«La ideología no está por encima de la persona» (Entrevista a Juan Soto Ivars, por Anna María Iglesia)
Conocí a Juan Soto Ivars hace cinco años en la presentación de las antologías de Bajo treinta y Última temporada; por entonces era un joven que había acababa de llegar de Madrid para instalarse en Barcelona. Desde ese momento me he vuelto a encontrar en innumerables ocasiones con Juan, a quien hoy por hoy reconozco, ante todo, como amigo, más que como el columnista polémico, perspicaz y punzante que es actualmente. En Un abuelo rojo, un abuelo facha, Juan Soto Ivars nos presenta un elogio de la persona por encima de toda ideología o adscripción política, un elogio de la persona y sus valores, independientemente, de colores y filiaciones políticas. Al mismo tiempo, Un abuelo rojo, un abuelo facha es una narración autobiográfica a partir de la cual el Juan Soto Ivars, ya no columnista, sino, ante todo, el nieto y, consecutivamente, el hijo, el amigo y la pareja se revela más allá de esas etiquetas que, él mismo reconoce, el columnismo le ha reportado, etiquetas que “me describen como lo que no soy”.
De un abuelo rojo y de un abuelo facha, ¿Un nieto descreído de las ideologías?
No tiene porque, la mayoría de gente tiene un abuelo rojo y otro facha. Sí es cierto que hay familias que son íntegras en cuanto a ideología, pero es muy poco habitual. Además, luego cada uno es libre de acercarse o no a la ideología familiar, pero, independientemente de esto, lo que yo quiero señalar es que la generación de mis abuelos, que eran niños durante la Guerra Civil y, por tanto, no tuvieron responsabilidades, son hijos de los traumas vividos. Lo que trato de relativizar es qué entendemos por facha o por rojo al referirnos a la generación de nuestros abuelos
Pero quien lo relata es el nieto y es al nieto a quien pregunto
Pero yo soy un nieto un poco raro, yo soy alguien que da bandazos y al que le colocan muchas etiquetas. El otro día estaba con unos amigos que me consideran un rojo, mientras que ayer un amigo me decía que era un liberal. Yo soy alguien que da bandazos.
¿Y estos bandazos, vuelvo a preguntar, son debidos a que no crees en una ideología?
Yo creo en el sentido de la ideología y soy muy rojo para algunas cosas, pero en lo que no creo es en la filiación ideológica, es decir, en tener que estar de acuerdo con gente con la que, en verdad, no lo estoy en nombre de la ideología. Y en lo que tampoco creo es en tener que perdonar los pecados de la ideología a la que me puedo sentir más próximo: yo soy mucho más crítico con la gente de izquierda que con la gente de derechas, porque entiendo que con la derecha tengo ya una distancia que impide que la crítica que yo pueda hacer sea razonable. Sin embargo, con la izquierda soy muy crítico porque me toca mucho más cerca aquellos que dicen. Yo querría poder votar un partido de izquierdas sin morirme de asco.
Varias veces se apela a la orfandad de los votantes de izquierda, sobre todo con la crisis de PSOE
No puedo generalizar, pero tengo la impresión de que la gente de derechas tiene una creencia en el valor de la autoridad que no tiene la izquierda, que está siempre peleándose. Ahora Pablo Iglesias es un líder, pero ya hay gente de Podemos que no lo soporta. Esto en el PP no sucede: tienen a Rajoy y lo que él dice va a misa. Muchos de sus votantes lo critican, pero lo siguen votando. En la izquierda, en cambio, sería todo lo contrario.
Basta en pensar en Trostsky, asesinado por los suyos
Trotsky es un personaje sobre el que he leído mucho y me interesa particularmente porque se lo cargó el poder estalinista siendo él el teórico de la dictadura del proletariado. Tendemos, por lo general, a salvar una figura como Trotsky por haber sido aplastado por un tirano, pero no hace falta salvarlo. Podemos ser perfectamente críticos con figuras sagradas de la izquierda, como el propio Trotsky, que era un dictador, y ser de izquierdas.
Pero para ser crítico, no hay que fiarse de los mitos
Efectivamente. Yo, por ejemplo, era anti independentista cuando llegué a Cataluña; al ir conociendo el independentismo, dejé de ser un anti independentista. Evidentemente, no puedo decir que para mí el independentismo es lo mejor y, de hecho, tengo mucha discusión al respecto, pero, a diferencia de antes, ya no me defino como “anti”, principalmente porque he conocido independentistas de puta madre. Conozco gente con la que no estoy en absoluto desacuerdo, pero no los considero ni enemigos ni estúpidos, que es, en cambio, lo que suele pasar.
