Entrevista a Edmundo Paz Soldán, por Anna María Iglesia
Profesor de literatura hispanoamericana en la Universidad de Cornell, novelista, autor de relatos, crítico literario y coeditor de obras como Se habla español (2000) o Bolaño salvaje (2008), Edmundo Paz Soldán publica Las visiones (Páginas de Espuma). Se trata de una serie de relatos que nacen del anterior trabajo de Paz Soldán, Iris. Se trata de un ambicioso proyecto novelesco en el que el autor boliviano investigaba acerca de las nuevas caras del imperialismo y la dominación a partir del género de la ciencia-ficción y configurando un mundo, Iris, en cuyo lenguaje se mezclan tradiciones literarias, se inventan palabras o se recuperan vocablos del mundo indígena. Algo más depurados con respecto a la experimentación lingüística, los relatos de Las visiones completan el proyecto literario de Edmundo Paz Soldán, un proyecto en el que la voz política del autor se manifiesta con claridad.
Afirmaba recientemente que “la ciencia-ficción es el nuevo realismo”. ¿Las visiones es, por tanto, el libro de relatos más realista hasta ahora?
Creo que de la misma manera que en las últimas décadas la novela policial ha ido desarrollándose hasta convertirse en la gran novela social de nuestro tiempo, la ciencia-ficción ha ocupado en parte la función del realismo, puesto que en la medida que las nuevas tecnologías se han ido convirtiendo en elementos centrales de nuestra vida cotidiana alguien debía hacerse cargo de la reflexión en torno a lo que significa vivir en una sociedad en la que la presencia de las máquinas se hace cada vez más ubicua y esta reflexión pertenece a la ciencia-ficción. Lo que sucede es que antes esta reflexión podía proyectarse hacia el futuro, pero el tiempo de las máquinas inteligentes es el nuestro y, por tanto, creo que es o debería ser normal que en medio de una novela realista se encontrara una escena que, tiempo atrás, habríamos definido de ciencia-ficción
Entonces, ¿la ciencia-ficción es el nuevo realismo en cuanto la realidad se ha desnaturalizado?
Sí, claro, y por esto creo que hay ciertos géneros literarios están mejor provistos que otros para reflexionar sobre estos temas. Hay ciertas cosas que puede hacer mejor el género del terror que la novela realista y, en términos generales, creo que los géneros populares son muy útiles, solo que muchas veces los novelistas “serios” no los toman en consideración por el mero hecho de ser populares. Con Las visiones, la pregunta para mí no era tanto qué género literario utilizar, sino qué mirada debía tener hacia la realidad
Una mirada que, sin embargo, va más allá de cuestiones fanta-científicas y se impregna de realismo mágico, es decir, de mitos populares creencias, sueños, visiones
Como me dijo alguien, Las visiones es un libro de ciencia ficción sin ciencia. Al pensar estos relatos, partía de una frase de William Gibbson que decía: el futuro ya ha llegado, solo que no está repartido de manera pareja. Y, por tanto, el realismo que quería para Las visiones era un realismo a partir del cual se exacerbaban las diferencias que ya existen hoy, es decir, bolsones de modernidad en medio de grandes islas en las que existe todo tipo de precariedad, precariedad laboral, de infraestructuras, de medios… Hay una tradición hispanoamericana que se ha encargado de narrar cómo lo extraordinario se convierte en cotidiano, pero yo no diría que lo que hago es exactamente realismo mágico, aunque no me molestaría poder afirmar que Las visiones es pariente del realismo mágico, pues es cierto que al pensar este libro he tenido presente a muchos autores hispanoamericanos que me podían ayudar puesto que habían trabajado zonas de contacto cultural en las que el mito tiene un papel muy importante.
¿Autores como por ejemplo?
Mi principal influencia es Guimaraes Rosa, que tiene cuentos maravillosos en los que da al relato un toque mítico, en los que narra el presente pero dándole una pátina de mito. Y me gustaba este ejercicio de Rosa para mi libro para así jugar con aquello que se espera de la ciencia-ficción y aquello que se encuentra. A parte de Guimaraes Rosa, Roa Bastos, Arguedas y Rulfo fueron autores imprescindibles para poder trabajar sobre la puesta en contacto de lenguajes distintos, el contacto entre cultural y la aparición de mitos.
