Contra las listas, por Sergio del Molino

Quizá porque la cosecha ha sido, como efectivamente apuntan algunos, floja, o quizá porque los lectores que siempre andan presumiendo de lecturas este año han preferido ver la tele, pero se están haciendo de rogar las listas de lo mejor de 2015. No las de los suplementos, que llegarán la última semana del año, sino todas los demás. Para estas alturas del año pasado, no había bloguero ni hoja parroquial que no hubiera dado ya sus diez imprescindibles de 2014. Este diciembre, todo el mundo remolonea. O me da esa sensación. Me siento mucho menos acosado por las listas. O tal vez es que me fijo menos, ya que este 2015 no he sacado libro y no tengo que maldecir a quienes no me incluyen entre los diez mejores.

El resto del año, las listas no tienen importancia. Los suplementos y las revistas apenas destacan la de los más vendidos, a diferencia de lo que ocurre en otros países. Aquí, esa lista, cuando existe, está medio escondida en tipografía más pequeña y nadie le hace mucho caso ni se la cree. Pero llega diciembre y las páginas culturales se parecen a las del Tour de Francia. Todos a elegir el mejor o los mejores. Y en orden, que es algo que yo no sé hacer. Entre dos libros, sí que puedo argumentarte cuál me parece mejor, pero entre diez me pierdo, no sé puntuar ni razonar eso. Quizá sí sé cuál me gusta más, pero no sé ponerlos en orden. Quizá porque nunca he tenido vocación docente. Creo que tampoco sabría poner nota en un examen.

Las listas son antipáticas e infantiles. Entiendo que puedas hacer una selección de un puñado de libros que han destacado en las lecturas del año, pero lo de jerarquizarlos es pueril e innecesario. Lo entiendo en la liga de fútbol y en los juegos olímpicos. No sólo porque esas listas son cuantitativas y no responden al criterio voluble de un crítico que sólo ha leído una parte pequeñísima de lo que se ha publicado durante el año, sino porque ordenan cosas que pueden compararse: equipos de fútbol o atletas. Sin embargo, un libro se parece a otro libro en la encuadernación y en que ambos tienen páginas, pero, ¿podemos decir que es mejor una novela de Stephen King que una de Patrick Modiano, o viceversa? Son especies diferentes, por más que uno sea un Nobel y el otro nunca lo vaya a ser. En las listas se comparan a menudo cosas incomparables, que no se crearon por un ansia de competición entre sí. Un ciclista se entrena para ganar el Tour. Un escritor, para ganarse a sí mismo.

Lo peor de las listas es que son, casi todas, previsibles. Supongo que hay algo de reafirmación del discurso propio. Si un suplemento ha apostado durante el año por unos autores y unos libros, aprovecha estos días para darse palmadas a sí mismo en la espalda y confirmar que tenía razón. No sé qué pueden aportar las listas a los lectores informados, que ya conocen esos títulos, que ya han leído cosas sobre ellos y que ya los han visto en las mesas de novedades. Como lector, prestaría atención a las selecciones que intentaran descubrirme cosas que se me han pasado por alto. Libros que gustaron mucho a tal o cual crítico pero de los que ha hablado poca gente. Me gustaría que fueran una especie de consejo de amigo, un «no te pierdas esto que nadie ha recomendado». Pero que me confirmen que lo mejor del año es lo que ya venía siendo la portada de los suplementos sólo me aburre.

Quizás es que vivo con la ilusión de que lo mejor del año es un libro que no he leído, y aún confío en que alguien me dé la razón.

 

 

(La fotografía, publicada bajo licencia Creative Commons, es obra de alf eaton.)