Aquí y ahora 15 (Diario de escritura), por Miguel Ángel Hernández
Lunes 24 de octubre
Sales hacia Toronto. Te han invitado al IFOA (International Festival of Authors) y vas a pasar allí una semana. Durante el vuelo, ves varios episodios de la nueva temporada de The Flash y la secuela de Independence Day. Por alguna razón, los viajes en avión son sinónimos de narraciones de ciencia ficción y aventuras. Quizá sea porque el mero hecho de volar te parece cercano a la magia. Aún no puedes comprender cómo se elevan esos bichos en el aire. En particular, el que te lleva de Ámsterdam a Toronto, con dos plantas, el más grande en el que has subido hasta ahora.
Llegas cansado a media tarde y caes a la cama. El hotel es de lujo. Te pierdes entre la colección de almohadas que adornan la King size.
Martes 25 de octubre
Por la mañana, te acercas al Harbourfront Centre para recoger la acreditación. Firmas diez carteles del festival y varios libros para todo el staff. Te dan una carpeta, un cheque con los honorarios, dinero en metálico para gastar estos días y un calendario de fiestas y almuerzos. Tienes la sensación de que la cosa va en serio.
Regresas al hotel y ensayas frente al espejo la lectura de la novela. Cinco minutos de lectura y, después, una mesa redonda. A las seis ya estás en el Studio Theatre, ansioso y con nervios. Todo se pasa en un abrir y cerrar de ojos. Apenas te da tiempo a mirar al público. Las preguntas de la moderadora no tienen demasiado sentido e improvisas algo sobre la marcha. Sales airoso, pero podría haber sido mejor.
Después, te encuentras allí con Luisgé y Axier. Cenáis con Richard y Michael en un chino y habláis de tenistas españoles. Parece una novela de David Foster Wallace. De vuelta a casa, os pasean en coche por la ciudad y sientes que hay allí algo familiar. Aún no sabes lo que es, pero puedes percibirlo.
Miércoles 26 de octubre
El IFOA ha organizado un viaje a las cataratas del Niágara con los escritores invitados. Salís temprano en autobús y llegáis a media mañana. Durante el viaje, escuchas The National y sientes que la nostalgia te atraviesa. El otoño, el naranja inflamado de los árboles de hoja caduca, los pueblos pequeños, los carteles verdes de las carreteras, las casas de madera, los diners, los moteles, los supermercados, los coches…, has regresado a la película. Parece que estás de nuevo en Ithaca. ¿Qué tiene este lugar que provoca en ti tanta emoción? Quizá sean los sueños. Los mismos que llegaron a Williamstown varios años atrás. Los sueños, que aún no se han disuelto. Están todos ahí. Todavía. Siempre.
Las cataratas no son tan impresionantes al principio. Desde fuera incluso parecen pequeñas. Una vez en el barco, sin embargo, el espectáculo está más allá de cualquier imagen.
Hace frío y se te congelan las manos. El impermeable rojo que os dan no lleva bolsillos. El encuentro con la fuerza de la naturaleza es divertido y sublime. No es el drama del hombre romántico contemplando extasiado algo que lo sobrepasa. Se parece más a la sensación de un parque de atracciones. Será porque no dejas de verte desde fuera con el impermeable rojo. Será porque estás rodeado de gente. Será porque te has calado hasta los huesos, tienes frío y no dejas de dar pequeños saltitos para no congelarte.
En el autobús, logras secarte un poco, aunque los pantalones aún siguen empapados. Después, en la comida, el vino blanco logra apaciguar el frío y entras en calor. Al llegar al hotel, tienes que cambiarte hasta los calzoncillos. Después, lectura de Luisgé Martín. Sientes cómo la gente se emociona al escuchar la historia del niño cucaracha. Al acabar, te quedas en el lounge del festival hasta que cierran. Conoces a varios escritores y terminas bebiendo bourbon con Susana hasta que ya no queda nadie. Son las once y media, pero parece el fin de la noche.
Jueves 27 de octubre
Visitas con Luisgé y Axier la Galería de Arte de Ontario. Allí, una exposición sobre paisajes místicos muestra cómo la naturaleza, en la modernidad, se convierte en una representación del espíritu. Hay algunas obras maestras. Está El cristo amarillo y la Visión después del sermón, de Gauguin. También La noche estrellada, de Van Gogh. Y junto a ellas bastantes obras New Age de dudosa calidad. Es extraña la mezcla. Aunque bien pensado, quizá esa sea la evolución de cierto pensamiento místico de las vanguardias; hacia el New Age y la espiritualidad alternativa. Porque, salvo algunas derivas de la performance y las obras de Kapoor o Bill Viola, gran parte del arte contemporáneo es ateo y racional. Lo espiritual está ahora en otro lugar.
Tras la exposición, coméis en el Village Idiot Pub y probáis por fin una cerveza que merece la pena. Por la tarde, de nuevo, más lecturas en el festival. Son profesionales del “reading”. Es una tradición que no llegas a comprender. La gente paga por ver leer al escritor. Para ti la literatura está en la página, sobre el papel. Nunca la has concebido como algo que se pueda escuchar. Sin embargo, en este lugar –también tuviste esa impresión en Alemania–, el público escucha entregado la lectura como el niño que escucha el cuento antes de cerrar los ojos en la cama.