Sin embargo, más que un contacto entre culturas, usted plantea un discurso político acerca de la relación entre dominantes y dominados. Más que mezcla cultural, usted habla de lucha de poderes.
Si, indudablemente. He hablado de mezcla cultural, pero en verdad hablo de una relación de contraste y de la lucha de poderes a la que haces referencia. Me interesa, de hecho, indagar sobre culturas en pugna, sobre esa lucha que se desarrolla en un proceso de colonización, de ocupación e invasión en el que el lenguaje tiene que mostrar las heridas, los traumas y las secuelas de esta invasión. Las visiones son cuentos sobre un territorio ocupado y, de hecho, la idea inicial del proyecto fue tratar de pensar narrativamente cuáles son las nuevas caras de la guerra y del imperialismo en el siglo XXI. Comencé pensando en Irak y Afganistán, pero aparecieron los ecos de la experiencia colonial hispanoamericana en el siglo XIX
¿Trasladar la acción a Iris, lugar inventado, y eludir toda concretización histórica y geográfica, le permitió universalizar el tema de la guerra y el imperialismo?
Sí. Dudé mucho no solo acerca de la concreción geográfica, sino también acerca de si era preciso indicar una fecha para concretar temporalmente aquello que narraba en Iris y que yo imaginaba localizado en un futuro cercano. Al final, preferí no concretar fecha alguna, pues me interesaba mucho incluir en el relato distintas tradiciones y así salir de mi propia tradición boliviana-hispanoamericana e incluir junto a los relatos míticos bolivianos relatos de los aborígenes australianos, por ejemplo. Mi desafío era que esta mezcla funcionara de forma coherente y no fuera una simple ensalada de cosas que salen de aquí y de allá.
Una mezcla de tradiciones que se hace patente ya en los títulos de los relatos: Luke, Doctor An, Los tigres de Kondra, El rey Mapache…
No está hecho a propósito, a diferencia de otras veces, en las que solía trabajar los relatos como compartimentos estancos. Esta vez los trabaje de forma unitaria y desde la mezcla. Esto fue, sin duda, gracias a la novela Iris previa a Las visiones: Iris me ha permitido trabajar de una forma conjunta intereses aparentemente tan dispares como la novela política hispanoamericana y la ciencia-ficción anglosajona, preocupándome solamente los aspectos técnicos pero no genéricos
¿Cómo reordenó el material sobrante de Iris a partir del cual nacieron los relatos de Las visiones?
De Iris, solamente salió el relato Luke, que inicialmente era una historia que quitaba ritmo a la novela y decidí sacarla, pero trabajarla como cuento. Eso sí, al terminar Iris me di cuenta de que había temas sobre los que quería seguir trabajando y quería seguir explorando, pero no sabía exactamente por dónde ir. Nació así el relato Las visiones y en concreto su primera frase: “Y un día, así sin más, las visiones aparecieron”. Una frase casi autorreferencial que fue esencial pues a partir de ella articulé en torno al tema de las visiones los demás relatos.
Si algo define Las visiones es la mezcla de tradiciones que, no acaso, se concreta con las dos citas iniciales: una de Ballard y otra de Calderón de la Barca
Estas dos citas tienen que ver con mi formación: yo hice un doctorado en Estados Unidos sobre literatura hispanoamericana y recuerdo que por entonces casi no había leía nada de literatura contemporánea, pues en Berkley todo terminaba en el boom. Cuando terminé el doctorado publique un libro de relatos y empecé a estar en contacto con autores hispanoamericanos de mi generación y me di cuenta de que la mayoría de ellos leía principalmente autores contemporáneos, como Ian McEwan o Martin Amis, que para mí eran desconocidos. Entonces, empecé a interesarme por la literatura contemporánea a la vez que por mis clases en la universidad seguía trabajando sobre los autores hispanoamericanos canónicos del XIX y primera mitad del XX. A partir de ese momento, mi vida lectora era una vida doble: trabajaba lo clásico y, a la vez, estaba muy pendiente del presente. Iris, por su parte, fue como un big bang para mí en cuanto confluyeron en ella estas dos tendencias literarias.
