero el avión sale en unas horas y tienes que regresar al hotel.

 

Jueves 10 de noviembre

Duermes apenas tres horas pero te despiertas sin resaca. En el viaje de vuelta lees el primer relato de Nuevas teorías sobre el orgasmo femenino, el libro de Diego Sánchez Aguilar que ha ganado el Premio Setenil. Te absorbe de inmediato y logra incluso excitarte. Sientes rápidamente una erección como la del protagonista. Al terminarlo te quedas un momento pensando, con la mirada perdida, también como el protagonista del relato. El mundo está hecho de oportunidades y posibilidades que dejamos pasar. Algunas se quedan dentro de nosotros como un virus residente y acaban rompiéndonos por dentro.

En casa, se te va el día en la siesta. Recuperas el sueño perdido. Por la noche, ves un capítulo de Westworld. La serie remonta. Tú también.

 

Viernes 11 de noviembre

Te levantas como nuevo y te encierras a escribir la novela. Llegas hasta el final de la segunda parte. Ciento cincuenta páginas. Empieza a tomar forma. Escribes como un suicida, sin atender a las consecuencias. Más adelante ya tomarás decisiones. Ahora no existe la censura. Escribes lo que tienes que escribir. Cuando llegue la hora de la publicación ya medirás los riesgos. Pero en esta primera versión no hay barreras, no hay represión. Escribes a tumba abierta –en sentido casi literal–.

Por la tarde, te acercas a la presentación del libro de reseñas de Manuel Moyano. Noventa libros y un film. Saludas a los amigos y, tras una cerveza, te acercas con Leo a Murcia Gastronómica. Otro mal plan para la dieta. Allí os encontráis con José Manuel. A las doce de la noche, caes de nuevo en el chuletón y en la hamburguesa de Angus. Dos gin-tonic después, piensas en lo que dirás a la nutricionista: esta semana no ha valido, restart, comenzamos de nuevo.

 

Sábado 12 de noviembre

Cuatro horas hasta Puente Genil. Esta tarde, en un festival de cortos, repetís allí la mesa redonda sobre series de televisión y literatura. Diego, José Óscar, Juan de Dios y tú. Viajas con Raquel y José Óscar en tu coche. En el otro coche van Juan de Dios, Diego y Zoraida. Salís a horas diferentes pero os encontráis a medio camino. Sincronización máxima.

La mesa redonda es el teatrillo del Convento de los Frailes. Habíais pensado repetir lo que dijisteis en Alguazas la semana anterior, pero a la segunda pregunta comenzáis a improvisar. El público está entregado y se nota el buen ambiente en la sala. Juan de Dios te pregunta por tu serie favorita y, en broma, respondes Los Serrano. Algunos aplauden.

Tomáis unas cervezas en un bar y seguís en la Alcabala, una especie de centro cultural autogestionado en el que habláis y bebéis hasta bien entrada la noche. En un momento determinado, sentís que es necesario comer. Lleváis toda la tarde bebiendo cervezas. Volvéis al bar en el que supuestamente cenarán los asistentes al festival y os hacéis fuertes frente a la mesa del picoteo. Son casi las doce y estáis a punto de desfallecer. No esperáis a que se acabe la gala. Coméis como si hubierais escapado de una guerra. Los modernos del cine van pensar que los murcianos son unos ansiosos que no pueden esperar hasta las doce y media de la noche para cenar y han venido a Puente Genil para dejarlos sin comida.

No paráis de reír, pero te notas cansado y no puedes continuar demasiado más. Raquel te acompaña al hotel. Caes rendido en la cama. Has tomado la decisión correcta.

 

Domingo 12 de noviembre

El regreso a Murcia se hace liviano. La conversación con Raquel y José Óscar es amena y las cuatro horas y media se pasan en nada. No estás cansado. No tienes resaca. Pero quieres llegar a casa y recomenzar la dieta. En realidad, quieres volver a la normalidad. Esta semana no ha contado. Mañana empieza todo, te dices otra vez. Como la semana pasada. Pero esta vez de verdad. Algo más de verdad.