Aquí y ahora 16 (Diario de escritura), por Miguel Ángel Hernández

Lunes 31 de octubre

Llega el avión a París con el tiempo justo para pasar por el control de inmigración. El efecto del Orfidal con alcohol aún no ha desaparecido y deambulas por los pasillos del Charles de Gaulle arrastrando las piernas como si fueras un zombi. Llegas a la puerta de embarque del vuelo a Madrid cuando ya están a punto de cerrar. La azafata de Air France ni siquiera te sonríe.

En Madrid tomas el tren hacia Murcia y logras dormir algo en el trayecto, aunque te despiertan cada dos por tres las conversaciones de los pasajeros. Comienzas a leer La séptima función del lenguaje, la última novela de Laurent Binet y no puedes reprimir la carcajada. Te fascinó HHhH, su libro anterior. Allí buscaba escribir acerca de la historia desde un posicionamiento personal. Ahora, sin escapar de ese tono reconocible, se adentra en el mundo intelectual francés de finales de los setenta, en pleno auge del postestructuralismo, a partir de la especulación sobre la muerte de Roland Barthes. Lees unas cuantas páginas y sabes inmediatamente que este libro está escrito para ti. Es el tipo de lenguaje y humor que te interesa. Piensas disfrutarlo poco a poco.

Raquel te espera en la estación. Caes a la cama rendido.

 

Martes 1 de noviembre

Pasas la mañana contestando correos. “Disculpa por el retraso. Llevo una semana de locura”. Cortas y pegas. Se te acumulan los emails cuando estás de viaje. Aunque podrías contestarlos desde los hoteles o desde el móvil, salvo alguna cuestión urgente, necesitas hacerlo desde el ordenador de tu despacho, como si todavía el correo llegara a la puerta de tu casa.

Justo después de comer, vas al cementerio con tus hermanos. Es el único día del año que subes a visitar la tumba de tus padres. Sentados en sillas plegables frente a la puerta abierta del panteón, parece que estéis tomando el fresco con ellos en la calle. Sus fotos desde las lápidas escuchan la conversación. Ya no lloras, ya no se te humedecen los ojos, ni siquiera un poco. Tan sólo esbozas una pequeña sonrisa amarga cuando vuelves a plegar la silla y te despides hasta el año siguiente. Es extraño. El tiempo acaba apaciguándolo todo, incluso aquello que más dolor causa. Y el tiempo es precisamente lo que parece abrirse en cada visita al cementerio. Lo has escrito en más de una ocasión: el día de Todos los Santos es también el día de todos los recuerdos. Los vecinos, el pueblo, la chica que te gustaba, los compañeros de colegio…, es una especie de regreso al origen.

Antes de salir del cementerio, miras de reojo la tumba de los hermanos sobre los que escribes tu novela. No te atreves a acercarte. Se te eriza la nuca y aceleras el paso.

Dejas a tu hermano en la huerta, junto a la que fue la casa de tus padres. Han limpiado las palmeras y han cortado la higuera. No reconoces nada de lo que ves. Todo parece pequeño y distante. Es una imagen del pasado.

 

Miércoles 2 de noviembre

En clase, hablas sobre la obra de George Kubler. La configuración del tiempo sigue siendo uno de los libros clásicos cuya lectura no dejas de recomendar. Te gusta en especial una frase: “conocer el pasado es tan asombroso como conocer las estrellas.” No hay imagen del pasado; sólo destellos de mundos que hace tiempo que ya han desaparecido.

Estás cansado por la tarde. El jet lag no te abandona. Pero las estrellas siguen brillando.

 

Jueves 3 de noviembre

Dos horas seguidas de clase. Explicas a Michael Fried y después comienzas con el psicoanálisis del arte. Sientes cómo las cabezas de los estudiantes comienzan a echar humo. La tuya también lo hace. Sales de la universidad con fiebre. Estás cansado. Más de lo habitual. Aún no te has recuperado del viaje.

Por la tarde, asistes a la presentación de la antología poética que ha publicado La Fea Burguesía. Después, tomas unas cervezas con Leo, Cristina y Miguel y habláis de teatro y literatura. Aguantas unas más con Miguel. Te apetece quedarte algo más, pero tienes clase al día siguiente. Regresas a casa con dolor de cabeza.

