Entrevista a María Hernández Martí, por Ángeles Jurado
Lupe o aguantar de la A a la Z
María Hernández firma “Que no, que no me muero”, una novela gráfica publicada por Modernito Books e ilustrada por Javi de Castro que se basa en sus cuentos sobre la experiencia del cáncer
Define su obra como un “catálogo de impaciencias reprimidas” y la concluye explicando que su único mérito es seguir viva y la única enseñanza aprendida es la belleza del silencio
“Cuando ves a una persona que está sufriendo, es como si te sintieras forzada a decir algo maravilloso, épico, que le cambie la vida a esa persona y que a ti te proteja del drama”, dice.
Hemos quedado en la cafetería más ruidosa de Las Palmas de Gran Canaria, en el empinado y súbito arranque de la cuesta de Pedro Infinito. Estamos en el popular y galdosiano barrio de Schamann. El petardeo de las motos y los bramidos de las guaguas que surcan la calle sofocan los trinos y zureos de los pájaros de un parque cercano. En el interior del local, que huele a mantequilla derretida y se trufa con muebles de madera clara al estilo Ikea, el fondo musical de los 80 lucha en vano por hacerse oír contra el tremolar del expositor de dulces industriales, el estrépito de las tazas y los gritos de la camarera, que recibe visitas continuas de locuaces amigas desocupadas. María Hernández Martí (Las Palmas de Gran Canaria, 1970) sienta su peinado irregular y sus gafas de pasta negra frente a un café con leche enorme y una porción generosa de queque de nueces. Saca del bolso su amuleto, un Hulk de lego con aspecto colérico. Empieza a hablar con suavidad sobre las cosas de Lupe, la protagonista de la novela gráfica Que no, que no me muero, que ella firma e ilustra Javi de Castro (León, 1990). La acaba de publicar Modernito Books y la ha presentado ya por la mitad de los medios y ciudades de nuestro país. María Hernández es periodista, traductora y escritora con un libro de relatos en el mercado, Vida tinta (Almuzara, 2008). Además, ha superado un cáncer de mama.
“Es un libro que no pensé yo”, comienza con su aire de personaje de un relato de Dorothy Parker o de un episodio de Mad men. “Empecé a escribir cuentos de una forma bastante caótica. Estaba enferma y no tenía ganas de estar dando el parte a distintas personas cada 20 minutos. Atravesaba una fase absolutamente arisca y antipática. No me apetecía contar lo mismo 50 veces. Me di cuenta rapidito de que una de las dimensiones más incómodas de estar enferma es la parte social: el dar noticias, el explicar, el gestionar las caras que pone la gente y muchas veces consolar a los otros de las cosas que te pasan a ti. Es muy cansado. Lo que hice fue abrir un blog. Al principio, sólo escupía las noticias del día, pero lentamente aquello se fue complicando y cuando me di cuenta, escribía cuentos a un ritmo bastante estable. Estar enfermo es agotador, pero deja mucho tiempo libre”.
María hace pausas frecuentes, rebusca las palabras entre conexiones neuronales, da algún bocado a su queque casi por obligación. Explica que Sheila Melhem, responsable de Modernito Books y amiga, fue la que vio un hilo argumental y la posibilidad de un libro en esas historias. Protesta que ella no imaginaba hacer nada “serio” con sus textos hasta que ambas hicieron una selección de cuentos y de nuevo, Sheila afirmó, categórica, que no se encontraban frente a un simple libro, sino frente una novela gráfica. Antonio León, la otra mitad de Modernito Books, compartió el diagnóstico. Así que buscaron un dibujante a medida para el proyecto.
“Al principio, me provocaba una cierta desconfianza”, admite María. “Es como si te dijeran que te van a traducir al esloveno, un idioma que tú no controlas en absoluto”. Precisa también que una brecha de dos décadas la separa del profesional que ilustra sus historias, Javi de Castro, un leonés que nació cuando ella ya estaba en la facultad y al que imagina cambiando cromos de Pokemon en un recreo helado mientras ella ya lidiaba con reportajes y entrevistas para El País a la vera del mar, en Málaga. “Hay una diferencia de 20 años entre los dos”, reitera lacónica antes de explicar cómo trabajaron a distancia, vía correo electrónico, negociando y puliendo el libro entre Castilla y Canarias.
