«Literatura viva, Diario Vivo», por François Musseau
«Cuando leía, sus ojos recorrían la página y su espíritu percibía el sentido, pero su voz se quedaba muda y su lengua inmóvil. Cualquiera se podía acercar a él libremente y los visitantes llegaban generalmente sin avisar, con lo cual muchas veces, cuando veníamos a visitarle, lo encontrábamos leyendo en silencio pues nunca leía en voz alta». En sus famosas «Confesiones», escritas en el siglo IV, San Agustín expresa de esta forma su gran extrañeza después de haber ido a visitar a Ambrosio, obispo de Milán. Este hombre lee en silencio, nunca lee en voz alta, nos dice. ¡Qué extraño!, confía entonces a sus pares San Agustín. En aquella época, en efecto, la literatura estaba asociada a una práctica oral. Hacerlo de manera callada era una actividad marginal, singular, rara al fin y al cabo.
«Oralizar» un texto escrito era una costumbre entre los intelectuales, los literatos, los filósofos, los clérigos, la gente culta. Y esta actividad suponía un ejercicio específico. El mismo San Agustín, una vez había redactado un texto, necesitaba escudriñarlo antes de leerlo en voz alta. Se comenta que durante este «descifrar oral» se dejaba guiar por secuencias rítmicas, añadía signos de separación entre palabras y frases con el fin de recitar de manera adecuada y elocuente. El escritor y editor argentino-canadiense Alberto Manguel, que ha dedicado escritos a este tema, apunta que en aquella época el acto de leer tenía algo que ver con «interpretar una partitura musical», y el cuerpo estaba ahí presente «con movimientos de brazos y del tórax».
Tendemos a olvidar que, antes de la revolución de la imprenta moderna con Gutenberg en el siglo XV, mayoritariamente la literatura se vocaliza, se declama, se escucha. Igual que se ha hecho desde la invención de la escritura en Mesopotamia, hace unos 5000 años. Mitos, cánticos, arengas religiosas o guerreras, textos rituales, homilías, poemas…todo esto resonaba al oído.
Obviamente, esta oralidad literaria está muy presente hoy en día. Mencionemos, por ejemplo, el auge del story-telling bajo sus incontables formas. Pero, quizás, esta oralidad haya perdido algo de su carácter elaborado, solemne, recogido, y por qué no decirlo, sagrado. Quizás haya perdido también parte de su elocuencia, de su riqueza sonora. Creo que de forma más o menos subyacente se está recuperando esta pérdida. Prueba de ello es el éxito que en Francia cosecha la asociación Les Lecteurs (Los lectores), que se dedica a leer en voz alta textos literarios -novelas, poesía, fábulas, relatos cortos- en lugares tan dispares como festivales, cafés, parques, teatros o centros culturales.
En 2009, el escritor-periodista Douglas McGray crea en California Pop-Up-Magazine, una puesta en escena de relatos cortos contados en directo por literatos, ensayistas, periodistas, fotógrafos, dramaturgos: durante 90 minutos, en el escenario de un gran teatro, a lo largo de un espectáculo a la vez muy ensayado y efímero -no se graba ni se fotografía, luego no se puede ver a continuación en ningún sitio o pantalla-, esos «narradores» comparten cada uno una historia interpretada en directo, exponiéndose a un público tan nutrido como expectante, sabedor que el momento presente de la narración nunca se repetirá.
Después de que esta exitosa fórmula haya cuajado en varios países, como Francia o Dinamarca, monté en España un formato muy parecido. Con un equipo de ocho personas, entre las cuales tres periodistas más, estrenamos Diario Vivo en el Palacio de la Prensa de Madrid, el pasado 13 de diciembre. Desde entonces, cronistas, editorialistas, reporteros, fotógrafos, escritores se han atrevido a subir a un escenario madrileño para contar un relato relevante y de implicación personal. Una de las características de este ejercicio, en el momento de su elaboración antes del día del espectáculo, es el paso de un borrador escrito a un parto oral. Un poco a la manera de San Agustín, buscando «interpretar una partitura» a partir de su texto previamente escrito, antes de someterlo a las exigencias de la oralidad. Poner su cuerpo, su voz, su presencia, su fragilidad al servicio de un relato da mucha fuerza a este último, en el marco de una liturgia con otras muchas personas. No pretende este formato sustituir la maravillosa experiencia de la lectura silenciosa, que tan poderosamente nos llega y nos llena. Simplemente propone otro tipo de intimidad. Una intimidad sonora y compartida.
François Musseau
(Periodista y Fundador-director de Diario Vivo)
Próximos espectáculos :
(En el teatro Cofidis Alcázar, calle Alcalá de Madrid)
-5 de junio
-16 de octubre
-11 de dicembre