Por la noche, Harper Collins organiza una fiesta en el Hotel Ocho. Está todo el mundo editorial de Toronto. Editores, agentes y escritores. Demasiada sofisticación. A lo lejos escuchas a la editora de Touchstone Books decir que acaba de cerrar un trato esa noche. “It’s a one hundred”, dice entusiasmada. Te fascina ese vocabulario.
Pasas gran parte de la fiesta con Simon y Violaine, hablando de literatura francesa. Él es editor en Quebec; ella, en París. Congeniáis desde el primer instante. Termináis los tres juntos en el taxi, deseando que no acabe la noche. Es una pena que os hayáis conocido tan tarde. Al día siguiente se marchan de Toronto. Os prometéis mantener el contacto.
Viernes 28 de octubre
Mañana tranquila. Paseas por Toronto y subes a la torre CN. Las vistas son impresionantes. Tuiteas un chiste malo: “Desde aquí se ve Torontontero”.
Por la tarde, asistes a varias lecturas y mesas redondas. Te llama la atención cómo presentan a los escritores americanos. Igual que la biografía que pone en las solapas de sus novelas: “Vive en Nueva York con su mujer y dos hijas. Tiene una granja en Missouri. Cultiva su propio brócoli. Vive en Michigan con su perro y tres gatos…”
Fiesta de Simon & Schuster en honor de sus autores presentes en el festival. De nuevo, demasiado glamour. Una chica rubia en la que te habías fijado escribe una nota en una servilleta y se la pasa a un autor de los que ha intervenido esa noche. Después, ella se marcha, y el autor, joven y atractivo, se queda mirando unos segundos la nota sin hacerle caso a las señoras mayores que lo rodean. Más tarde, en el hotel, mientras tomas unas cervezas con un escritor de novelas de ciencia ficción que has conocido en la fiesta, observas cómo la chica llega al hotel y se encuentra con el autor en la barra. Toman una copa juntos y suben a la habitación. Te quedas absorto analizando la escena. Literatura en estado puro. Ahí hay una historia.
Sábado 29 de octubre
Café con Eric y Molly. Son los escritores con los que leerás esta tarde y habéis quedado para conoceros. Vuestros libros tratan de arte y artistas. Os caéis bien enseguida y la conversación fluye.
Paseas por Chinatown, comes en una hamburguesería y llegas al hotel con el tiempo justo para darte una ducha y salir para tu lectura. En el hall del hotel, te despides de Luisgé y Axier. Ha sido una suerte haber coincidido aquí con ellos. Sin duda, será uno de los mejores recuerdos del viaje.
De camino hacia el Harbourfront Centre, te encuentras a una multitud corriendo. Cientos de personas que vienen de todos los lados gritando algo que no logras entender. En sus caras intuyes desesperación y ansiedad. Hay algo en el parque. Casi por inercia, comienzas a correr tras ellos. Entonces descubres lo que ocurre: un pokemon. Un dragón, junto al lago Ontario. Te quedas unos segundos observando la escena. Nadie se mira entre sí. Sólo importan las pantallas. Podías bajarte los pantalones y orinar allí mismo y nadie se daría cuenta. Jamás has visto algo semejante. Black Mirror es el presente.
Luego, por la tarde, tu intervención. Te has quemado la lengua con un café y ahora parece una toalla. Tomas varias cervezas para quitarte los nervios y la sensación de incomodidad. Parece que funciona. La lectura sale milagrosamente bien. Te sientes cómodo, mucho más que de costumbre. Lees el fragmento en que Jacobo Montes visita el barrio de inmigrantes por primera vez. Al final, te felicitan por el tono en el que has leído. Con acento, pero “very emotional”, dicen. En la tertulia, se crea un clima de complicidad entre los tres autores y el moderador. La conversación de la mañana ha servido para encontrar vuestros puntos en común: el arte, el proceso de escritura, la metaliteratura… Parece que hubierais estado ensayando vuestra aparición durante semanas.
Cuando la noche se acaba, después la última fiesta del festival, te quedas con Molly en el bar del hotel. Os pedís un cóctel y habláis de literatura y poliamor. Le cuentas el argumento de El instante de peligro. Ella te cuenta su vida. Se produce un momento de conexión y te olvidas de que estás hablando en inglés. Ves la escena desde fuera. Una escritora de Brooklyn y un señor de Murcia. Esbozas una sonrisa. Te invade la felicidad.
Domingo 30 de octubre
Regresas con la maleta llena de libros dedicados. Autores que has conocido en el festival y que te gustaría que algún día alguien tradujese al español. Molly Prentiss, Francesca Melandri, Peter Geye, Eric Beck Rubin, Iain Reid o Kate Taylor. Hay todo un mundo de libros increíbles que merece la pena ser descubierto. Aunque sólo hubiera sido por eso, por propiciar ese descubrimiento, el viaje habría tenido sentido.
El vuelo de Air France es cómodo. Salida de emergencia, espacio para las piernas, compañero tranquilo y, de nuevo, película de superhéroes, X-Men Apocalypse. Después, Orfidal y vaso de vino. Duermes durante unas horas. Sueñas que vuelves de un viaje perfecto. No puedes pedir más.