En tu libro, en efecto, reivindicas la persona por encima de la ideología
Para mí, la ideología no está por encima de la persona, pero sí lo está para mucha gente. Yo sé que hay muchos abuelos fachas que han sido perfectamente coherentes con su ideología y si han tenido un hijo homosexual le han dado una paliza o si han tenido un hijo comunista, lo han desheredado. Esto pasa, pero lo que yo quiero defender es la incongruencia
Una incongruencia que pone en crisis la idea de una supuesta “pureza” ideológica
Mi libro es una celebración del gris y el gris es la zona donde se mueven personas, en absoluto fundamentalistas, de todas las ideologías. Yo celebro el gris, que no es la neutralidad: yo no soy neutral. Tengo mis ideas y en determinados temas soy absolutamente radical, por ejemplo, en la defensa de la sanidad pública, tema con respecto al cual soy conservador en cuanto quiero salvarla de los ataques neoliberales. Soy absolutamente radical hacia las empresas de internet, estaría dispuesto a poner una bomba en Instagram
Dices que, con respecto a la sanidad pública, por querer conservarla, eres conservador, término más asociado a una derecha neoliberal ¿cuánto hemos pervertido el lenguaje en ámbito político?
Lo hemos pervertido completamente, aunque, también es cierto, que el lenguaje político está pervertido por naturaleza puesto que lo trata la política de decirnos es que la realidad es una manera y que es posible hacerla diferente unas herramientas. Sin embargo, creo, que, en cuestión de política, ya estamos acostumbrados a dicha perversión. Por esto en el libro me centro sobre todo en la gente: me importa un carajo que Pablo Iglesias o Rajoy sean de izquierdas o de derechas, son políticos y entiendo que su trabajo es venderme una moto para que yo acabe comprándomela. En el libro, apelo más a sus “seguidores”: creo que la gente exagera su postura personal y demoniza la postura contraria. Y nuestra generación lo hace mucho.
¿Las dos Españas están hoy más marcadas y diferenciadas?
Sí, sin duda. Encuentro que la gente que hemos recibido el testigo de la historia de las víctimas absolutas, que fueron los niños de la Guerra Civil, expresamos un gran radicalismo con respecto a la Guerra Civil, que es el relato que genera todos los relatos del presente, puesto que todas las ideologías de hoy tienen que ver con ella. Creo que, además, nuestra generación es particularmente poco leída; no puede ser que yo mencione a Arturo Barea y que la gente que se considera republicana no sepa quién es. Y esto pasa. Y es absurdo que se diga que Cela, por ser franquista, es un mal escritor. Esto no puede ser.
¿Se ha pecado de ideologizar la cultura?
Evidentemente. A mí me parece muy natural que, en la Transición, los intelectuales fueran de izquierdas. Entiendo que el grupo Prisa representara la postura de la intelectualidad española, porque hasta entonces a los intelectuales no se les había dejado expresarse, porque hasta entonces esos nombres que conformarías la intelectualidad de izquierdas de la Transición eran aquellos que traían a escondidas libros de Francia para poder leer lo que aquí estaba prohibido. Lo que me parece mal de esa generación es que no rescató a los exiliados, porque quería ocupar el sitio de privilegio.
Un ejemplo paradigmático es el de Ramón J. Sender.
Ahora empezamos a rescatar a Sender; el hecho de que una editorial como Libros del Asteroride publique a un tipo como Sender o que Blackie Books, que es lo más cool del mundo, publique a Jardiel Poncela es muy positivo. Luis Solano, en concreto, desde Libros del Asteroide está haciendo una gran labor en la recuperación de una memoria olvidada; me gusta mucho que una editorial como esta se la juegue con autores que le pueden generar acusaciones como el de “derechistas”.
Entonces, ¿La recuperación de estos dos autores, no implica su relectura desideologizada?