“Lo más llamativo para mí es que me he dado cuenta de muchos defectos de mis cuentos, de muchas patas cojas narrativas mías, viendo cómo Javi dibuja los cuentos”, acepta al final, fascinada. “Que dibujen lo que tú has escrito es despiezar de una forma curiosísima tu historia y narrarla en otro idioma, pero respetarte el tono, la voz, de una forma misteriosísima. Es construir algo que tiene que ser tu cuento, pero que es mejor que tu cuento. También es un trabajo de poda, de limpiar, de dejar sólo lo que es totalmente relevante. Eso, desde el punto de vista del ego de un escritor, es duro. Te quitan un cacho, una coma, y te duele. Tengo la sensación de que él lo ha mejorado todo y no ha sido nada fácil, desde luego”.
María aclara que esta novela gráfica atípica, estructurada como un diccionario con una palabra y una letra diferente encabezando cada cuento, no se centra sólo en su experiencia con la enfermedad. “Hay partes que se basan en experiencias mías, hay partes que son inventadas, hay partes que son experiencias robadas a otra gente”, señala. “No puedo decir que sea un libro autobiográfico, de testimonio ni nada de eso. Lupe no soy yo”. El libro está pensado como un catálogo de impaciencias, según ella, aunque su protagonista “se porta superbién, no revienta”. “Yo tengo muy mal genio, aunque no se me nota, hablo bajito y todo eso. Llevo toda la vida domesticándome el mal genio. Sobre todo, en los momentos de fragilidad. Pero Lupe aguanta de la A a la Z las salvajadas que le dice gente más o menos imprudente. Se enfada, pero fuera de cámara. La ves resoplar un poco, pero sólo una vez le da una voz a un tipo, que además se merecía un golpe en la cabeza. Ahí me di cuenta de que yo no era Lupe. Ella es más adulta, más capaz. Yo soy peor persona”.
Que no, que no me muero no promete finales felices, respuestas complacientes o lecciones de vida ni regala almíbar o consuelo: finaliza constatando simplemente que el único mérito de su protagonista es no haberse muerto todavía. María es consciente de que sus historias, aunque deconstruidas por un ilustrador y probablemente dulcificadas, pueden ofender a mucha gente. Empezando por quienes ponen su fe en terapias alternativas, poderes superiores, un supuesto sentido oculto de la vida, un gurú o un coach. “Todo lo que suene a herbolario y a cosas más o menos espirituales”, resume con acritud indisimulada. “Es tan frecuente que cuando estás enferma de algo más o menos serio y además, se te nota, no lo puedes evitar, todo el mundo tenga algún remedio que darte. Gente a la que no conoces prácticamente de nada y que se te acerca para decirte que la quimioterapia es un invento de las grandes farmacéuticas y que con bicarbonato y ralladura de limón te vas a curar”, y se le enciende la mirada láser tras las gafas.
La amargura puede parecer una constante en las andanzas de Lupe, con sus pequeñas batallas cotidianas, sus paranoias, los locos que se acercan para intentar hundirla, pero María pretende quitarle hierro al tema, que el lector se ría con sus cuentos.
“Me estoy esforzando en dejar claro que lo importante de este libro es un rollo narrativo, creativo”, subraya. “No estamos intentando hacer un libro con mensaje ni nada por el estilo. No tenemos ninguna moraleja que transmitir. No queremos convertir o convencer a nadie. Lo único que aprendí es que, muchas veces, estarse callado es maravilloso. Socialmente, estamos muy mal educados para enfrentarnos a la enfermedad y la muerte. Todos: te estoy hablando de mí también. Como sociedad, todos tenemos un desconocimiento absoluto del hecho de que estamos de prestado, de que todos vamos a morir, de que todos nos enfermamos, de que somos de cristal. Nos creemos que tenemos la plaza en propiedad y no es así. Nos descoloca tanto el pensamiento de que nos enfermamos y morimos que tenemos que decir algo para reforzarnos y la mayoría de las veces son tonterías horrorosas, que además resultan ofensivas y dañinas. Invasivas”.
Esas tonterías son legión, pero María se detiene un momento en la peor de los últimos tiempos y la lanza sin ironía, con estupefacción: “qué suerte que te pusieras enferma, porque así pudiste escribir este libro”.
Ángeles Jurado (angelesjurado@hotmail.com, @Angeles_Jurado)
Las Palmas de Gran Canaria, 2016