Novela negra y algo más, por Eduardo Laporte
Gonzalo Garrido se consolida, tras «Las flores de Baudelaire», con una novela bien engrasada que desafía las limitaciones del género: «La capital del mundo».
Eduardo Laporte
Bilbao es la capital del mundo, como irónicamente titula Garrido esta su tercera novela publicada, pero no deja ser, con perdón, una ciudad de provincias. Lo es en cuanto que tiene prensa local, con sus sucesos y noticias sobre ampliaciones de parques y reformas de barrios, cosa que en un Madrid o Barcelona no pasa, o sí pasan, pero no nos importa o no nos enteramos, que es como si no pasaran.
Por eso, en un Bilbao, un asesinato puede llegar a estar en boca de todos, ser la comidilla de los hoteles Ercilla y los descansos del Athletic, mientras que en Nueva York o Caracas los muertos no ocupan ni un tuit. Y de eso se vale Gonzalo Garrido, con un nuevo detective, Ricardo Malpartida, que resulta un acierto en su rol de investigador amateur, de vida personal desastrosa, con su cargante hija adolescente, valga la redundancia, y sus tics políticamente incorrectos. Me recordó a un detective también de Bilbao que hube de entrevistar para un reportaje y que respondía a todos los clichés del gremio. Con un despacho en los bajos de un edificio más demodé que moderno, cuando le llamaron al móvil sonó una melodía detectivesca que me pareció entre ridícula y entrañable. Ser detective para decir que uno es detective. Aunque por descripción sólo lo pueda decir a aquellos que, como incluye Garrido en una bonita cita introductoria, están en «la parte oculta de la vida».
«La capital del mundo» (Alrevés, 2016) se lee con el placer que da leer un libro sin pretensiones, como debe ser la novela negra, opino, género que te permite un descanso de otras lecturas más intensas o con vocación de dejarte huella. La novela negra está en otra liga y está bien que así sea, porque no podemos ser sublimes sin interrupción, y eso es algo que Gonzalo Garrido sabe, lo que no quita para que nos presente un libro banal o de mera evasión. Las buenas novelas negras, opino, y eso que he leído pocas, son aquellas que te presentan un mundo desde un ángulo determinado, con el enriquecimiento que esa nueva visión provoca. Eso se hace de soslayo y como quien no quiere la cosa, pero es la salsa que, opino también, convierte las novelas negras en buenas novelas negras, flirteando incluso con la etiqueta novela, a secas.
Eso me pareció ver en el estreno de este autor de tardía incorporación a la cosa literaria, «Las flores de Baudelaire». Ahí nos encontramos el Bilbao de principios del siglo XX que empieza a convertirse en esa ciudad orgullosa de haberse conocido, gracias sobre todo el mineral hierro que venden a la Inglaterra bélica para sus armas. Interesan las descripciones de ese mundo de grandes familias que mueven los hilos de la burguesía, tanto que la trama del asesino en cuestión pasa a segundo plano, o ejerce una función como de lubricante literario que engrasa la lectura.
En «La capital del mundo» no hay tanto un intento de retratar una sociedad determinada, sino que esta se va retratando sola, en el mero ejercicio de ir armando la novela. Y, conforme avanza, el autor se permite unas digresiones en ese caldo de cultivo que escoran la novela negra a lo que uno entiende, como dije antes, por novela, sin más, asumiendo la novela como algo serio que nos compete a todos, ser humano, alma, psicologías de cierta hondura y demás. Y cito:
Con la que tenía más resentimiento era con su madre, que había pasado media vida cuidando a otros niños y descuidando a los suyos. No era lógico, aunque ocurría en muchos casos. A veces se había planteado si su progenitora habría querido más a los hijos ajenos que a los propios, como si hubiera intentado escapar de su vida a través de otras vidas.
Insertos de novela literaria que maridan, permítaseme la expresión, con la construcción más canónicamente ‘noir’ de esta novela que tiene entre sus mejores bazas no tomarse a sí misma en serio, lo cual le dota de una frescura que se agradece. La trama, con un tono no extenso de una bien gestionada causticidad, gira en torno al asesinato de Ángel Mato, prestigioso científico en horas bajas, poco reconocido por la sociedad en general, lo que da credibilidad a la versión oficial del suicidio. Si bien en ocasiones parece que se ha ido construyendo sobre la marcha, la sensación final es buena. Porque al escritor de novela negra se le pide que vaya unos cuantos pasos por delante del lector y en el precio del libro se incluye el factor sorpresa. Es la servidumbre y grandeza del género. Y en ese sentido Garrido no decepciona, con un final a la altura del título.
Fotografía: Iñaki Andrés