Creo que, si hablamos de autores de los años treinta, el tema es diferente; a los autores de antes de la Guerra se les aplica una capa de perdón, algo que no sucede con los autores algunos años posteriores. Hay actualmente una fracción feminista que condena a Umbral con mucha más virulencia que la que expresaron aquellos que tuvieron que soportarlo personalmente. Es decir, el ataque que se hace a Umbral ahora no tiene precedentes. Hoy mismo he leído un artículo en El Español en el que el autor dice que el estilo está marcado por la ideología y que Pérez Reverte, Jabois, Juan Tallón y Antonio Lucas, en realidad, están ocultando su ideología de “machirulos”. Leí este texto y me quedé estupefacto: responde a la misma crítica literaria que hacía el Congreso de Escritores Socialistas del 1934. ¿Qué se pretende con ese artículo? ¿Señalar a estos autores como personas de las que no te puedes fiar porque son de una ideología que tú mismo les aplicas a través de su estilo? Esto está a la orden del día y tú sabes muy bien que yo estoy marcadísimo. Yo noto que hay gente que no se quiere acercar a mí por no mancharse y, por esto, me gusta que una editorial se moje publicando autores con los que, a ojos de los gilipollas, se mancha las manos.
Dices que estás marcado, ¿crees esto responde a que, a día de hoy el columnista Soto Ivars tapa o esconde a Juan, la persona?
No lo sé. Esto me lo han preguntado a lo largo de estos días y no sé qué contestar. En cada columna yo tengo una cosa que decir y la digo; ayer, precisamente, me decía Llucía Ramis que soy valiente en cuanto digo las cosas que pienso, pero es que no se me ocurre otra manera de pensar el columnismo. Si en una columna me cebo con una de estas gilipolleces que ha dicho Podemos, puede parecer que soy de derechas, mientras que, si en otra columna me cebo con el neoliberalismo, puede parecer que soy de izquierdas. Si defiendo a los independentistas para el público de El confindencial diciendo que no son unos nazis, me llaman independentista, pero ¿qué tiene que ver todo esto con la persona? La persona no importa.
¿Con este libro, hay un intento de mostrar la persona que el columnismo no te deja?
Si hablo de mi persona en mis columnas, entonces me tachan de vanidoso. La cuestión es que da igual, recibiré críticas. Yo quiero tener amigos, a mí me importa lo que piensan de mí, pero cuando es tanta la gente que está convencida de que eres lo que no eres, entonces es mejor pasar. Cada vez tuiteto menos precisamente por esto, paso de que gente que no me conoce me diga como soy.
¿Cuánto el columnista Juan Soto Ivars, constantemente pendiente de la política y la actualidad, se ha comido el escritor Juan Soto Ivars?
Creativamente, el escritor no ha sido devorado, lo que pasa es que llevo mucho tiempo trabajando en una novela complicada y no termino de publicarla; pero sí el columnista se ha comido al escritor por lo que se refiere a las expectativas de los editores. Y esto me jode mucho.
¿En qué sentido el columnista influencia las expectativas de los editores?
Me ha dicho mi agente que con la novela que estamos moviendo, los editores que habían mostrado interés, se han echado atrás al leerla, diciendo que no eran lo que querían, pues esperaban algo similar a lo que se desprende de las columnas, es decir, humor y algo de polémica. En cambio, se trata de una novela similar a Siberia, es una literatura tenebrosa. En este sentido, el columnismo hace daño porque generas expectativas que no tienen nada que ver con lo que son mis intereses literarios.
En el libro hablas de las dificultades de publicar cuando eres un desconocido, dificultades que, aparentemente, no se tienen cuando tienes un nombre
Hay dificultades también cuando eres conocido, incluso hay más, porque los editores tienen expectativas. Tengo un amigo, del que, por respeto a él, no voy a decir el nombre, que publicó una novela que funcionó muy bien, consiguiendo traducciones a más de un idioma; era una novela no comercial, pero sí accesible a un gran público lector. Ahora ha escrito una novela fantástica, más literaria, algo experimental y editores importantes que, hasta hace nada, se peleaban por él, ahora no lo quieren. ¿El motivo? Por qué su novela ha roto las expectativas que tenían. El problema es que los editores te obligan a ser de una determinada manera, quieren que los lectores puedan esperar cómo será tu próxima novela. No se admite el cambio. Yo escribo una novela satírica, si no tiene éxito, la siguiente da igual, pero si tiene éxito, la siguiente tiene que ser satírica.
Sin embargo, insisto, desde fuera diría que la visibilidad que te da escribir en un periódico es lo ideal para poder encontrar editorial
Esto es lo que yo pensaba y estoy deprimido porque no es así. Y he estado muy triste porque me he dado cuenta que me he construido una imagen que no corresponde con lo que yo quiero hacer en las novelas y, además, los editores no aceptan aquello que yo quiero hacer literariamente, porque buscan otra cosa de mí. Empiezo a pensar que me sería más fácil publicar con un seudónimo.
¿Frente a esto, te arrepientes de tu dedicación plena al columnismo?