 

Viernes 4 de noviembre

Temprano, clase práctica sobre la obra de Keith Moxey y el concepto de Renacimiento. Toda historia es una narración. El Renacimiento es un cuento, una narrativa, que ya no sirve. Es necesario buscar nuevos conceptos para la disciplina. Son dos horas seguidas de teoría en las que no estás demasiado lúcido. Sigues cansado. Trasnochar no ayuda demasiado a recuperarte. Llegas a casa y caes de nuevo sobre la cama.

Por la noche, después de ver Coherence y reflexionar sobre los desdoblamientos espacio-temporales, te encierras en el despacho y escribes unas cuantas páginas de la novela. Avanzas más de lo previsto y logras acabar un capítulo. Es lo único que has escrito en la semana. Mejor esto que la semana entera en blanco.

Después, como no podría ser de otro modo, pesadillas. Sueñas que descuartizas a una mujer y escondes los trozos de su cadáver. No hay sangre, pero los fragmentos del cuerpo respiran. Te despiertas sobresaltado y con miedo de ti mismo. Necesitas acabar esta novela antes de que te destroce por dentro.

 

Sábado 5 de noviembre

Sesión de Body-Pump por la mañana. Es la primera vez que entras –la última, también–. Cuando acabas, eres consciente de que las agujetas te van a hacer recordar esta mañana durante varios día.

Por la tarde, I Jornadas sobre Series de Televisión en Alguazas. Raquel habla acerca de por qué nos gusta Juego de Tronos. Lleva varios días inquieta. Pero su conferencia es espléndida. Clara, concisa, imaginativa. Vale muchísimo más de lo que piensa. Podría hacer lo que quisiera. La sigues admirando. Cada día más.

Después, con Juan de Dios, Diego y José Óscar, mesa redonda sobre la muerte de la novela y la era de las series. Intentas argumentar que la novela no ha muerto, ni mucho menos. Ha perdido su potencia como lugar de enunciación o de creación de imaginario (la literatura lo perdió hace mucho tiempo), pero desde luego no está exhausta, sino todo lo contrario, viva, llena de futuro y posibilidades.

Volvéis a casa y veis un episodio de El exorcista. Hay algo en la serialidad que hace fácil sentarse ante el televisor y regresar a una historia que ya habitabas. Es un mecanismo de reconocimiento, de familiaridad con los relatos y los modos de narrar. Es un mundo en el que ya hemos entrado previamente. Hay también algo de adicción. Una droga dura.

 

Domingo 6 de noviembre

Te levantas como si te hubieran pegado una paliza. Te duele todo el cuerpo. El Body-Pump. Estaba cantado. Las sentadillas, sobre todo. Apenas puedes mover las piernas.

Aperitivo por la mañana con Ana e Isabel. Ana se va un año fuera de España y la despedís por todo lo alto. Comenzáis con el vermut en el Luis el de la Rosario. El camarero ya no te insulta, como sí hace con el resto de los clientes. Cuando te ve, te da la mano y notas que se alegra de saludarte. Ha perdido toda la gracia.

Después de vagar por los bares durante medio día, acabáis en el 609 rodeados de gente que parece haber salido de Nochevieja. Todos y todas altos, guapos, perfectos. Vosotros, allí en medio, seguís hablando de política y arte. No es vuestro contexto. Sois el elemento extraño. Al salir de allí, notas cómo el bar vuelve a respirar.

En la Plaza de las Flores os hacéis una foto con Woody y Buzz Lightyear. La subes a Instagram: “1er Escalón. Hasta el infinito y más allá.”

De camino a casa, con el dolor creciente de las agujetas, respiras, resucitas y compras una hamburguesa en el McDonald’s. Sabe a gloria. Empapa las cervezas y el gin-tonic.

Eres consciente de que el peso se te ha ido de las manos. Ya no te cabe nada. Afortunadamente, la báscula está rota. Mañana comienzas la dieta y cambias de hábitos. Eso te dices mientras, feliz, devoras la última onza del chocolate de sirope de arce que trajiste de Canadá. Mañana, sí. Mañana será otro día.