Cada noche, cada noche, de Lola López Mondéjar (Una lectura de Santi Fernández Patón)
Es muy probable que esta ambiciosa novela de Lola López Mondéjar no aparezca en las listas que, por estas fechas, recogerán los mejores libros del año. Pero debería. Debería, sobre todo, porque estamos ante un texto que aspira a exprimir todas las posibilidades de la novela, y por tanto tiene varios planos de lectura, sin olvidar nunca que, a fin de cuentas, nos está contando una historia.
La historia es el particular descubrimiento que en los años setenta lleva a cabo Dolores Schiller, una joven del Estados Unidos profundo, al recibir los diarios de su madre, muerta al darle a luz: su madre no era otra que Dolores Haze, la Lolita de Nabokov, una persona de carne y hueso, lo mismo que Humber Humbert, de manera que el célebre libro apenas habría ficcionado una historia real y algunos de sus personajes ni siquiera estarían muertos. Encontramos ahí, por lo tanto, el primer plano de lectura, en este caso metaliterario.
Cada noche, cada noche (Editorial Siruela, 2016) recorre, por una lado, la interpretación que Lolita tuvo en su época y aún hoy, y que al propio Nabokov le enervaba, como si se tratara de un tremendo malentendido. Pero precisamente, y ese es otro de los planos de lectura, lo que demuestra esta novela es que en absoluto se trató de un malentendido: Nabokov, siguiendo una obsesión que exploró en varios de sus libros, había escrito una novela sobre un hombre trastornado que secuestra a una niña y la viola durante años, convencido, en su perversión, de que ha sido seducido por ella, si bien en varias ocasiones el propio Humbert Humbert se desmorona y admite la crudeza de los actos que repite «cada noche, cada noche». ¿Por qué, entonces, para desesperación del propio autor, se ha leído la novela como una historia de amor, cómo una historia sobre una más que improbable seducción de una niña de 12 años, por qué Lolita está ausente de las interpretaciones sobre la novela que lleva su nombre? En otras palabras, y según se interroga la protagonista de esta novela, ¿por qué se ha empatizado casi siempre con el secuestrador y violador y no con la niña víctima?
La respuesta, que es evidente, nos traslada a otro plano más de lectura. Las páginas finales contienen un reflexión sobre la permisividad social y masculina en torno a la pederastia y por supuesto el marco patriarcal en que se produce. Sin abusar, ni mucho menos, de interpretaciones psicoanalíticas, que el propio Nabokov habría rechazado, López Mondéjar lleva a sus personajes a investigar, entrevistarse y avanzar en la demostración de esa idea. A mi modo de ver, es con esas páginas con las que debería concluir la novela.
Desde el inicio, sin embargo, Dolores Schiller nos ha anunciado que está invadida por un cáncer terminal, y relata cómo, al descubrir quién fue su madre, su investigación la llevó a entrevistarse en Suiza en varias ocasiones con Humbert Humbert, a la sombra del propio Nabokov, que vive el ocaso de su vida en la ciudad de Montreoux.
López Mondéjar estira la historia con la intención de acompañar más allá a su personaje principal, lo que de paso le sirve para reflexionar sobre el concepto de la muerte y cómo socialmente nos enfrentamos ante ella. En último término, esas reflexiones postreras sacan a la luz otro de los asuntos que laten en esta novela: el sexo como correlato de nuestro tiempo acelerado, y en cierto modo el cuerpo, asexual en el caso de la protagonista, como metáfora contra el abuso que su madre sufrió y quién sabe si contra el consumismo contemporáneo, entendido en sentido tan amplio como para determinar nuestra libido.
Se le podría reprochar a Cada noche, cada noche cierta falta de «carnalidad» o, si se prefiere, de emoción, demasiado cerebral diríamos, como si a su autora le interesaran más las ideas que la manera en que sus personajes las encarnan. Pienso en la reacción de la protagonista al descubrir la identidad de su madre, la existencia real de Humbert Humbert o algunas decisiones con respecto a él. Aun así, antes de que nadie lo dude, aclaro que nos encontramos ante un texto eminentemente literario y no ensayístico, en el que el armazón novelesco está construido a través de saltos temporales, cambios de escenarios, diarios, transcripciones de entrevistas y puntos de vista diversos.
Quizás aún queda mucho que decir en literatura sobre los asuntos que aquí plantea López Mondéjar, y quizás podría, por consiguiente, haber ido más allá. Pero esta novela abre una vía ambiciosa e interviene y casi inaugura un debate que, si en otros ámbitos está más presente, aún no lo habíamos visto de esta manera en personajes y tramas. Por eso Cada noche, cada noche debería figurar en esas listas sobre lo mejor del año; probablemente así resultarían más fiables.