No, porque vivo muy bien. De las novelas no se vive y yo del columnismo vivo de puta madre; nunca hubiera imaginado vivir así. No soy rico, pero tengo un dinero cada mes, que nunca habría imaginado tener. Cuando yo empezaba con esto del columnismo, pensaba: “si algún día llego a cobrar mil euros al mes, ¿qué haré con tanto dinero?”. Ahora, cobro mucho más.
Es decir, el columnismo te permite vivir como la literatura nunca te permitiría
No se puede vivir de la literatura. En el libro hablo de Juan Gómez Bárcena, que ha tenido éxito o, por lo menos, lo que yo considero éxito con El cielo de Lima: ha recibido dos premios post-publicación, entre los cuales está El ojo crítico, y ha sido traducido a varios idiomas. Sin embargo, con todo ello no habría podido vivir ni tan siquiera durante un año, quizás siendo muy austero, pero yo, te aseguro, con eso no habría podido vivir. En el libro cuento como, cuando yo comenzaba a entrar en el mundo literario, algunos me advertían que era mejor no entrar, porque era un mundo que se estaba a punto de derrumbar. Uno de quienes me advertía era Alberto Olmos, que se ha quedado corto en su previsión. Ahora, la literatura ya no tira y no por culpa de la crisis económica; la literatura no tira porque no hay lectores. Me pregunto si las próximas generaciones, los llamados nativos de internet, no serán mejores que nosotros; puede que las generaciones próximas sean más lectores que nosotros, porque ¿cómo se puede leer menos que nuestra generación?
Los índices de lectura en las escuelas apuntan lo contrario
Pero también las encuestas de lectura de nuestra época eran para llorar. Seguro que tú eras la única que leías en tu clase, a lo mejor había otro y nada más. Lo mismo sucedía en mi clase, éramos dos los lectores
No será que los lectores siempre fueron pocos….
En la Transición hubo muchos lectores, después de la caída del franquismo se leía mucho y, de hecho, las primeras novelas de Muñoz Molina vendieron una barbaridad. Hoy, ni entre todos conseguimos vender lo que se vendía entonces. Hoy Falcones saca libro y la gente lo compra; luego sale otro bestseller y se vende, pero nada más. Se venden dos o tres libros y ya está, porque la gente no lee, porque prefiere ver la televisión o porque está en Internet.
Habremos perdido lectores, pero, y retomando tu libro, no las ganas de escribir sobre España, tema que, como ha demostrado Sergio del Molino con La España vacía, interesa. Américo Castro, Sánchez Albornoz, Ortega y Gasset, Unamuno…¿de verdad todavía hay que preguntarse qué es España?
Yo me río mucho de esto
Te ríes, pero abordas el tema
Ten en cuenta de que tenemos una derecha que se considera la única dueña del concepto de país. Nos enfrentamos a una idea de España que viene impuesta desde fuera, ¿Qué coño es España? A mí, en verdad, me importa un carajo y estoy perfectamente con Sergio del Molino: da igual lo que es España, porque no tengo ese nacionalismo, que sí que he tenido en el pasado, que me lleva a desear decir qué es España. Dicho esto, España en sí misma es un problema.
¿Problema u obsesión?
En mi caso, una respuesta. Cada año, el día de la Hispanidad pasa lo mismo: hay quienes dicen que celebramos un genocidio y quienes recuerdan la cultura compartida con Hispanoamérica. Son dos visiones opuestas como opuestos eran los bandos de la Guerra Civil. Esto es España. Un país sobre el cuál no estamos de acuerdo: no sólo no estamos de acuerdo de lo que es, sino tampoco en lo que es bueno o malo. No tenemos un nacionalismo que nos permita no pensar en España, porque su definición está solo en uno de los bandos
Pero, ¿es verdaderamente necesario decir lo qué es?
No, creo, de hecho, que nunca vamos a llegar a un acuerdo, y lo digo con pena.
Si esos dos abuelos nunca se van a unir, ¿la Tercera España es un mito?
Es falsa. La Tercera España es gente individualista, allí estoy yo, es una España en la que nadie se pone de acuerdo. Hablamos de una Tercera España para agarrarnos a algo, pero, en verdad, no existe. Pensemos en escritores, ¿cuáles son los escritores que componen España? Seguramente no nos pondríamos de acuerdo. Pensemos en Cataluña: hoy decía Rufían que Fernández Díaz no es catalán, pero ¿qué es ser catalán? Rufián y Fernández Díaz nunca se van a poner de acuerdo. Y es que cuando hay dos ideologías en un choque tan irreconciliable, es imposible todo acuerdo. ¿Qué es Cataluña? Ponte a preguntar y recibirás opiniones absolutamente opuestas.