¿La cohabitación de lo actual con la tradición no debería ser lo habitual?
Sin duda, y de hecho quería que en Iris como luego en Las visiones confluyeran mi tradición de autor en español con mi formación anglosajona.
Escribe en castellano, vive en Estados Unidos ¿Le resulta fácil situarse en un determinado campo literario?
Yo me sitúo en la tradición boliviana y en la tradición hispanoamericana; a veces me han querido situar en la tradición latina en Estados Unidos, pero mi respuesta siempre ha sido la misma: acepto la tradición latina siempre y cuando se acepte que esa tradición también se escribe en castellano. Pienso en Junot Díaz, en Sara Cisneros…. Una tradición marcada sobre todo por el inglés, es la prerrogativa del imperio que acepta la diversidad siempre cuando todos escriban en la lengua del imperio.
¿Ha cambiado su concepción de la literatura por el hecho de vivir en Estados Unidos?
En cuanto a mi concepción de la literatura, puedo decir que he cambiado: cuando llegué a Estados Unidos tenía miedo de acabar, como dicen en Bolivia, “agringado” y por esto escribía con un castellano tan puro que resultaba incluso artificial. Y, ahora, en cambio mi escritura está a las antípodas de ese purismo: creo que el lenguaje debe estar sucio, mezclado, el lenguaje debe escuchar la calle y, a la vez, el escritor debe recuperar palabras, inventar otras… debe, en resumen, jugar con el lenguaje.
Lo lúdico, a priori, parece ser más propio de la poesía
En la poesía nunca se ha perdido esa tradición lúdica de jugar con las palabras y a ratos pienso que en la narrativa sí se ha perdido esta tradición en aras de otro tipo de unidades que, sin duda, son importantes para crear un relato.
Hasta el punto que para Iris y, posteriormente, para Las visiones inventa un lenguaje, sin añadir ningún tipo de glosario en el libro y obligando al lector a enfrentarse a un lenguaje desconocido
Sí, efectivamente, aunque creo que en los cuento está más dosificado este juego de invención con el lenguaje puesto que, mientras en la novela, al tener muchas páginas, si el lector se pierde en la página dos por una palabra que no entiende, en la página 30 se reencontrará tras haberse topado repetidamente con la misma palabra, en un cuento solo tienes diez páginas y, por tanto, tenía que dosificar el ingreso de estas palabras para que haya un equilibrio entre lo familiar y la cierta extrañeza que provoca en lenguaje. Dicho esto, cuando pensé Iris, me di cuenta que necesitaba un lenguaje distinto porque si el mundo de Iris es un mundo intervenido en todos los sentidos, no lo podía narrar sin un lenguaje que no estuviera a su vez intervenido.
¿Narrar la extrañeza del mundo implica narrarla desde la extrañeza del lenguaje?
Si, algo parecido. No es posible narrar un momento de choque cultural con un lenguaje atildado y muy bien peinado, puesto que la misma forma debe decir algo de lo que se está narrando.
Me da la impresión de que su planteamiento lingüístico, más que ser un mero ejercicio estilístico, responde a un componente político inherente a la propia obra
Sí, claro. Al leer los cuentos de Roa Bastos que narran el encuentro violento de la cultura guaraní en el Paraguay o los cuentos de Argüedas donde reflejaba la realidad del quechua en el Perú, encontré las pistas para lo que yo quería a hacer, si bien en mi caso terminé inventando directamente un lenguaje. De lo que estaba seguro es de que en el lenguaje debían reflejarse las marcas de la ocupación que narro.
Usted proviene de una tradición, la hispanoamericana, en la que el relato tiene un papel fundamental y vive en Estados Unidos, en cuyo canon literario los autores de relato son protagonistas. Sin embargo, publica Las visiones en España, donde el relato todavía es considerado como el hermano pequeño de la novela, ¿Qué es para usted el relato con respecto de la novela?
