Sentir los colores, por Juan Bautista Durán
Juan Bautista Durán, junio de 2017
Se habla en estas fechas del portero italiano Gianluigi Donnarumma, nacido en febrero de 1999 y máxima promesa del fútbol italiano. Cuentan que en la categorías inferiores, aun y jugando con los mayores, los equipos rivales pedían su ficha porque no creían posible que un chaval de esa edad fuera tan bueno. No sólo eso, pues, sino que era dos años más pequeño. En 2013 lo fichó el AC Milan, a cuyo primer equipo llegó sin apenas pisar el filial, siendo el portero habitual desde los dieciséis años. La afición lo considera un baluarte, un jugador a partir del cual el club debe sentar las bases para una nueva época gloriosa. Pero Donnarumma no está por la labor. Se deja querer. Termina contrato en dos años y otros equipos le ofrecen mejores condiciones económicas y, supuestamente, deportivas.
Esto tiene a la afición encendida, al punto de llamarlo Dollarumma, un juego de palabras habitual en el mundo del fútbol. Los ejemplos son numerosos y tristes por igual. La hinchada rossonera quisiera que fuera su nuevo hombre de club, como Buffon para la Juventus, Totti para la Roma, Guerrero para el Athletic o Paolo Maldini para el mismo Milan, quien intervino en este caso advirtiendo del sinsentido de llamar traidor a un chaval de dieciocho años. También el presidente del Senado, muy a la italiana, puro drama, participó de la cuestión pidiendo no criminalizar al joven portero. ¿Y por qué alguien habría de hacerlo?
Es difícil aceptar aquella famosa sentencia de Manolo Vázquez Montalbán según la cual uno puede cambiar de mujer, de orientación política, de religión… pero nunca de equipo de fútbol. Se refería a la hinchada, está claro, se refería al sentimiento de calor y pertenencia que los colores aportan al aficionado. Donnarumma se convirtió el año pasado en el jugador más joven en debutar con la selección italiana, camiseta que, salvo sorpresa, lucirá durante bastantes años, como lo hicieron Casillas para España, Buffon para Italia o Kahn para Alemania. Para que ello sea posible lo mejor tal vez sea un cambio de aires, a saber, que recale en un club con un proyecto deportivo mejor definido y donde se sienta más a gusto. Esto ni él lo sabe. Tampoco los escritores saben cuál será su suerte al publicar en una editorial en vez de otra, al dejar, por ejemplo, un sello de los llamados independientes, donde uno ha labrado su carrera, para incorporarse a un gran grupo. Autores como Javier Cercas, Álvaro Pombo, Paul Auster o Juan José Millás podrían responder a esto. También Elena Ferrante, por cierto. ¿Se habría extendido tanto Cercas de publicar El impostor en la Tusquets de Beatriz Moura? Y Pombo… ¿habría empezado una novela después de mudar su obra diciendo «hablando no se entienden las personas»?
Ver la obra completa publicada en una misma editorial es bello y elegante, pero ya pasaron los tiempos de Miguel Delibes, el mundo dio unas cuantas vueltas de más y lo único que al final importa es el trabajo con ciertas personas de confianza, que de igual manera pueden estar cambiando de aires cada equis años. El propio Delibes se jactaba de haber sido fiel a un editor más que a un sello editorial.
¿Qué es el AC Milan hoy día? Ya poco tiene que ver con el proyecto familiar que abanderó Berlusconi en los noventa y otras familias en épocas anteriores. «Siento tristeza —decía en una entrevista reciente Maldini—. Aunque si una empresa como el Milan no se puede mantener, lo mejor es venderla.» Se trata de una sociedad en su mayor parte de capital chino, tal como les sucede a sus vecinos del Inter. En España se dan casos similares, con el Espanyol y el Valencia en primer lugar, así como en el resto de Europa, donde el capital ruso y árabe entró con fuerza en Inglaterra y Francia. Querer a un club en estas circunstancias globalizadas es medio falso, por muy devoto que uno sea, y menos en el caso del futbolista, cuya carrera por lo general es corta y está supeditada a la suerte que corra con las lesiones. Sólo unos pocos equipos pueden presumir de este sentimiento de club, y el aficionado moderno debe ser consciente de ello, de que si uno cambia de mujer, abandona la religión y deja de creer en la política, mucho más volátiles son los colores de su equipo de fútbol.