Cinco novelas que transcurren en espacios cerrados, por José Eduardo Tornay

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Nave industrial (La mano invisible – Isaac Rosa)

Isaac Rosa es un novelista que se distingue. No se resigna a escribir novelas meramente argumentales –por eso se desliza a veces hacia el ensayismo- pero tampoco desde el aspecto formal, o conceptual, suele entregarnos narraciones al uso. Podríamos haber elegido La habitación oscura, su última novela publicada. Aquí se parte de una inverosimilitud compartida: la que lleva a los personajes a una situación de intercambiabilidad y sexo indiscriminado. Un texto generacional donde la reclusión voluntaria y la falta de luz son percibidas por el grupo como el colofón a sus desencantos y, precisamente por eso, abre las puertas para una toma de conciencia colectiva.

En La mano invisible una nave industrial es transformada en un teatro, donde se escenifican repetitivamente actividades laborales (de un albañil, una teleoperadora, un carnicero, una secretaria, un mecánico, una costurera, por ejemplo) para la contemplación del público y de un guardia jurado –éste sí, real- que sirve como contrapunto. El trabajo es entendido aquí como servidumbre y alienación, se convierte en un espectáculo. Parece cumplirse así el pronóstico de Nicholas Negroponte en Ser digital para la sociedad informacional: los puestos de trabajo productivos serán pronto tan excepcionales que, acaso, acabemos pagando para ver cómo son desempeñados.