Yo creo que hay ciertas cosas que puedes hacer con el cuento y no puedes hacer con la novela y viceversa. Yo no alterno relatos y novelas siguiendo un plan programado, ahora mismo querría seguir escribiendo cuentos, pero no se me ocurren, puede que me haya vaciado tras escribir Las visiones. Por el contrario, al terminar Iris, quería dejar momentáneamente la novela y, en concreto, porque tras concluir Iris, novela que pensé como un enorme proyecto enciclopédico, quería seguir trabajando sobre ciertos temas, pero de una forma muy puntual. El cuento me daba esta posibilidad. Podríamos decir que es la materia que quiero narrar aquello que me dicta el género.
Y en cuanto al discurso político presente tanto en Iris como en Las visiones, ¿es para usted un elemento irrenunciable en la prosa?
Para mí es absolutamente irrenunciable; a veces me libro más de este aspecto, pero en la novela no puedo hacerlo. Y esto es porque, si bien creo que la literatura tiene algo de juego, siento que la narrativa y, en concreto, la novela, es un género ideal para hacer una reflexión crítica sobre el tiempo que te ha tocado vivir y en esta reflexión crítica necesariamente entra lo social y lo político. Obviamente no es una obligación de la novela, pero sí es cierto que novelistas a los que admiro, como Philip Roth, reflexionan siempre, desde perspectivas distintas, sobre el mundo en el que viven a través de sus novelas. Pero repito, no creo que lo político sea una obligación de la novela, más bien creo que el compromiso del escritor debe residir ante todo con su proyecto de escritura y con el lenguaje.
Antes le preguntaba sobre si su concepción literaria había cambiado viviendo en Estados Unidos, ahora me gustaría preguntarle acerca de la presencia de literatura en castellano en Estados Unidos
Yo creo que es un buen momento, han aparecido varias editoriales interesadas en publicar en traducción literatura latinoamericana y española y podríamos hablar de un interés after Bolaño. Los editores se han dado cuenta que no es lo mismo una literatura latina en lengua inglesa que la literatura en lengua castellana, pero se han dado cuenta solo ahora; en efecto, hace algunos años, cuando apareció Junot Díaz, un editor me comentaba que “es como los grandes autores en castellano, solo que no tenemos que pagar por traducirlo”. Ha cambiado la percepción y no solo se buscan autores en castellano de interés para traducirlos, sino que hay editoriales que están publicando directamente en castellano, pienso por ejemplo en Sangría del Lina Meruane o en Restless Book que ha comenzado a publicar autores en castellano. Ha habido varios intentos de articular un mercado de libros en castellano en Estados Unidos y no ha sido nada fácil hasta el momento, pero el público está ahí, lo que sucede es que falta arma más vínculos, entre libreros y lectores, editores y autores, pero en todo caso el panorama es mucho mejor ahora con respecto a cuando yo llegué hace veinte y treinta años.
En este sentido, ¿España ha dejado de ser el lugar de consagración para los autores hispanoamericanos?
Yo creo que España sigue siendo fundamental, lo que ha pasado en los últimos años es que ha habido una descentralización con respecto a Barcelona y Madrid, donde hasta durante casi dos décadas pasaba todo. En los últimos años ha habido una recuperación de la industria editorial en Hispanoamérica, pienso en México con Sexto Piso o en Argentina con Eterna Cadencia, y es cierto que ahora no todo pasa por Barcelona y Madrid, pues hay otros focos que están apuntalando autores; esto hace que los editores, sobre todo de Estados Unidos, puedan llegar a un autor latinoamericano no necesariamente a través de España: ahora, por ejemplo, la prestigiosa editorial Dalkey Archive va a publicar Summer Bodies, la novela del argentino Martin Felipe Castagnet que no ha sido todavía traducido en España y que había publicado en Buenos Aires en la editorial Factotum. Otro ejemplo es el del guatemalteco Rodrigo Fuentes, cuyo libro de relatos se va a publicar en traducción en Francia, libro que no solo no ha sido publicado en España, sino tampoco en Estados Unidos ni en Latinoamérica. Con todo esto, lo que quiero decir es que evidentemente hay una descentralización del mercado editorial, pero esto no implica que España haya dejado de ser importante: las editoriales españolas son importantísimas y el canon actual de la literatura hispanoamericana no se puede entender sin editoriales como Periférica, que tiene autores como Yuri Herrera, Juan Cárdenas y Rita Indiana, tres autores que se han instalado en el canon gracias a Periférica.