La lectura como resistencia, por Sergio del Molino
«Del amor hay que decir: es inmoral, es impolítico, es materialista. Y sin embargo, el conocimiento de la bondad, la posibilidad del cambio social, la experiencia misma de los números —como formas del espíritu— dependen del hecho irreductible o inexplicable de que dos criaturas que no se conocen se reconozcan a lo lejos y atraviesen un desierto o una multitud para unir un instante sus bocas para siempre.»
La cita pertenece a la página 101 de Leer con niños, el libro de Santiago Alba Rico que acaba de reeditarse en Literatura Random House (la primera edición salió en Caballo de Troya en 2007). Muchas cosas en este libro conducen a equívoco. No es el menor la cantidad de libreros despistados que lo expondrán en la sección de pedagogía o que algunos papás despistados y ansiosos por encontrar guías prácticas lo compren con la esperanza de encontrar en él unos sencillos trucos para que sus hijos deglutan la literatura universal antes de los doce años. Pero no sólo ellos se sentirán perdidos. A los lectores más sutiles e informados les sorprenderá que lo que empieza como un recuento de una pasión compartida entre un padre y sus dos hijos, leer en voz alta, que se insinúa como una mirada personal e íntima a lo que significa ser padre, se convierta en pocas páginas en un alegato político que trata de explicar el mundo contemporáneo a través de la lectura de un puñado de libros clásicos, desde Herodoto al Quijote pasando por las hermanas Brönte o la Biblia.
Pero lo que más chocará al lector menos flexible y más apegado a lo que el progresismo nos enseñó sobre la familia y el hogar es la vindicación revolucionaria de esos dos conceptos, familia y hogar, secuestrados hasta ahora por los discursos más conservadores y reaccionarios. Somos muchas las generaciones que hemos crecido en el rechazo a la familia como institución castradora, alienante, jerárquica y tiránica. La revolución pasaba por destruir unas relaciones entre padres e hijos que constreñían y aprisionaban. La casa era una cárcel de la que había que huir. Lo decía Marx, pero también Freud. Y los que nacimos en el siglo XX lo hicimos escuchando paráfrasis más o menos burdas de cosas que dijeron ambos.
¿No era Santiago Alba Rico un filósofo izquierdista? ¿No era aquel que escribía los diálogos de los Electroduendes y sus soflamas contra el capital? ¿Qué hace el adalid intelectual del anticapitalismo español recreándose en su imagen de padre amantísimo, presumiendo de hijos listos y lectores y lamentando lo mucho que los echa de menos ahora que han crecido y no viven en casa? Alba Rico llega a llamarse a sí mismo «viuda» para expresar su condición de padre que no tiene ya que cuidar de unos cachorros que han echado a correr. Parece un patriarca reflexivo de los que se sientan en el porche al atardecer en las películas de John Ford.
El filósofo ha escrito un libro hogareño, porque la lectura lo es. Y porque, quizá, en un mundo donde el capitalismo cuartea, interviene e invade todos los resquicios de la identidad, la casa, la familia y los hijos son formas de resistencia.
¿Es así? ¿Esas familias felices que leen juntas en voz alta son el último reducto de libertad y de identidad en un mundo mutante que ha perdido todos los asideros y la noción misma de comunidad?
Vaya pregunta. Pero todo apunta a que sí.
(La imagen es un detalle de la ilustración de Miguel Brieva para la cubierta de Leer con niños, de Santiago Alba Rico.)