Choque ideologías la hay también ahora en Francia con el aumento en votos de Le Pen y, sin embargo, no parece haber la obsesión por definir el país.
Verás como ahora se empezará a discutir también sobre lo que es Francia. Cuando hay una oposición tan peligrosa como lo es Le Pen, que, además, se quiere apropiar de lo que significa Francia y ser francés, la discusión sobre lo que es o no es el propio país vuelve a estar encima de la mesa. Es algo cíclico. Durante la época de Aznar, incluso en los primeros años de Zapatero, es decir, antes de la crisis, nosotros tampoco hablábamos de lo que era España, considerábamos que era un tema olvidado. Se convierte en un tema interesante a partir de la crisis.
¿De la crisi económica, de la crisi de modelo de estado…?
Y de la crisis de Europa. Los políticos, después del Brexit, ya no tienen cojones de hablar de Europa, pues estamos en un momento en que tenemos que decidirnos si tenemos que defendernos de Europa o si, por lo contrario, queremos unificarnos más. ¿Cómo no va a ser España un tema de conversación? Cuando yo era más joven, no se habla del tema, sin embargo, ahora tenemos nostálgicos del franquismo que dicen que la dictadura no fue tan mala y en el Diccionario de la historia se lee que el franquismo era autoritario, pero no totalitario. Estamos a punto de chocar otra vez y pensamos España porque se nos está echando encima el momento histórico.
¿Qué momento histórico?
Viene un choque de personas que se odian. Podemos quiere que cambiemos de día la Fiesta Nacional y una de las fechas que propone es el 15M. Es una propuesta nada integradora. Esto es lo que sucede: la gente que está proponiendo cambios o que propone que todo se quede como está es gente no integradora. Esto lleva a un choque conceptual y a un debate conceptual, que se agravará si Cataluña se independiza, porque no sabremos en qué lugar se quedan parte de los habitantes de Cataluña, aquellos que no se han independizado. Tampoco sabremos dónde estará España con respecto a una Cataluña independiente; por ello, está el debate acerca de lo que es España o lo que debería ser. ¿Es una nación de naciones? Sí es así, ¿hay que optar por el federalismo?
El federalismo, sin embargo, no cuestiona el reconocimiento de la nación. Piensa en Estados Unidos, ninguno de los estados cuestiona la soberanía de la nación.
Porque Estados Unidos es patriótico y España no tiene una tradición de patriota. Sin embargo, el federalismo aparece como opción si la independencia de Cataluña llegara a ser una realidad, cosa que no creo, puesto que se está viendo que se está desinflando. El federalismo, a fin de cuentas, es una opción, un elemento de discusión; lo que sucede es que, a diferencia de los intelectuales de antes, Ortega y Gasset, Maragall, Unamuno… ahora no se discute, ahora simplemente hay posiciones irreconciliables.
¿Actualmente, las posiciones entre intelectuales son también irreconciliables?
En parte, pero no tanto como las posiciones entre las facciones políticas. La palabra intelectual está, desgraciadamente, muy desprestigiada. A ti te he visto utilizarla frecuentemente y, al inicio, me llamaba la atención, pues es un concepto casi sospechoso; sin embargo, tenías razón en usarla, porque hay que admitir que hay una gente que tiene unas lecturas y unas preocupaciones y otras que no. ¿Qué hay intelectuales que son unos farsantes? Sin duda, pero no pensemos la parte por el todo y, respondiendo a tu pregunta, sí que creo que, en algunos, hay algo de encono ideológico y de rencillas personales, pero es algo que me parece natural.
¿Este encono no es más frecuente en los opinionistas, pseudo-intelectuales de los que tanto se abusa?
Pero este abuso también se produce en las redes sociales. Todos opinamos. La gente que se mete con los tertulianos está todo el día compartiendo sus opiniones en Facebook y comentando todas las noticias. Somos bocachanclas, pasa algo y no nos podemos callar. Con el tiempo he aprendido a pensar tres o cuatro veces antes de escribir la columna; he tenido grandes líos por columnas para luego estar de acuerdo con quienes me criticaban. Ahora no me pasa, ahora tengo cuidado; no por no ofender, pues sigo ofendiendo igual, sino tengo cuidado de no comerme mis propias palabras en el siguiente mes.
Fotografía: Carlos Menguiano Rodríguez (Revista Pictograma)