Existencias paralelas, por Juan Bautista Durán
Siendo que el uso de las redes sociales es cada vez más diverso e inefable, no es insólito, sin embargo, encontrarse con alguna idea inteligente. Pequeños destellos que logran abrirse paso en la infinita caravana de caracteres. Y ya son narices meterse ahí, dirá alguno. Pero quedarse fuera, ¿eso qué supone? Los hay que tratan de descifrar el sentido de cada movimiento y, aún es más, el de su esencia misma, plagados de comentarios y referencias que rebotan en los perfiles de aquellos que se toman el asunto con alegría, muchos de ellos nada más que para promocionar lo que sería, en castiza pose, mi libro. Y no sólo los jóvenes, los que se dicen hijos de este mundo líquido, sino también personajes que habrán pasado del carro tirado por un mulo al motor de explosión y de ahí a la alta velocidad digital.
Unos tiempos tan acelerados como los nuestros no se pueden analizar desde luego en un par de sentencias ni en dos decenas de ellas. Hace falta tanta perspectiva como temple y la clara consciencia de que, si uno quiere aportar algo, es probable que llegue tarde. ¿Cómo vamos a salvar los atascos de burradas que hay en las redes para decir algo medio coherente? Se refería a ello el periodista y narrador Juan Soto Ivars, muy activo en su cuenta de Twitter. “En el periodismo —decía—, la obsesión por contarlo primero se ha comido al deber de contarlo bien.” Eso tiene que ver asimismo con la gratuidad de la información, tema que debería dar bastante que hablar. ¿Estamos dispuestos a morir aplastados por la ingente cantidad de datos, bulos y cotilleos que campan a sus anchas pues su única función consiste en imponerse a la competencia? Es difícil pensar que sí, pese a que la inercia es ésta. Y mientras el periodismo no encuentre una nueva manera de financiarse, de monetizar su tarea, cueste eso lo que cueste, la información se seguirá dando a destajo.
El propio Soto Ivars se hacía eco en un artículo del advenimiento de Sant Esteve de les Roures, en la Cataluña interior, pueblo cuya imagen es un monte boscoso y que, en apariencia, consta de todo el aparato burocrático pertinente pero del que nada más se sabe. No existe, afirmaba Soto Ivars. Pues claro que sí: existe en las redes, y existe, sobre todo, en la medida en que permite a quienes lo crearon dar rienda suelta a sus obsesiones y satisfacer con ello a sus feligreses. “Nos importa un pimiento que nos hablen de un pueblo que no existe —escribe—, siempre que en ese pueblo ocurra aquello que cimienta nuestros prejuicios.” Esta reflexión, de clara urdimbre social, acertadísima, demuestra sin embargo que es otra la naturaleza del asunto. Sant Esteve de les Roures es una ficción.
En sus perfiles locales, de toda índole y calado, comparten la más variada información referente a Cataluña y su cruzada por la independencia. Es la capital de la República Digital Catalana, nada menos. Sant Esteve de les Roures tuvo incluso una mención en los Presupuestos Generales del Estado, cuando los republicanos catalanes presentaron una enmienda exigiendo financiación para la estación ferroviaria del pueblo. Cinco millones de euros pidieron, una bravuconada que no oculta su parte de lucidez. “La estación de Sant Esteve hace tiempo que se degrada porque el Estado no pone dinero —escribieron—; por suerte, eso cambiará.” El tono es irónico y serio a partes iguales, dejando los comentarios más gamberros a terceros. Esta coherencia propia es básica, ya que a la ficción, para que cobre fuerza, no le basta con tener sentido sino que debe crearlo a cada momento. “Sant Esteve es la reacción de un pueblo que ya tiene poco que perder —escribieron el 27 de abril—, una fuga para denunciar, en clave de humor, una injusticia. Es una idea que recoge risas, llanto, indignación y protesta.” Y tras el nombramiento del nuevo presidente catalán, el 14 de mayo: “El ayuntamiento de Sant Esteve de les Roures quiere dar la enhorabuena a Quim Torra por haber sido elegido el 131º presidente de la Generalitat. Estamos seguros de que hará lo posible para que la República Catalana no sólo sea digital.”
Estos tuits corresponden al ayuntamiento del pueblo, que cuenta con cerca de cuarenta mil seguidores. Es el mayor salto a la ficción realizado en política en muchos años, un giro tan quijotesco por parte de los nacionalistas que no deja de sorprender. Ellos, que tan frontales vienen mostrándose, con moralina implícita, se descuelgan con esa invención, que al fin y al cabo es la prueba de una derrota: como la realidad no les permite constituirse en la ansiada república, crean ese espacio líquido pues ahí tal proyecto es viable. En las redes cualquier dato puede ser multiplicado y explotado bajo la apariencia de total normalidad. Si las originales se inventaron para capturar animales, éstas, las sociales, no iban a ser menos. Pero, cuidado, no es la información lo que atrae a tanta gente; es la necesidad humana de recibir historias y contarlas de nuevo, unos a otros, para sentirse parte de la sociedad.
Sant Esteve de les Roures es un interesante resumen de este tiempo estresado y loco en que, de tantos canales posibles, no acertamos a dar con una vía de escape que nos permita darle la espalda a la realidad, ponerse cada cual en un estadio personal e insubordinado. Sólo la fuerza de las masas lo consigue. Pero cuando su propósito pierde consistencia, entonces hay que dar el salto más determinante; es decir, a la ficción.
Imagen: Baigneuses, de Paul Cézanne